Todas las criaturas grandes y pequeñas

Serie inglesa, de momento de dos temporadas, en Movistar. En rodaje la tercera, y se anuncian una cuarta y una quinta.

Entre las innumerables series inglesas que se ofrecen en las diversas plataformas, y que incluyen joyas de narración limpia como la mayoría de sus policiacas (tan diferentes de las norteamericanas), hay un subgrupo de series rememorativas y a veces hasta nostálgicas, se diría, y Todas las criaturas grandes y pequeñas es, a lo mejor, la culminación de todos los esfuerzos anteriores de este subgrupo.

Digamos, antes que otra cosa, que han conseguido una serie visualmente muy balsámica y muy agradable de ver. Probablemente un modelo de eso que se viene llamando, y no despectivamente, feelgood, que hasta ahora tenía su cumbre en la anterior producción de muchos de los de este equipo de Todas las criaturas…, la serie Los Durrell. Aunque muchos no consideran que esta última sea de las rememorativas, porque tiene unos cuantos elementos algo gamberros, o quizá algo más que gamberros que casi la hacen rozar las insinuaciones antisistema (como en realidad se situó siempre el autor de los libros en los que se ha basado la serie, el hermano pequeño, Gerald Durrell). En Los Durrell hay algo más que pitorreo acerca de los clásicos elementos de té a las cinco de la tarde, mesa camilla, tapetes en butacas, amas de llaves y parientes serios. En Todas las criaturas… se abandona ese pitorreo y volvemos a esa otra tradición, aunque con ciertos avances.

Cójase cualquier capítulo de las innumerables series que se han hecho sobre o desde los relatos de Agatha Christie, cualquier cosa con una de las múltiples miss Marple que hemos visto en las últimas décadas, y se tendrán ante la vista los mimbres con los que se ha hecho esta serie de Todas las criaturas… ¿No estaban ya esos mimbres en el obelisco de la moderna ficción inglesa televisiva que es el idolatrado Downton Abbey? ¿No estaban, calcados, en esa película, de vocación marginal, pero de acabado niquelado, que es La sociedad de lectura y el pastel de piel de patata? Y tantas y tantas películas y series que podríamos mencionar. ¿Qué mimbres son esos, los de esta serie Todas las criaturas…?

En primer lugar, y dominando todo lo demás, hay una especie de vocación muy poco oculta de regodearse en un pasado supuesto en el que las coordenadas de la vida inglesa llegaron a su cumbre. Ese pasado es, más concretamente, la Inglaterra de entreguerras (que algunos atrevidos prolongan un poco hacia 1910 y hacia 1950). Entonces, los mayordomos a lo mejor fueron los últimos mayordomos, pero ¡qué mayordomos! Los carteros, los mejores que ha conocido la humanidad. Las bicicletas nunca chirrían, y todo el mundo va en ellas; van incluso los hijos de la aristocracia, salvo uno, quizá más tarambana, que se empeña en usar el Vauxhall de papá, a ser posible carrozado en bermellón. Los caminos están limpios, las cercas de las granjas perfectas, los árboles bien distanciados como por un programa de extensión agraria y los médicos son clase… casi alta pero menos, y en realidad clase media… pero más, y muchos son, además, hijos de artesanos, lo que les hacía conocer los dolores y las necesidades de sus parroquianos. Los pastores (los religiosos) suelen ser algo plastas, pero buenos hombres; las camareras y cocineras muy claramente del mundo proleta, pero de intenciones inequívocamente filantrópicas, siempre con sobrinos lejanos a su cargo pero algo rebeldones. Los perros no muerden ni a un filete, los ladrones devuelven lo robado, y la hierba es siempre del mismo verde, sea cual sea la estación del año. Y todos celebran la navidad casi casi con decorado y complementos de El Corte Inglés de 2022. Por supuesto, los villanos son sin excepción miembros de la servidumbre que quieren ascender y roban pendientes valiosos de sus señoritas, o cartas comprometedoras de otro mayordomo; pero acaban pagando. Y siempre música de cuerda en pizzicato por el fondo, señalando qué escenas son humorísticas; cuando no, clarinete.

Todo eso no es forzosamente malo ni risible, por supuesto. Es simplemente, a estas alturas, convencional. Se diría que si una serie en esos decorados naturales no tiene estos elementos, no es serie inglesa. Y Todas las criaturas… es serie inglesa.

Y hasta puede que haya dado un pasito hacia el futuro, porque los protagonistas son, precisamente, esos menestrales de la clase media o esa clase de tropa de los menestrales que son los veterinarios. Por fin vemos a «honrados campesinos» comportándose como malos bichos mezquinos cuando les da por ahí, y  vemos (la máxima revolución) a un aristócrata hípico quedando como un idiota a causa de su estupidez. No falta el diálogo «voy a hacer un té», declamado unas cincuenta o sesenta veces por capítulo, casi todas por el ama de llaves que, esta vez, viene a ser como la Emma Thompson de Lo que queda del día: joven pero madura, o viceversa, y no la bonachona septuagenaria con olor a talco -o a ginebra- que hasta ahora parecían ser las amas de llaves desde su nacimiento. ¡Revoluciones!

¿Es un intento conspirativo, a base de Marples, Abbeys y tantas otras, y ahora esta serie, de algo así como refundar la fe en la madre patria inglesa, esa de la que, en palabras catalanas del mayordomo de Downton Abbey, todos los pueblos de la Tierra siempre se han querido aprovechar? ¿Esa Inglaterra que desde el principio de la historia ha sido «el faro que ha guiado a las demás naciones hacia la civilización» (mismo personaje, misma serie)? Esta Todas las criaturas… parece menos ocupada en esas zarandajas nacionalistas; pero cuidado, que no son tan zarandajas, y a base de protestar los personajes de estas series (no de Todas las criaturas…, claro) contra la decimalización, se ha conseguido una decisión tan histórica como el Brexit. Nos presentan estas series, pero esta que comentamos más razonablemente que todas las demás, una Inglaterra en la que nadie se duchaba pero nadie se queja del olor de la pana vieja y mojada; una Inglaterra ciega camino del fascismo, que rozó, pero en el que de milagro no cayó, en la que nadie habla nunca de cuestión política alguna (la secuencia más política de las innumerables temporadas de Downton Abbey era una en la que se quejaban de que el gobierno fijara los precios de los cereales en plena guerra, o quizá esa de la cocinera aprendiza decepcionada del laborismo; nada más); una Inglaterra en la que los sirvientes iban al ejército directamente a la especialidad Carne de Cañón, pero los demás, desde el farmacéutico del pueblo para arriba, y no digamos los señores de la casa, vestían entorchados, correajes y galones de oficial y hasta de coronel desde el primer día, sin moverse de su casa pero, eso sí, exigiendo saludo militar a sus pobres cocineros ya reclutados.

Al otro lado están obras como la mencionada Lo que queda del día, y la inolvidable y siempre presente Retorno a Brideshead, ambas situadas exactamente en esta misma época de entreguerras. La primera es clara y nítida en su exposición del perfecto memo británico protofascista. La última, excelentemente adaptada tanto a la televisión en serie como posteriormente al cine, aparece casi como un esfuerzo voluntarista de gritar e iluminar a su alrededor: dejaos de gilipolleces clasistas, so pasmaos: las clases esas en las que creéis ya no existen. Y se tiene que valer del desclasado-por-trepa del protagonista para abrir boquetes en el casco de todas las clases que atraviesa en su trepada para que entre el agua y comiencen a zozobrar. Y muy en otro mundo está otra pintura de esa misma época de Inglaterra, que ya se comentó aquí, titulada Peaky Blinders. 

Pero no se puede decir que la Inglaterra que cuenta Todas las criaturas… sea falsa. Idealizada, sí. Exagerada, parece claro. Deseada, sobre todo: ojalá nuestra Inglaterra hubiera sido siempre un país de gentes tan educadas, tan moderadas, tan bienolientes. Ya decimos que en esta serie, por fin, hay bostas en los campos y en los zapatos, hay ropa sucia y hay hasta algún aristócrata (ex-aristócrata, pero él no lo sabe) que es más bien el malo. En las otras Inglaterras televisivas convencionales se diría que todos cultivan rosas de colores y nombres muy Enid Blyton, y hay mucha cerveza de gengibre y pastel de remolacha. Aquí, bastante menos. El pringado del protagonista, veterinario novato y su benéfico jefe y el hermano zopenco de este se esfuerzan en mostrarnos otras gentes que no hemos visto a menudo. A ver hasta dónde llegan.