The sinner

4 temporadas de series de 8 capítulos. En Netflix de momento.

Bill Pullman nos dejó negativamente impresionados con tres o cuatro interpretaciones de su juventud, de modo que nos ha costado algo más de lo normal ceder a las presiones que nos obligaban a ver esta serie. Acorralados, maniatados, coaccionados, la hemos visto entera, y tenemos que reconocer que hemos descubierto a un actorazo. Es verdad que, por no renegar de todo, estamos convencidos de que se trata de uno de esos fenómenos de actor esperando a su edad apropiada, de los que hemos visto más casos, y que siempre son muy agradables de presenciar.

Jessica Biel nos dejó también negativamente impresionados con tres o cuatro interpretaciones de su juventud, si bien observábamos que detrás del lucimiento del palmito al que, sin duda, le obligaban productores y directores, había una buena dicción y un bien colocarse en escena que quizá delataban una seria preparación profesional que de momento no lucía. Pero también estamos convencidos de que el suyo es uno de esos fenómenos desgraciados y frecuentes de tener que hacerse perdonar el ser una tía físicamente espectacular, fenómenos que tanto talento actoral femenino han apartado del éxito; así de triste ha venido siendo la cosa. Y en esta serie, de pronto (y por cierto en alguna otra estrictamente contemporánea como Candy), producida por ella misma, se ha destapado de pronto como una leading actress de primera.

Así que resulta que las coacciones tenían un buen fin: hemos disfrutado de una de las series más sólidas, intrigantes, bien interpretadas y sórdidas del año. Sórdida es poco decir; sordidísima queda feo, así que acudiremos a sordidérrima, que queda todavía peor. Pero no es sórdida la serie, sino lo que cuenta. Aparte, probablemente con buen tino, tras protagonizar junto a Pullman la primera temporada, Biel se retira a la producción ejecutiva (que ya es un pedazo de curro) durante las siguientes tres, en las cuales ese lugar de antagonista que ella ocupaba lo manejan ahora ¡nada menos! que su excelencia Carrie Coon (hay planos en que se diría que es hermana de Biel), cada día y cada año más cerca de la divinidad actoral, su alteza Matt Bomer, del que se podría decir algo parecido, y en la cuarta y última la morganática Alice Kremelberg, que necesitaba este papel protagonista triunfal tras pasar por casi todo el resto de las series de televisión actualmente en emisión, y que no se queda atrás de sus ilustrísimos tres precedentes en The Sinner.

A ver si nos explicamos: es que en Independence Day Bill Pullman hacía de presidente de Estados Unidos, y no te lo creías ni antes de entrar en el cine, porque lo hacía como si ya fuera el detective Harry Ambrose de esta serie. Y lo mismo en Mientras dormías; y diríamos que con casi todo lo demás. Y de pronto aparece Harry Ambrose: Bill Pullman. O sea un detective sesentón, cabezota, experto y toreado y macerado ya en todas las salsas posibles, que aunque es de Dorchester, cerquita de Nueva York, tiene la actitud, la quemazón, el habla y sobre todo la mirada en oblicuo de un cazurro rústico pero sabio, desconfiado con retranca, descreído de sembrados pero ilustrado en secreto. Es todo lo que ya ponía antes, por ejemplo en aquel personaje de presidente, al que no le pegaba nada de nada. Pero es que el detective Ambrose es exactamente así, diríamos que como Bill Pullman es, si no tuviéramos la desgracia de conocer algo más de ese mundo de actores (porque sería muy bonito poder creer en esas coincidencias digamos astrales; pero no podemos).

Y Jessica Biel es otro caso, porque tampoco podríamos decir que ya venía interpretando este personaje durante toda su carrera. Ella, como ya hemos insinuado, más bien da la impresión de que no la habían dejado actuar, salvo excepciones breves y olvidadas. Y llega la serie Candy, en la que ya se transustancia integralmente en ese personaje. Y por fin esta Cora le permite obligarnos a los apegados al trabajo actoral a decir que hemos aumentado nuestro patrimonio de disfrute y admiración. No insistiremos en la excelencia de Carrie Coon, de Bomer y de Kremelberg, que dejamos para siguientes comentarios suponemos que embelesados.

The Sinner, con todo ello, es un exceso, en el mejor de los sentidos. No hay en ella un minuto que no merezca la pena. Las tramas son, como décimos, policiacas del XXI a más no poder. Eso de «ha aparecido una señorita fallecida en la calle tal» de los numerosos intentos del pasado de hacer encajar las tramas detectivescas o negras en los modales, el lenguaje y las cortas capacidades morales de la vieja clase media, se ha quedado inmanejable, como era de esperar, a estas alturas. Ahora ya no hay eufemismos ni lítotes bochornosas, y cuando a alguien le sacan las tripas lo que se dice y lo que se muestra es que le han sacado las tripas. Y quizá somos más hijos del futuro de lo que creeríamos, porque la verdad es que lo agradecemos. No vemos necesidad alguna de disfrazar estas cosas cuando se habla de estas cosas. Si no te gustan, pues no hables de estas cosas, ¿no? Polanski y su maravilla cinematográfica titulada Chinatown ya nos lo dejaron claro hace ¡nada menos que 45 años!

Pero esta serie bebe quizá de esa fuente polanskiana (de la que todo lo policiaco digno bebe desde entonces, claro), pero más que nada de ese universo de hallazgos, que parecen pequeños pero que conforman nuevos universos, como los vertidos en las dos primeras temporadas de la serie True Detective. Principalmente en la superación de tópicos y estereotipos «de comisaría» y «de juzgado» (aquí apenas aparece uno durante unos tres minutos), por ejemplo; pero también en las muy originales relaciones que hay entre detective y detenido (o culpable pero sin detener), y en el mismo y aislado personaje de ese detective, con tantos motivos para ser más asesino que el peor de los asesinos que salen en la serie, pero que se corta… o casi.

Lo que no subrayan la publicidad, ni las sinopsis varias de variado origen, ni las cabeceras de la serie, ni nada por lugar alguno, es que las cuatro tramas (una diferente por temporada) tienen un suelo común: la desmemoria. El olvido de sucesos vividos, el bloqueo de recuerdos, la oscuridad biográfica de uno ante uno mismo. Vaya un asunto. Los guionistas y los productores cogen a ese toro por los cuernos y lo llevan, y a nosotros con él, por los carriles que les da la gana. ¿Cómo se escribe una serie de 8X4 capítulos sobre la indagación a la búsqueda de episodios vitales olvidados?

Seguimos viéndola, y repetiremos, hasta que seamos capaces de responder.