01 Feb The Glorias: película dirigida por Julie Taylor sobre la vida de Gloria Steinem
Lo que más nos ha gustado de esta película, además de su final, es lo que, al parecer, menos ha gustado por ahí: sus segmentos como de ensueño, fuera de lógica mecánica y de serenidad. Estas cosas dependen, claro, del momento en que te pillen, y se ve que por aquí nos pilló en el momento bueno. En ellas, la directora ha unido las ideas y los sentimientos que de un modo más racional o respetuoso con las normas de la física hubiera sido imposible unir, y con ellas recapitula, condensa y lanza el siguiente acto de una narración compleja y ramificada.
Lo que menos nos ha gustado han sido las escenas más íntimas de militancia. Pero no porque estén mal hechas, sino porque dan la impresión, precisamente, de reflejar muy bien lo que era (y más o menos es) aquello. Afortunadamente, son pocas y breves, pero nos han recordado mucho a una estupenda broma que nos lanzaba la última temporada de The Good Fight a través del personaje Liz Reddick, interpretado con toda su clase por la actriz Audra McDonald: hablan de cómo enfocar una entrevista y ella pone las cartas boca arriba, diciendo «Y yo haré el estereotipo de la negra cabreada». Y nos ha molestado, además, que hemos reconocido en estas escenas un mal que ya venía amenazando con casos esporádicos y que poco a poco se ha ido extendiendo, mal sobre el que volveremos pero que de momento dejaremos mencionado con el nombre no muy completo de anacronismo metoo étnico.
The Glorias es una película de gran formato, biográfica, compleja y original. Toda ella es la vida de Gloria Steinem, una de las verdaderas heroínas a menudo olvidadas, o, lo que es peor, a veces no olvidadas pero entonces despreciadas, del feminismo de primera y segunda ola, y hasta de la tercera. La casualidad o la epidemia quisieron que el estreno de la película coincidiera con la otorgación del premio Princesa de Asturias a la verdadera y muy viva Steinem, que aprovechó para soltar un precioso discurso de los que se esperan de ella, que por ser verdaderamente feminista es más amplio que feminista y a lo mejor no nos queda otro remedio que llamarlo humanista. Y precisamente por ahí va la película, paso a paso, mostrando mucho más que lo que la rara cuarta ola querría que se mostrara de una de sus principales figuras: porque hay 4 Glorias, 4 actrices de diferentes edades, una de algo así como 10 años, otra de unos 15, otra en la treintena y luego la madura que celebra su 50 cumpleaños. Pero no van relevándose a lo largo de la película, sino que se reúnen dos a dos, o en alguna ocasión las cuatro, y se interpelan, se burlan o hasta ¡se perdonan! unas a otras. Ya decimos que esta película no es una cosa rutinaria: pero no teman los más amigos de la narración estándar, que esas escenas son breves, ágiles, y están bien colocadas, por así decirlo. Y nos vamos a su infancia, con su padre caótico y bohemio, y a su primera juventud desconcertada, y diríamos que el mayor tiempo se le da a la treintañera (interpretada por Alicia Vikander), la periodista cañera que tiene que permitir que un hombre firme sus trabajos en The Esquire, o que deja de permitirlo y avanza en su lucha individual hacia territorios que conquista y en los que luego habitarán miles y miles de mujeres. Y en su madurez (que interpreta Julianne Moore, de un parecido físico real con la auténtica Steinem que se diría inverosímil) nos lleva a los momentos definitivamente políticos, y recorremos esa guerra que incluye las primeras peticiones de despenalización del aborto bajo las pedradas de los cristianos militantes hasta las últimas marchas de mujeres sobre Washington: estas nos van a traer una de las sorpresas agradables y lúcidas de la película.
Nos ha gustado el conjunto de esta película y nos han gustado muchos de sus detalles. A veces produce ganas de proponer que se imponga su visionado obligado en institutos y a lo mejor en algunas facultades universitarias (en el documental seriado de Movistar El corazón del imperio, sobre textos de Posteguillo, acerca de las mujeres en Roma, una joven consultada, quién sabe por qué, entre las varias expertas que hablan a cámara, y que ha teñido todas sus intervenciones de indignación militante inexplicable, afirma en un momento, con mucho subrayado, que la mujer en la Roma republicana estaba oprimida por la obligación de hacer lo que su varón le pidiera, y añade: «como hoy»). Coincide The Glorias con unas cuantas de esas películas y series de las que algo hemos comentado, que reproducen o reviven los años 60 y 70, y algunas con excelente puntería, y ponen de nuevo ante los ojos de los que lo vimos entonces, o por primera vez ante los ojos más jóvenes, realidades que hoy se olvidan o se desconocen o sobre las cuales, directamente, se miente. Pero esto del olvidar o del mentir, que en The Glorias es casi el argumento, como veremos dentro de un momento, no es en realidad un problema exclusivo ni mucho menos del feminismo, sino que es una infección que se puede detectar en cualquier aspecto del discurso público, y del político implícito o explícito, sea institucional, sea artístico o sea algo que no venga a cuento; algo cercano aunque no idéntico a ese canceroso adanismo que tan a menudo hay que denunciar, porque trae en su cortejo los peores agentes y las más negras previsiones.
Lo que menos nos ha gustado, como hemos avanzado arriba, han sido las pequeñas reuniones caseras de aguerridas militantes (y algún mitin menos casero), en los que hemos tenido la impresión de que, entre pitos y flautas étnicos de Hollywood, no ha habido posibilidad de dirigir a las representantes de las minorías, que se han lanzado, ya decimos que parecería que sin control, a expresar no lo que sus personajes expresaban en 1969 o en 1975, sino lo que hoy expresa una militante de y acerca de 2021, y, lo que es peor, con modales, modos, tonos y hasta léxico y gestos definitiva y reconociblemente post-Beyoncé, familia MeToo, filo Cabreada como un Puma. No, no es cosa de llamar a la comprensión de ese cabreo intenso pero vacío, sin objeto presente, sobre la base de unas conjeturas acerca de los sufrimientos habidos: el viejo truco de la ofensa colectiva como abrigo para la descarga de mis problemas personales tendría que ir dejando de funcionar, porque ya hay suficientes pruebas de que sólo ha servido para desvirtuar y debilitar causas, estas sí, nobles, al ensuciarlas de yo y de trivialidad. Y eso es precisamente lo que se consigue con esas secuencias: desinflar la densidad que la película tiene y ofrece en cualquier otro momento, por la previsibilidad de sus gestos (actuales), sus ademanes (actuales) y hasta sus frases hechas (actuales) contra los hombres (actuales) y contra todo lo que no sea una especie de autoafirmación algo vulgarizada, narcisista y macarra, que es milímetro a milímetro lo más opuesto posible al feminismo de Steinem (la de verdad y el personaje), del resto de los personajes, y del conjunto de la película.
Pero salen en pantalla algunas de las grandes figuras femeninas de entonces que han llegado hasta la actualidad, incluyendo la misma Gloria Steinem en la gran manifestación de Washington. Y ella, como sabe todo, como lo ha visto todo y lo ha peleado todo, como conoce de verdad y de verdad tiene una contabilidad de la cantidad de vida que ha perdido en esas luchas, dice al micrófono para que se la oiga en los altavoces que hay a kilómetros de distancia: os agradezco que hayáis venido tantas mujeres, os lo agradezco a las jóvenes, y os lo agradezco a las mayores como yo, porque así las mayores os podéis acercar a las jóvenes y contarles de cerca que hace años las cosas estaban peor.
Eso sí que es un homenaje a las que lo lucharon entonces.