01 Abr Telecinco: el secuestro de la frivolidad
Amigos, ciudadanos de Roma: en esta entrega número 51 (sí, has leído bien, llevamos 51 quincenas rajando sin descanso de cosas del cine y de la tele) vamos a hablar, por fin, de Telecinco.
Que de no ofrecer nada que interesara ni lo más mínimo a (nos parece que) nadie que conozcamos, ha pasado a despertar, sí, por fin, nuestro interés, aunque no precisamente por cosas de su programación. Quizá lo que querría Telecinco sería que su programación fuera suficiente como para interesar a veedores tan cualificados y estimados como nosotros; pero no, todavía no. Lo que nos ha interesado, desde siempre, y mirándolo un poco de lejos (así como se mira un accidente de tráfico desde el otro lado de la Diagonal o de la Castellana mientras se habla de otra cosa), ha sido que semejante oferta de digamos contenidos televisivos tuviera y mantuviera semejante éxito de audiencia a lo largo de los años. Al principio (casi el principio en sentido geológico, porque hablamos de 1990 y por ahí) se bromeó mucho con Telemuslo, con la cosa hiperhortera, con la estética de revistilla del Paralelo pero ahora lanzada como en un Pentecostés por el mundo de clase media de más allá del menestral barcelonés. Luego, fíjate, eso se consolidó y quedó para siempre. Telecinco sería al mal gusto carca como el algo posterior Canal Plus sería al mal gusto progre. Que, por supuesto, son sectorcitos de población que tienen sus gustos y sus proveedores de satisfacciones. Pero…
¿De verdad de verdad de verdad a alguien le importa de verdad lo que pueda ser o dejar de ser no sé qué exnovio de una hija de una antigua cantante que tampoco es que haya hecho más en la vida que ser hija de esa cantante, y el exnovio tampoco ha hecho más que ser ese exnovio? Y así podríamos ir preguntando caso a caso por todos esos casos que ahora hemos conocido que eran, más o menos, el único contenido de esos programas de esa emisora. Que no es fácil decir eso de que oye, puestos a ser rigurosos, nos parece estupendo eso del cotilleo y del marujeo (palabra hoy prohibida, sí), que es que si nos ponemos antropológicos pues es verdad que los cotilleos y los amoríos y los rumores sobre los emparejamientos o desemparejamientos de guerreritos de la tribu han sido desde que tenemos noticia uno de los elementos fuertes de cohesión de las tribus y familias y etnias y regiones; y que a lo mejor en la actualidad hay cosas de esas que ejercen una función como así, de modo que tampoco es cosa de ponerse purista ni exquisito ni elitista ni progre ni meapilas. Dejemos que cada partecita del mundo y de la sociedad ejerza su función, disfrutemos de las que cada uno podamos disfrutar, y allá cada cual y no toquemos los cojones al prójimo, por decirlo como Margaret Mead. Sí, de acuerdo en todo eso. Pero ¿Rociito y Jorge Javier Vázquez y Paquirrín y no sé qué toreros o extoreros y todas esas señoras gritonas del plató y esos jóvenes de piel de plástico y barba irreal tienen de verdad ese interés y mosconear alrededor de ellos cumplen esa función?
Ahora Telecinco se ha hundido en la sima de las bajas audiencias: ¿ha sido eso un signo de que esos pocos a los que al parecer esas tonterías les interesaban han ido dejando de ser pocos para pasar a ser casi nadie, sea por cansancio por reiteración, por defunciones sucesivas, por agotamiento del material -el expuesto y el espectador- o, no te lo creas, por mejora de las capacidades intelectuales? Porque digamos lo que nadie se atreve a decir: esos cotilleos antropológicos necesarios son muy otra cosa que esas peleas de entre periodistas de plató acerca de si Fulana morreó a Fulana (o a Fulano, o viceversa), te lo digo yo, que lo vi, vaya si lo vi, y ni tú ni nadie le va a decir a la hija de mi madre que no lo vi, ¿entiendes?, y como sigas así me voy del plató (y el presentador, al que hay que reconocer que ha hecho malabares extremos para estar en eso y a la vez postularse como icono progre, asiente poniendo cara de mucha seriedad y circunstancia ante la gravedad de lo que están gritando). Los cotilleos útiles y necesarios para una sociedad son muy otra cosa, amiguitos, y no vuestros gritos y vuestro constante miraros en los monitores del plató a vosotros mismos, a ver cómo os queda el tupé nuevo o el floripondio esternal recién vestido o la sombra de ojos con purpurina.
Si es que es verdad, hombre, por dios, si es que siempre se han presentado a sí mismos como el ariete de la alegría y del saber vivir contra la oscuridad de los intelectuales o ni siquiera de estos sino de los simplemente tranquilitos y moderados y nada más que con otros gustos. Siempre han hecho ostentación de su enemistad con los aburridos, los desaboríos (así, en sevillano, sin la d intervocálica, que al parecer es como hay que pronunciarlo), los rancios, los cansinos, como dicen. Pero no han hecho otra cosa en sus programas más que poner caras de extrema gravedad (eso de que la hija de alguien repita en la boda de anteayer de otra hija de alguien un tocado de una boda de hace tres años no se puede narrar a la ligera), de seriedad casi irreversible (lo de pasar por salidas del aeropuerto Barajas a los cuatro días de haberse divorciado no puede augurar nada bueno) y además no han salido, al parecer, de un estado de enfado crónico contra casi todo el mundo y desde luego se diría que entre ellos, porque no hacen más que anunciar que «en unos minutos, las revelaciones de Mengano -presente en el plató- que ponen a Zutana -ídem- como un pingo. Muy fueeertee» (sic). Pues si ese es el estado que proporciona su saber vivir en la ligereza y la alegría y la falta de gravedad, casi me voy a ir estudiando el temario para las oposiciones a verdugo o a inspector de hacienda, ¿no? Y se diría que ahora hay muchos, ha habido muchos, han sido casi todos, en realidad, los que han ido considerando que los aburridos, los desaboríos (ejem), los rancios y los cansinos eran ellos. Y el nuevo jefazo de telecinco (que por su lado tiene su propia novela, no olvidarlo) ha dicho que a ver.
Si es que nos joden estos tíos porque nos obligan a decir las mismas cosas que dicen los insoportables pedantes en la trascendencia sin que lo seamos: ya querríamos que la frivolidad, la alegría ligera de las cosas, los comentarios de lo trivial, tuvieran mejores portavoces y modelos. Eso nos hace falta a todos y todos queremos disfrutarlo. Pero es que con estos muermos enfadados permanentemente y de horizonte de contenidos más corto que el de un catálogo de bragueros para herniados no hay nada que hacer. Les funcionó la fórmula un día o una temporada, se regodearon en ella, y se han tirado décadas repitiéndola. Como las mediciones de audiencias son cosa muy discutida y discutible, puede que ya haga tiempo que les veían menos y menos gentes, pero algunos no se habían enterado. Al final, por defectuosas que sean esas mediciones, si lo que tienen que contar es muy grueso, con unos u otros errores en las cuentas se acaba notando, que parece que es lo que ha pasado.
Al final casi han conseguido de nosotros que los imitemos, porque lo que sentimos es algo parecido al cabreo que ellos ponen siempre en su cara: han secuestrado la frivolidad, y eso no es fácil de perdonar. Es como si la bachata hubiera secuestrado la música festiva (bueno, casi está sucediendo) o el «vinagre balsámico de Módena» hubiera secuestrado el mundo de los aliños de ensaladas (cuidadooo, que puede que lo haya hecho), o el «¡las manos donde pueda verlas!» hubiera secuestrado la ficción policiaca audiovisual (anda, que vaya tres ejemplitos que nos han salido tan cuajados). Pues lo mismo: como si no existieran el reggae o el pop-rock, o como si no existieran el aceite de oliva y la sal o la salsa césar, o como si no existiera la serie de televisión Happy Valley.
Lo que sentimos ahora los alejados de ese mundo de rociitos y ortegacanitos y pantojitas es esperanza, lo que hay que ver. Necesitamos frivolidad, banalidad, cosas que sean festivas y agradables nos entretengan sin problemas y hasta nos hagan sonreír. Los de telecinco os habíais olvidado de nosotros que, por fin nos atreveremos a decirlo, somos muchos más que esa pequeña parroquia de yonkis que os habíais creado.
A ver si ahora.