Un alarmante caso de censura internacional: la serie australiana Pine Gap

Pine Gap es una interesantísima serie de 2018 que nos tenía a los colgados muy pendientes de su continuación. Sólo una temporada de 6 episodios ya nos había dejado esperando lo siguiente. Pero lo siguiente no va a llegar.

La cosa sucede sobre todo en una base de escuchas y vigilancias por satélite situada en las cercanías de Alice Springs, en todo el centro del outback australiano. Los habitantes de Alice Springs (no en la serie, sino en la realidad) presumen de que la suya es la única ciudad de Australia que no tiene ninguna otra «a más de dos horas de vuelo»: o sea, en realidad, que está lejos lejos de todo (como mínimo a un día de los de 24 horas de tren de Port Augusta, en el sur, y a otro de la misma duración de Darwin, en el norte, y algo así como a dos de Sidney y a otros dos de Perth). Eso sí que es una región «vaciada» y no Palencia. Pero el caso es que lo es a medias. Es decir, es muy vacía, pero ha tenido siempre habitantes, esos aborígenes ignorados hasta hace poco que han sobrevivido durante siglos en lugares y en economías que los blancos no acaban de explicarse (bueno, algunos lo dirían también de Palencia). Algo de eso interviene en esta serie, porque ese paraje llamado (por los blancos) Pine Gap ya era territorio sagrado de «escucha a los dioses» o «al universo» para los naturales de la zona, y allí se decidió instalar esta base de escuchas más o menos secretas, una instalación conjunta estadounidense-australiana.

Y ahí empiezan los problemas. Se nos ocurre que allí donde Estados Unidos ha montado bases a las que han concedido por la causa que sea la característica de «conjuntas» con las fuerzas locales en cualquier lugar del mundo, antes o después han surgido problemas. Venimos de una era como la que venimos, y la preponderancia internacional la ha tenido quien la ha tenido, claro, y no lo vamos a descubrir ahora y menos con esta serie. Pero lo que esta serie trata, precisamente, es de la posibilidad de que esa preponderancia esté cambiando de lugar y de protagonistas. Por cierto, otra serie tan australiana como esta y tan de disfrutar como esta, y producida en los mismos años (del 2016 al 2019), La ciudad secreta, trata cosas parecidas aunque menos «tecnológicas» y más «periodísticas», pero cosas muy parecidas por el fondo, vistas desde la atalaya del gobierno australiano en Canberra.

¿De qué cosas similares tratan ambas series?

Ahí está el dolor: de China.

En Pine Gap detectan y siguen segundo a segundo un incidente aéreo del que resulta un avión comercial norteamericano derribado sobre el sureste asiático por un misil de procedencia mosqueante; luego, siguen el lío naval que se va montando en el mar del Sur de China, como quien dice el cantábrico australiano, con concentración progresiva y explosiva de naves y armas tanto chinas como norteamericanas. Hay filtraciones a la prensa, claro, y se desata la consiguiente inquisición interna. Y vamos descubriendo que, primero, eso de conjunta de la expresión «base conjunta» es más o menos un maquillaje, por supuesto, porque ahí se obedece a lo que viene de Washington y punto; segundo, que detrás de todo gran lío, en esta época y no sólo en esos lugares, ya es lo habitual que esté China, naturalmente. Hasta el Gran Ligoteo de la serie entre sus dos protagonistas americano y australiana (magníficos Parker Sawyer, que se ha convertido en una especie de Sidney Poitier del siglo XXI, y un apabullante descubrimiento por muchos conceptos el de Tess Haubrich) es, además de querido por ellos, ordenado por sus superiores para sacar información a la otra parte. Vaya colaboración. A estas alturas y después de tantos casos más o menos reales pero sobre todo después de tantos casos en las ficciones, a quién se le va a ocurrir ligar con estadounidense alguno de cualquier sexo ni en un camping cutre de verano, porque seguramente te salga por debajo de los calcetines una escucha de sus servicios más o menos seviciosos de inteligencia, se llamen CIA o como quieran llamarse.

En fin, que en una serie visualmente arrebatadora (a lo mejor es que somos raros, pero es que ese outback es alucinante; y desde siempre esos cielos de la cinematografía australiana son más que hipnóticos) han conseguido colocar un argumento que, aunque en las críticas algunos listos desprecian, a nosotros nos parece suficiente y nos mantiene tensos: por qué alguien del personal de Pine Gap iba a querer pasar información secreta (y además de la delicadísima, de la que puede desatar una guerra como la coja cualquier pablito iglesias de esos que andan por ahí para cazar algo que les haga pasar a la Historia aunque sea como un landrú) nada menos que a China. Una China que resulta, además, tras una averiguación costosa como una carrera a la pata coja, que es la autora del misilazo y que la han pillado. La mitad americana de la base se pone intensa con la mitad australiana; la mitad australiana se pone australiana, es decir, nada intensa salvo a la hora de responder con un par de guantazos a los insultos. Por la ciudad andan los chinos enredando (lo cual, en la época actual, y repasando, resulta que es una frasecita tautológica): que si quieren montar una central solar por las cercanías, que si importan tuberías de nosequé. Y también ligan, claro.

Y ahí se queda la primera temporada.

Y la afición se dice lo que siempre en estas situaciones. Hala, qué rabia. Ahora a esperar a octubre a que llegue la siguiente. Pero mira qué bien, pensando desde ya en octubre como el futbolero deprimido en junio que se anima pensando en el próximo final de agosto y el comienzo de la nueva temporada.

Pero pasó el primer octubre y no llegó. Bueno, es que seguramente hayan aumentado las cosas de producción, y es normal algo de retraso.

Y llegó el segundo octubre y ya estábamos jodidos: el virus COVID, las cuarentenas: bueno, será normal que las producciones se retrasen.

Y así dos octubres más. Y nada.

Y ahora se ha sabido. Probablemente desde antes de la conclusión de la producción de la primera temporada ya estaba dictaminado que no se iba a continuar.

Entendamos que no nos va nada en hablar mal de los chinos. Que compramos en el chino del barrio de vez en cuando, y que nos llevamos bien con algunos, los que se dejan de ellos. Hasta tenemos sobrinitos que van a estudiar chino además del inglés del cole, porque ya se sabe que tal y tal para el futuro probable. Pero es que, claro, probablemente son diferentes chinos los chinos que están en el mostrador de los juguetes y las aceiteras y las papelerías y los chinos que andan por las alturas, ocultando a todo el planeta, y parece que lo harían a diez o doce planetas si los hubiera habitados, que el COVID mismo lo soltaron ellos, a propósito o por negligencia simple, pero ellos. Y que lo que está pasando en África, en realidad, ya dijo Pekín en 2010 que… Y eso por no hablar, por ejemplo, de ese mar de China Meridional, o ni siquiera de Taiwán o Formosa o República de China (lagarto, lagarto) y las Maniobras Literalmente Envolventes.

Limitémonos a hablar de la serie Pine Gap: ahora se ha sabido que fue China quien dijo que ojito y cuidadito, que no se produzcan más entregas de esa serie. Como si la serie hubiera tocado, quién sabe, un nervio.

Pero ¿qué miembro tiene que haber retorcido China a Australia para que se deje de producir una serie así? Como China se constituya en Ofendidita Crónica entonces sí que vamos a estar apañados.

Nosotros lo que queremos es ver buenas películas y buenas series como Pine Gap.