Ratched y Maxi

Ratched y Maxi

 

La serie Ratched ha sido presentada como hitchcockiana, como decadente, como manierista y como prolésbica. Nosotros queremos presentarla como complicada, sofisticadísima, quizá sí algo hitchcockiana, y desde luego turbia, diagonal, brumosa y colorista. En todo caso, no es una serie simplona ni convencional. Aunque ya sabemos que en cuanto se dice eso, los originalistas cazan mil gamusinos de un tiro: pues los planos medios los ilumina igual que CSI Las Vegas (principal, contra, fondo, relleno); pues sus fundidos duran lo mismo que los de El Espíritu de la Colmena, no, perdón, quiero decir El Silencio de los Corderos. Así que da igual lo que digan.

Hermana (Sarah Paulson) y hermano (Finn Wittrock) ya treintañeros en 1947 se reencuentran después de muchos años: él ha hecho carrera criminal y ella de enfermera, y ella le localiza a él en el psiquiátrico donde a él le espera la ejecución. Ambos huérfanos, no hermanos naturales, compartieron casas de acogida, malos tratos, violaciones, y un juramento de eterna fidelidad recíproca. Él carga sobre sí el asesinato inicial de sus últimos violadores, y desde entonces aumenta el currículum. Ella falsea el suyo de enfermera y en el hospital de campaña aplica muertes indoloras a quienes se la piden amputados, quemados, desesperados a la vuelta de primera línea. Ambos hermanos se saben determinados por sus primeros catorce años de vida, demasiado construidos por ellos, con demasiada proporción de materiales en sus personas acumulado en esos tiempos iniciales. Cada uno intenta deshacerse de esa determinación a su manera. Pero ambos saben que no pueden más que sobrellevarla, porque es determinación.

Maxi era un chimpancé de 40 años que falleció el pasado 2 de octubre en el centro de acogida de primates que cierta organización tiene en un lugar discreto de la provincia de Madrid. Pasó en este centro los últimos 8 años de su vida. Llegó magullado, lesionado, con cicatrices de quemaduras y cortes, medio tuerto y sobre todo desconfiado y muerto de miedo. Pero era visible que quería tener amigos y relacionarse con otros; o que hubiera querido tenerlos, porque ya no parecía que le fuera posible. Había sido maltratado, golpeado, gritado, vejado, humillado y sorprendido con el desengaño y la traición demasiadas veces en aquel lugar en el que lo mantenían vivo lo justito para que proporcionara espectáculo y dinero a sus dueños. Se sabía determinado por ese pasado, demasiado construido por él. Intentaba deshacerse de esa determinación acercándose a otros chimpancés cuya amistad necesitaba pero demasiado a menudo en el último segundo se disparaban todos los mecanismos aprendidos años antes, y tenía que seguir solo, o apenas intercambiando con precauciones un palito de madera por otro que le daba un compañero. Pero otros animales que procedían del mismo lugar que Maxi no fueron tratados como este, de modo que sólo conociendo muy de cerca su historia se puede afirmar su verdad: el aspecto de estos otros, las que pudiéramos llamar las narraciones de los demás, harían dudar del pasado de Maxi. Pero este pasado era cierto.

Otros acogidos en las casas de Mildred Ratched y su hermano adoptivo no fueron golpeados y humillados como estos. Si hubiera que atender a sus testimonios, acabaríamos concluyendo que Ratched miente, o que se lo inventa, o que exagera o que dramatiza lo que probablemente no fueron más que los inevitables roces de una educación. Pero no lo fueron. Aunque muchos de los otros hasta lleguen a afirmar que esos padres adoptivos eran bonachones, se estarán equivocando, porque sólo es bonachón el que lo es siempre, no el que lo es con unos pero no con otros, el que trata a unos hijos con entrega y encanto pero a otros los golpea y les exige lo inexigible para poder seguir golpeándoles.

Estamos muy lejos de aceptar que una infancia con malos tratos cause, explique y mucho menos justifique una vida adulta criminal. Puede que algún caso suelto se explique así, pero como explicación general hay pocas que sean más falsas e indulgentes. Pero tampoco se puede ser indulgente con lo que se usa habitualmente para eximir de culpa o de calificación al adulto que humilla, grita y pega a un niño o a un chimpancé, ninguno de los cuales ha elegido estar donde han tenido la desgracia de estar, por mucho que ese mismo adulto proporcione además techo, comida y hasta abrigo. Porque una de las primeras secuelas que va a sufrir el niño así tratado será que sus iguales que no han sufrido el mismo trato le tomen por mentiroso: esos iguales no pueden soportar que aquel a quien tienen por benefactor fuera además, en otras horas y con otros, malefactor hasta ese extremo. Como otros animales cercanos a Maxi no fueron maltratados como él, muchos dirían que la historia de Maxi se ha exagerado. Pues no se ha exagerado. Ni siquiera se cuenta completa, porque la mayoría de los oyentes no la soportarían.

Mildred Ratched sólo cuenta muy fragmentariamente su historia y la de su hermano a lo largo de la serie, que nos ofrece unos flashbacks muy estilizados para mostrarnos el horror vivido por los niños en aquella época. Incluso con la voz de ella en off es muy claro que no cuenta todo. Que hay cosas que no se pueden contar, porque si se contaran nadie las creería, y eso sería una lesión añadida a las anteriores, que mejor si se puede evitar. Encima, mentirosos. Es curioso que esto siga vivo en los tiempos del indiscriminado (e injusto) «hermana, yo sí te creo». ¿Por qué tan a menudo no se cree al adulto que narra tranquila y racionalmente horrores de su infancia proporcionados por un adulto al que otros consideran bonachón?

La serie Ratched, lejos de hacer lo que tantas otras, justificando el delito de hoy con la victimización de ayer, expone por encima de todo la lucha agotadora de ella por no vivir hoy determinada por esa infancia, a diferencia de su hermano que ya hace tiempo que se rindió: si su vida adulta comenzó por fin pagando un inevitable precio de asesinato, que continúe así porque ya no tiene nada que perder, parece decirse él. Es cierto que, quizá para compensar la sordidez del argumento, la dirección artística, la fotografía y hasta las interpretaciones son coloreadas, luminosas, y a un tiempo sutiles. Es todo lo contrario de una serie oscura o de producción menor. Algunos afirman que esta enfermera de psiquiátrico, Mildred Ratched, es la misma que pocos años después aparece liderando grupos de conversación entre internos en Alguien voló sobre el nido del cuco. No parecen, de momento, el mismo personaje, y no nos hace falta que lo sea.

Pero lo que sí nos interesa es la muy alargada sombra del pasado: han sucedido tantas cosas desde aquel juramento de fidelidad recíproca que hoy, al final, ya somos diferentes. La lealtad se ha convertido en un nuevo juramento: «Voy a por ti», «No, yo voy a por ti», se amenazan telefónicamente los hermanos al final. El que pegaba y humillaba a los niños, el cobarde por excelencia, lo ha conseguido.

El pobre Maxi nunca pudo explicar tanto como su mirada daba a entender que quería hacerlo. Ya descansa.