01 Oct Paquita salas
Paquita Salas
Miniserie de tres temporadas de 6, 5 y 6 capítulos, creada y dirigida por Javier Ambrossi y Javier Calvo. De momento en Netflix, y probablemente en otras plataformas en próximos tiempos.
Una vez más tenemos que empezar, para que el lector comprenda de verdad que somos muy como el vecino, que aquí ha habido serias dudas y recias discusiones acerca de si reseñar esta serie o no, y no por la serie, que ahora veremos qué pasa con ella, sino por aspectos externos, problemáticos, peliagudos, pero al final resulta que no tan externos (aunque sí todo lo demás), porque la misma serie los incorpora en cierta medida en su argumento. Digámoslo de una vez: aquí la mitad del personal no «aguanta» (sí, en el sentido marujo) a los llamados «los Javis», y la otra mitad no es que los venere, pero más o menos los aprecia o algo parecido. ¿Y por qué esto? Porque, como muchos fuera de aquí (se puede leer en muchos medios) hay una opinión muy fuerte que afirma que son bastante caraduras, muy tensos de morro y más bien simoníacos de la que esgrimen como eso, como mercancía, que es su condición o sus preferencias sexuales. Y que así cualquiera (pero cuidado: que uno de los personajes principales de la serie hace eso, lo veremos a continuación). Otros afirman que de todo lo anterior nada, y que esa opinión no es más que inercia del pasado (hay quien dice incluso «presente») hetero-cis-patriarcal, y que otro gallo nos estaría cantando si ya hace tiempo se hubieran empezado a hacer las cosas como estos Javis, etcétera, etcétera (pero cuidado: esto también sale en la serie).
Ya lo vamos avanzando: ¿sabéis lo que sucede? Que en la serie se habla de ambas cosas, y de casi todos los personajes por sus nombres reales (menos de los Javis, que son los que hacen la serie detrás de la cámara) o, por decirlo de otro modo, que esa discusión es, prácticamente, el argumento mismo de la serie. Esta serie es, en esto y en muchas otras cosas, un permanente bucle de autorreferencias en el que, por ejemplo, la mayoría de los personajes llevan el nombre del actor o la actriz que los interpreta, o más bien es que hacen de ellos mismos con, digamos, licencias en general de autoparodia y bastante humor negro.
De forma que «los que no soportan a los Javis» se quedan un tanto cortados cuando ven algunos capítulos y no les queda más remedio que reconocer que tienen mucha gracia, que en general son muy ingeniosos y que el conjunto tiene una trama que pronto quieres resolver y que te obliga a querer ver más: ¿de verdad esto lo discurren y lo dirigen esos dos que…? Porque la serie da esa sorpresa, sí. Exactamente esa.
Además da otras: el protagonista, Brays Efe, que interpreta a la Paquita Salas del título, agente de actrices nacida para ser estafada y abandonada, borda un papel que los más aficionados se atreven a calificar de dificilísimo, y no por lo habitual (de unos 3.000 años de habitualidad, desde lo más arcaico del teatro, claro) de la dificultad para un hombre de interpretar a una mujer, sino por lo ajustadamente que coloca la interpretación de una mujer no exactamente sofisticada sino adoradora de los torreznos, pero entregada a sus «niñas» (que no son tales, porque la menor es de veintipico años) representadas, enciclopedia de las series y los rodajes españoles desde los 90, adoradora de las teleseries largas (Puente Viejo a la cabeza, claro) y conocedora de todos los directores de casting y realizadores y productores… que por su parte la conocen, pero no la aprecian ni la tratan en muchas ocasiones con el mínimo respeto. El personaje está en un estrecho espacio entre la dignidad y la humillación, el optimismo y la seriedad profesional y desde luego entre la sociabilidad y la soledad que al espectador más duro forzosamente le va a conmover: y eso principalmente, escritura aparte, porque Brays Efe ha sabido situar su creación ahí, exactamente ahí, sin parodiar a una mujer, ni parodiar a un hombre que hace de mujer, ni «poniendo pluma» como hombre afeminado, ni poniéndose «machorra» como mujer masculinizada. Lo ha encontrado, repetimos. No se puede tanto verbalizar como más bien verbalizar su vaciado: no ha hecho todo lo que en su trabajo no debía hacerse, de modo que ha dado en el clavo. Quien no lo conoce de otros (pocos, y breves) trabajos se va a preguntar durante los primeros capítulos si es cierto que Paquita Salas no está interpretada por una mujer: pero más por las emociones que traslada, por sus miradas y por las palmeras de chocolate que se zampa cuando la dejan tirada en la cuneta que por otra cosa.
También (y puede que aparte de lo que hayan hecho los Javis, esto esté a remolque del trabajo que los demás observan en Brays Efe) los demás actores le van dejando a uno con esa buena sensación de cuando se asiste a una representación en la que se nota por todas partes que los actores creen en lo que hacen y se entregan. La misma veteranísima a pesar de su corta edad Lidia San José, la que nunca abandona a Paquita, y que hace casi de sí misma, es reconocida cada dos por tres por gentes que la recuerdan de A las once en casa y de Ala…dina, pero ella afirma muy seria que desde entonces ha hecho muchas más cosas. Pero no le va del todo bien, de modo que un día irrumpe en la oficina súper alegre y súper pizpireta anunciando que «se ha hecho lesbiana», que es lo que se lleva ahora, a ver si así le salen más trabajos: si esto no es desactivar la mitad de las críticas que se suelen hacer a los Javis, no sabemos lo que es. Los mismos Javis acusados de algo parecido hacen broma sobre esa misma conducta. Y por cierto sucede con mil y un contenidos de los que podrían considerarse «problemáticos», que esta serie coge por los cuernos y se echa unas risas a su costa. Ya decimos que son decenas los que salen con su propio nombre, y la mayoría parodiando algo de sí mismos: un logro de los directores, manejando material tan inflamable. Y por todas partes situación actual: Úrsula Corberó pregunta a Belén Cuesta (irreemplazable como secretaria de Paquita) si alguien recuerda Física o Química y califica de «pasote» lo que sucede con La casa de papel; MarionaTerés hace de Mariona Terés traicionando a su agente (Paquita); Irene Escolar, con su nombre de Irene Escolar, engaña a Anna Castillo para que esta no ocupe su plaza en la RESAD… y así hasta todo lo que se le ocurra al lector. El conjunto se constituye, entonces, en una especie de crónica-parodia-abrazo sobre la industria española (o quizá madrileña) de la televisión con mucha, mucha guasa y mucho, mucho cariño. Y tiene para los más sectarios habituales un buen sopapo de esos que los no sectarios suelen ser torpes para dar, y esta serie lo da muy bien: menos simplezas y menos estereotipos y menos bandos, que esta industria es complicada y sobre todo está hecha por gentes de verdad, personas y no personajes, gentes que eligen el festival de Tarazona porque allí se hacen los mejores torreznos de España (que tienen que estar crujientes pero no duros), y repres que, cuando les va mal, tienen que realquilar su oficina para peluquería más o menos clandestina.
Pero surge el capítulo 2 de la tercera temporada, en el que aparecen Laura Corbacho y el COGAM y todo parece oscurecerse.
Y aquí, por muchos que somos, nadie lo ha entendido bien.
La pobre Lidia San José sólo tiene en perspectiva un cortometraje, haciendo de campesino peruano con bigote. Y le cae encima la actriz trans Laura Corbacho, que hace de la actriz Laura Corbacho, con monólogo propio en Lavapiés, en cuyo camerino, después de un tsunami de insultos en tweeter, le suelta: «Me suda el coño que estés mal de trabajo, ya estás dejando esa parodia de hombre con bigote postizo, mucho más difícil lo tenemos los trans de verdad y ahora vienes tú a quitarnos trabajos».
Y la serie no deja claro en absoluto si todo nos ha conducido hasta aquí, que es la tesis de la serie, o si, por el contrario, está exponiendo (el personaje es aborrecible) una crítica a la actitud cerrada y dogmática perfectamente falta de…, como mínimo, «solidaridad» profesional. Parece, al leer entrevistas y comentarios, que «los Javis» han incluido este personaje para colaborar con su lucha real. Y eso es lo primero que crea malentendimiento: de pronto el argumento, que se ha instalado en una especie de universo paralelo al nuestro, ya no está ahí, sino que entra y sale de un mundo de ficción (Laura Corbacho es actriz, no secretaria de nada de la COGAM) a NUESTRO mundo real, del que, de pronto, habla de problemas de fobia LGTB en plan muy serio, y no sabe el espectador si el guión, la producción y la dirección de la serie están de acuerdo o no están de acuerdo con que Lidia San José es una intrusa, cuando (desde luego más en la serie que en la realidad, pero no poco en la realidad) es simplemente una actriz que lleva treinta años en el oficio, luchando en un casting tras otro, y esperando muerta de miedo, con la cara de susto que tienen todos los actores en espera, a que le den un dictamen o ni siquiera se lo den y la desprecien. Sí, sale con su nombre toda la serie, como ya hemos comentado de tantos, pero de pronto Laura Corbacho, que también sale con su nombre, vuelca sobre el nombre de Lidia San José los más agrios y bordes insultos que en estas ocasiones suelen volcarse hacia los «tránsfobos».
Pero de pronto, de nuevo súbitamente, en la contestación, volvemos al universo de la serie. Paquita contesta: «Ah, no, hasta aquí hemos llegado, tránsfuga mi Lidi no, eso no te lo voy a tolerar», y se bromea algo más con esa fonética equívoca.
Da la impresión de que alguien ha explicado mal a alguien, probablemente a Laura Corbacho, o quizá esta a los Javis, no hay forma de saberlo, qué es eso del tono de una escena (y no digamos de toda una serie). La serie ya está hablando suficiente de todo este asunto. Y tampoco es de esperar que vaya a catequizar a nadie, porque los «-fobos» en cualquiera de las materias afines a esta no se van a poner a verla. Probablemente está bien que sepamos que todos los demás tienen problemas, pero no da suficiente licencia el pertenecer a un colectivo lesionado desde antiguo para regañar a todo vivo actual como suponiendo, para empezar, que este vivo es malhechor o, como mínimo, que necesita iluminación o corrección de sus convicciones. Si los que están fuera del colectivo trans «no se pueden hacer idea de lo que sufren los trans para encontrar un trabajo», ¿qué permite pensar que la inversa es correcta, y que los trans sí que saben lo que sufren los que no son trans para conseguir un trabajo? En todo caso, dos observaciones: uno, no se van a arreglar los problemas trans regañando y mucho menos lesionando y quitando el trabajo a Lidias que son amigas de los trans, y dos, la serie está a punto de irse a la mierda en esos momentos, porque de pronto regaña a los espectadores sobre asuntos sobre los cuales quizá muchos espectadores pudieran regañar a la misma serie, a los Javis, no digamos a Laura Corbacho y, como si hiciera falta decirlo, al COGAM y sus continuas meteduras de pata, que nadie se atreve a decirles que, por ejemplo en su labor en colegios, consiguen más enemigos que amigos (ay del que se lo diga, claro).
Además la serie está de punta a punta protagonizada por un ACTOR que hace de MUJER. ¿Qué hacemos con esto?
Pero la serie recupera el mundo que ha creado, luchando a brazo partido con quienes siempre quieren que nadie hable más que de lo suyo, y en esa misma tercera temporada, hacia el final, alcanza alturas emocionales que muy pocos han alcanzado. El personaje, se diría que marginal, que interpreta luminosamente Claudia Traisac se convierte de pronto en el oculto motivo y motor de todo lo que ha sucedido.
Si de algo servimos, que sea para pedir que se invente un nuevo premio para dárselo a todo este reparto, y que próximas entregas se centren más en Clara (Claudia Traisac).
Muy sorprendente serie y con momentos dramáticos y cómicos espectaculares, que por la mierda de la política y de la sociedad de la queja ha estado a punto de irse barranco abajo; pero lo evita.