Transhumanos, ex-humanos. O no.

Transhumanos, ex-humanos. O no.

¿Por qué tantos se ponen tan nerviosos cuando se habla de transhumanismo? Habrá partidarios de ese transhumanismo que se ponen como Haddock ante el Loch Lomond, ¿y qué? También los hay que levitan cuando hablan de Wittgenstein, y no por eso renegamos del austriaco. Y no es que nosotros seamos seguidores de ese rollo transhumano, pero lo que desde luego sí creemos es que se debe poder discutir sin que le tomen a uno por lo que no es, por hereje, facha, impío y todo eso, o por loco anticientífico, homeópata y, ya puestos, bebe-sin-sed, que diría el capitán del Karaboudjan. Hay una parte del discurso de este transhumanismo que podemos contemplar y examinar tranquilamente, porque se puede hablar de estas cosas sin necesidad de convertirse en afecto, ni en contaminado, ni en sarraceno.
¿Se han dado cuenta de lo que tienen en común Robocop, Star Trek: Picard y Years and Years, serie esta última de la que hablábamos aquí hace poco? Claro que podríamos unir a esta pandilla otras películas y series, pero baste de momento con estas. Las tres presentan, más allá de peripecias y tramas y subtramas, un mundo en el que ya es una realidad, a veces plena o a veces todavía en crecimiento, cierta parte de esa propuesta del transhumanismo (y no decimos «realidad indiscutible» porque en las tres se discute el asunto, y cómo). Nos referimos a la posibilidad de alojar «todo lo que es el ser humano» en una máquina, sea esta un simple disco duro, o un disco duro con aspecto exterior y terminales más humanoides, al estilo de lo que se venía llamando «robot» o, casi al contrario, sostener y mantener prácticamente todo el cuerpo humano tal y como es pero incorporar a él tecnologías y accesorios que lo acerquen a la soñada «perfección técnica». Es sabido que muchos partidarios del transhumanismo incluyen en su programa esta especie de fusión humano-tecnología, o algunos proponen incluso prescindir completamente de todo lo físicamente humano, quiero decir, todo lo natural o carnal o fisiológico, y la entrega de todo ello al vertedero, y la continuación de la humanidad exclusivamente en lo que se refiere al aspecto mental, o anímico, o espiritual (que entre ellos hay también variedad de terminologías).
Ya sabemos: Robocop es un policía desgraciado al que convierten en picadillo unos malvados, pero del cual sobrevive el cerebro y algo de un pulmón, o un brazo o cosa parecida. Todo lo demás es electrónico, y de acero y de cables. Parece que el sujeto no tiene mucho que decir sobre eso cuando se despierta, a pesar de que le queda su cerebro: pero en todo lo demás es un simple títere, una cosa a la que han metido unos programas y unas instrucciones que va a obedecer a toda costa, y se comporta en efecto como lo que se suele entender que es un robot: maquinal, automático, reflejo, sin reflexión ni sensación mediantes. Pero algunas de esas instrucciones más o menos secretas que le han embutido no son claras (en realidad no son morales para el contexto de la película) y eso le va creando disfunciones, la última de las cuales es recordar su vida anterior, la de ser humano con familia y afectos, y la cosa acaba mal.
Star Trek: Picard ofrece muy diferente reflexión sobre esta digamos integración, o fusión de lo humano y lo tecnológico. El mítico capitán quizá excesivamente virtuoso (pero nos lo tragamos, porque Patrick Stewart consigue que te tragues hasta si interpreta a un saltamontes cantándole Casta Diva a una vaca) se está muriendo, y le da, porque así es él, por defender la existencia de los androides, ahora prohibidos en toda la galaxia porque se les atribuye la destrucción del Marte ya humanizado; y él sabe que esa acusación es falsa. O sea, que su trama incluye desde el nacimiento muchos androides, miles, millones de androides, algunos de nivel bajito, otros mediano y muchos y muchos, por lo poco que nos muestran de ese pasado, se diría que del nivel del también mítico Data, el androide-humano de Next Generation, casi un hermano para Picard. Por recuerdo y respeto a este, ya desmantelado (o muerto), Picard se lía a viajar de un lado a otro buscando apoyos y problemas, y al final su muerte se le echa encima, pero… sus amigos fabricantes de inteligencias artificiales y a un tiempo de todo lo contrario: de contenedores para inteligencias naturales, le ofrecen un nuevo cuerpo para que su mente quede alojada. Y ahí queda al final de la serie, en un cuerpo «artificial» (que la avispada producción hace que sea exactamente igual que el del actor Patrick Stewart) que como mínimo le va a dar a su mente 200 años más de… ¿De qué? ¿De vida? ¿Es eso vida? ¿De simple presencia, digamos, formal? Se supone que han conseguido descargar toda la mente del capitán en un disco duro, que ahora es el del androide: ¿las diferencias entre los materiales del cuerpo biológico humano y los del cuerpo tecnológico del androide hacen que tengamos que descartar la posibilidad de llamar vida a eso que experimenta esa mente? Naturalmente hay más preguntas: ¿es esa mente descargada toda la persona, y entonces no importa en qué cuerpo esté alojada, porque seguirá siendo esa persona que era, como sigue siendo la misma persona que antes alguien a quien han trasplantado tres o cuatro órganos, y quizá implantado miembros amputados?
¿Dónde está el límite? Habría que encontrar el modo de contestar a esto, lo cual incluye que quizá no merece contestación en absoluto, y también que no haya límite. Porque no se puede ignorar que este camino se ha empezado a recorrer ya, y lo que no procede es ponernos en plan palurdo a rechazar, para empezar, las transfusiones de sangre, o admitir estas pero no las prótesis, o admitir estas pero no los trasplantes…, porque, cuidado, ese camino lleva inevitablemente a acabar rechazando los analgésicos, los antibióticos, y no digamos las anestesias, y se acaba consiguiendo lo que casi todas las verdades reveladas acaban consiguiendo al final tras toda su palabrería salvífica y floral: hacer de este mundo un infierno. De momento no nos mola. Así que conviene ir pensando en estas cosas.
Years and Years, ya lo apuntábamos hace poco, incluye como subtrama general de primer nivel la tecnologización progresiva de una de las protagonistas, hija al principio quinceañera y al final treintañera de otros personajes importantes. Y nos ofrece un tercer caso diferente de los anteriores: Robocop propone una especie de «acero con cerebro humano»; Picard propone «mente humana en soporte tecnológico». Years and years nos muestra a una muchacha que va poniéndose, como quien se pone meniscos de teflón o cristalinos de metacrilato, accesorios y accesorios, pero no de esos mecánicos, sino de conexión y ampliación de su mente hacia la red y, más allá de la red, hacia cualquier terminal de cualquier persona del mundo, sea un pc, un móvil, o cámaras de vigilancia callejera, y todo lo que quepa imaginar que está conectado a la red, y a la nube, y tenga un contenido traducible en datos legibles.
Al principio de la serie, la muchacha busca ilusionada la desaparición de su cuerpo y la dispersión de su mente por el cableado y los servidores del mundo; pero sufre decepciones y estafas (al dejarlo ahí, se diría que es la propuesta de la serie) y llega a la conclusión de que el camino correcto es el otro: llegar a la nube y al último rincón del cibermundo pero usando su propio cuerpo para ello, cuerpo, entonces, al que hay que equipar con interruptores, antenas, aparatos. El primero, que se diría elemental a estas alturas, es un teléfono móvil insertado en su mano: auricular en el pulgar, micrófono en el meñique, instrucciones habladas. Un poco después la bisabuela tiene una degeneración macular del 90% que no es reversible, pero no hay mucho problema: una prótesis de ojo, y visión del 100%.
¿Ya «no son» humanas, o con esos accesorios todavía lo siguen siendo?
Esta es la pregunta que nos intriga: desde cuánto y desde qué los que consideran que se pierde humanidad con estos procedimientos, consideran en efecto que ese sujeto ya no es humano.
Cuando conectan un chip de comunicación al cerebro de la joven, y le insertan software, ¿ha dejado de ser humana? Ella no es un Robocop, ni mucho menos un Picard: sigue siendo esa joven risueña, estudiante y luego currante en una empresa pública, enfadada con su padre y bromista con su madre, camarada de su hermana. Robocop no conserva sus emociones, pero al final hay ese pequeño atisbo de incomodidad o de rebeldía; Picard no parece que tenga demasiadas emociones, de todos modos, y siempre ha estado rozando el diagnóstico de Asperger, así que no sabemos; esta joven de Years and Years sí las tiene, completas y herederas de las que tenía antes de empezar a enchufarse cosas: ¿acaso las emociones residen en las tripas, y no en el cerebro, y por eso continúan en ella (por decirlo rápidamente, las tripas y anejos ni se las tocan)? ¿Son las emociones la persona? ¿Por qué son más la persona esas emociones que los contenidos intelectuales? ¿O es que no son más?
Hacen bien estas ficciones en plantear estos problemas, de momento irresolubles para nosotros (oh, los creyentes lo tienen todo resuelto, pero no dejan de joder marranas siempre de los demás, así que aquí no entran). Lo que sí sabemos es que aunque de momento estos proyectos de «humanos sin química del carbono», o casi, estén expropiados por esa cosa vaga y amplia que de momento conocemos como transhumanismo , y este transhumanismo resulte tan rechazable para tantos, y agrupado junto a las dietas neolíticas, la cartomancia y la astrología, son asuntos estos que tenemos que pensar (y así se los quitaremos a ese transhumanismo, por ejemplo), porque son asuntos muy reales, muy posibles en el menor de los casos, y muy presentes ya en muchos casos. En la actualidad no hay problemas técnicos irresolubles para trasplantar a una persona diez o doce órganos, y añadirle implantes para la audición y la visión perfectas, e incluso (al estilo de aquellos empastes metálicos de antaño: ya empezó ahí la cosa, ¿no?) para conectarla a la red de emisiones de radio… y de telefonía. Esto ya está aquí.
Que nos pille pensados.