01 Dic Sin novedad en el frente, casi un siglo después; la nueva versión, dirigida por Edward Berger en 2022
Hemos visto esta nueva adaptación al cine de la famosísima y fértil novela, y probablemente somos más hijos de nuestro tiempo de lo que nos gustaría, porque lo cierto es que nos ha dejado complacidos y con la sensación de que con obras así se sigue haciendo poco a poco justicia a los sufrientes ignorados de toda la historia. Por supuesto no ignoramos obras, tanto literarias como teatrales y cinematográficas, y hasta ensayísticas, que ya han ido abriendo camino desde hace quizá veinte o treinta años (y nos gustaría aquí reseñar un extracto muy escogido de párrafos de Guerra y Paz, por irnos solamente un poquito más allá en el tiempo); no decimos que esta película sea la primera ni pionera de nada. Pero sí hemos visto que retrata mejor que otras, inspirándose probablemente en algunas de ellas, lo que muchos creadores y pensadores llevan tiempo queriendo comunicar al gran público. ¿Y qué quieren comunicar? Pues está claro: que la guerra, incluso la necesaria, es una mierda, y que toda la palabrería que la rodea es otra mierda, y lo era, hasta extremos inimaginables hoy, la que rodeaba a las guerras de antaño, y a lo mejor que puede que la palabrería de hoy no lo sea menos, porque imita y rescata esa retórica podrida de grandilocuencia mentirosa y la trae nada menos que al día de hoy, cuando ya nada alrededor es como era hace cien años, cuando ya tampoco es que fuera decente ni digna ni tolerable esa palabrería, pero las gentes sabían mucho menos que las de hoy cómo es eso de estar en un frente de batalla, y por saber poco era más fácil de convencer. Pero qué cuajo tienen que tener los retóricos de la guerra de hoy para soltar esas mismas mierdas, o sólo levemente adaptadas al lenguaje de hoy, sabiendo que las gentes son muy diferentes a las de 1914 e incluso a las de 1936 o 1939 e incluso a las de los años 60; un cuajo de premio y monumento, porque las sueltan.
Tratamos de esta nueva película, de producción alemana (entre otros, la ha producido Daniel Brühl, que tiene un pequeño papel de diplomático) y dirigida por Edward Berger, director antes de muchos episodios de la fascinante Deutschland 83, y de la originalísima Patrick Melrose y de 20 episodios de Your Honor: oficio tiene el tío, y en esta película se le nota. Actores perfectamente elegidos, entornos naturales o recreados en postproducción perfectamente adecuados (e impresionantes) y sobre todo ritmo, un ritmo (ojo, que no vamos a decir lo que parece) a menudo tranquilo en medio de las cargas de infantería en tierra de nadie entre trincheras; en otras ocasiones menos tranquilo, y a menudo montajes paralelos contrastando realidades de retaguardia acogedora y suave y fluida, y cráteres de bombas llenos de barro y cadáveres junto a los que refugiarse. Ritmo es lo primero que nos sale por el teclado cuando repensamos esta gran película: ni esa trepidación alocada y acrítica del cine de catástrofes de los 2000, ni excursiones líricas ajenas a la realidad de lo que cuenta. Una extraña música, original, más allá del minimal musical, casi más llena de silencios que de sonidos, nos recuerda de vez en cuando que ese paseo en coche destartalado, al otro lado del cual vemos deslizarse hacia atrás los chopos deshojados, se está haciendo no por un bello campo otoñal sino, como súbitamente muestra el giro del plano hacia el contracampo, al borde mismo de la cresta más allá de la cual el enemigo está tirando balazos uno a uno, apuntando y no a bulto, y de vez en cuando incluye un obusito de mortero suelto, que son los peores porque no vienen anunciados, y que como te caigan cerca te atizan una metralla que te va a dejar unos cuantos agujeros en el pecho para mirar a través de ellos a esos chopos.
Nada que no sepamos desde que, contra mucho viento y mucha marea, Erich Maria Remarque dio en escribir su novela. Una novela que es tan natural para nosotros los de hoy como cualquier memoria de guerra, pero que fue y ha venido siendo durante décadas tan pecaminosa e intolerable como si hubiera escrito un manifiesto para la ejecución primero del káiser, pero a continuación casi de todos los serios hombretones de panza, frac y bigote que se ponían ofendidísmos si alguien no asentía del todo a sus ridículos discursetes sobre el honor y la hombría y la gallardía (de aguantar los piojos y los mordiscos de ratas en las trincheras, por ejemplo, pero esta parte no la decían). Pero cuidado: no sólo los bigotones, sino también las damas de puntilla, manga larga y cardado, las señoras de barbilla alzada de cualquier clase, siempre reivindicando la superioridad de su sufrimiento de esperantes antes que esas minucias de crueldad, torturas, amputación y gangrenas de sus hijos en el frente. Mucho rédito daba esto, mucha jerarquía en la retaguardia, y probablemente mucho más de lo que parece con la distancia, porque todo se puso en contra de la novela de Remarque desde el principio, y muchos, incontables, con o sin poder, no dejaron pasar ocasión de infamar al autor y de buscar la condena de quien lo leyera. Porque si se sabía la verdad de esa guerra que adoraban, a lo mejor se les jodía el invento, y el estatus y la jerarquía se les iba a la mierda (aunque nunca la misma mierda en la que habían hecho vivir a sus hijos).
Pero el caso es que casi se les fue a la mierda, sí. Casi se les ha ido del todo, salvo para esas pocas extravagancias que quedan de familias de asesinos múltiples que reclaman su vuelta a la región de origen, familias y sobre todo madres que desde luego que disfrutan en su micromundo de un estatus especial, en el que… a veces les fían las chuletas en la carnicería del barrio. Bueno, si se queda en eso, se puede aguantar. Pero no que se tiren el rollo retórico.
De modo que hoy, ante una película magnífica como es esta, nos tememos que las reacciones han cambiado mucho, hasta el punto de que permite pensar en si no habrá cambiado el material genético de los humanos que la ven, en relación a los que veían, y han estado viendo durante 90 años, la famosa primera adaptación más o menos pasada por el rayador de queso de Hollywood, descafeinadita en lo que quizá era más interesante que no la descafeinaran. Esta no está descafeinada en modo alguno, aunque en ciertos detalles se aparte de la novela original; pero es que es imposible quedarse tan lejos, ser tan objetivo o frío o meramente científico como Remarque consiguió quedarse o ser, cuando además se trataba de una narración autobiográfica. Autobiográfica y casi, si se entiende el adjetivo, trivial: quizá una de las mayores virtudes de la novela original y de esta adaptación de 2022 es no tirarse el folio abstracto. Nada de subidas teóricas ni políticas, nada de olvidar los hechos tal cual son y ponerse a suponer teorías, filosofías de la historia, big pictures. Remarque se propuso contar cómo es la vida de un soldado en una trinchera, y por qué estaría obligado a proponerse otra cosa, y la contó insuperablemente. Esta película se propone lo mismo, y lo cuenta insuperablemente.
Pero no nos olvidamos de Tempestades de acero, que quizá pinta mucho más de lo que se suele pensar en que la obra de Remarque por fin alcanzara la respetabilidad y en definitiva el éxito. Otro punto de vista, el de Jünger, durante tantísimos años mal entendido (enemigo declarado y racionalizado del marxismo como era, pero intelectual de primera categoría, ay, qué diana para los insultos prefabricados) que vino después, con otra prosa y otra altura, pero que en definitiva, página a página y línea a línea, contaba prácticamente lo mismo pero, ahora sí, con una firma aceptable por la Academia. Así que de ser insultada como prosa de barro y ratas, Sin novedad en el frente pasó a ser prácticamente obra fundacional de lo que en el último cuarto del siglo XX acabó consolidándose como una pequeña conquista de la decencia y la verdad: dejaos de cuentos chinos, dejaos de nobleza de salón de fumar, porque esa epopeya nacional o ideológica es sólo eso, sí, barro y ratas; y dolor y sangre y crueldad y abuso y tormentos y muerte. Y vinieron los directos o casi directos de la televisión desde Vietnam, y desde Bangla Desh, y vinieron las grabaciones clandestinas de los Khmer rojos, y vino Etiopía; y ese fosilizado «hubo que reducir a los revoltosos» de pronto ya tenía otro significado con las grabaciones de Soweto (y casi se perdieron el verbo reducir y el sustantivo revoltosos), y parece que todo en conjunto no fue otra cosa que una preparación sin saberlo de lo que íbamos a ver en las guerras de Kuwait e Irak, en Siria, en Uganda, y años después en Afganistán. ¿Quién puede en la actualidad seguir sosteniendo esas estupideces grandiosas y elevadas sobre el noble arte de la guerra? Pues quién sabe: Chuck Norris y sus balazos sin sangre, quizá: o casos parecidos de ignorancia, lejanía y provecho electoral entre desinformados.
Hoy ya sabemos lo que te espera si te mandan a una trinchera. En cierto modo, hoy ya sabemos lo que nos va a mostrar una película como esta nueva Sin novedad en el frente. Se han hecho más y más películas acerca del individuo en guerra, del objetor que es médico y a pesar de su objeción o precisamente por ella va al frente. Se ha contado el dolor y la herida desde cerca, en El cazador, Apocalypse Now, La colina de la hamburguesa, Iwo Jima, Cartas desde el frente, y ayer mismo en la hermana de esta, 1917, de Sam Mendes; y en decenas más de películas, muchas apoyadas en novelas previas. Hoy no hay excusa, ni siquiera para un floral lector exclusivo del 27, para ignorar la realidad de la persona en un frente de batalla. No caben las risillas ni las ironías ni los chistecitos ante las batallitas de la mili: no hay multiplicador para conseguir las mismas medidas de humillación, miedo, dolor y sufrimiento que tiene un soldado en una trinchera desde sus equivalentes en los terribles sufrimientos domésticos de las damas de bastidor de bordado o los orondos calvos que no encuentran taxi a la salida del teatro.
Y eso es lo que nos hace comprender que hay una mierda definitiva, la mayor de todas: que hay estúpidos, locos, dementes, que hacen que sea necesario hacerles la guerra, que hacen la guerra por iniciativa propia y hacen que algunas guerras sean necesarias.