15 Jun Una rareza argumental en el universo Star Trek: Picard, tercera temporada
A los más aficionados nos está dando pena vernos obligados a ir pensando que a lo mejor ya se ha llegado al final de las posibilidades del universo Star Trek; pero como somos mayorcitos ya nos pilla entrenados de despedidas y ajo y agua, aunque sobre todo ajo. Algunos de los spinoffs del tronco Star Trek han funcionado mejor que otros, y otros bien a ratos y a ratos peor, como es natural. La última de las ramas es la de esta serie de tres temporadas de diez capítulos titulada directamente Picard, que sólo como cortesía a los cinéfilos no trekkies diremos que es, quizá, el personaje más grande y más auténtico de todo Star Trek, el capitán de la nave Enterprise de la segunda serie, la titulada Next Generation, de allá por los primeros 90, cuando por fin se rescató la idea original de los 60. Se ha escrito mucho sobre esta serie, pero este asunto sí que es inagotable: allá por 1966, en plenos conflictos raciales y en los comienzos del feminismo de tercera ola y apenas en embrión la salida a la luz de las cuestiones de orientación sexual, una serie «del espacio» pone como tercera o cuarta al mando de una nave insignia del espacio a una mujer negra que encima, en una cierta ocasión, hasta se besuquea con el capitán blanco y todo ello a la vista del segundo o tercer oficial que entonces no podía decir abiertamente (de modo que se decía sin parar solapadamente) que también estaba por los huesitos de ese capitán y en realidad por los de muchos otros varones que se cruzaban por ahí (y que acabó siendo uno de los actores líderes de los movimientos gay de Hollywood). Si te pilla todo esto en tu segunda infancia, y aunque aún no seas capaz de racionalizarlo, pues cómo no ibas a meterte en los líos de la Transición a los pocos años. Y, de paso, que tomen nota los enemigos de la anticipación literaria y cinera, que siempre andan despreciando el género como si este hablara sólo de bacterias o de microchips, y ya ven que no.
De aquello, que duró sólo tres años, se crió una generación de tarados, entre los que nos encontramos, que no pudieron más que brindar mil veces cuando salió Next Generation unos veinte años después. Ahora nos pillaba con hijos y tal, a los que muchos se empeñaron en convertir a su vez en tarados trekkies (y muchos lo consiguieron: eran pre-milenials o milenials de la primera promoción, material humano muy válido). Esta nueva entrega de los 80-90 tenía un primer personaje: Picard, interpretado por el muy inglés y muy shakespeariano Patrick Stewart. Y de este han hecho ahora este ramal: la vida del ex-capitán y ex-almirante Picard después de aquellas 7 temporadas (176 episodios y 18 Emmys, para que lloren los exquisitos), ya casi anciano y cuidando de los viñedos familiares en la Provenza. De ahí parte la cosa y, como es Star Trek, en un pispás el escenario ha cambiado algo: la superviviencia de la humanidad está a punto de no ser posible. En argumentillos así es donde los trekkies nos movemos con comodidad.
Bueno: la serie no es de las que mejor funcionan. Tiene algún buen capítulo y alguna buena idea, y alguna magnífica aunque espeluznante (por así decirlo, en este contexto): Picard acaba prescindiendo de su cuerpo humano biológico y es trasladado a un robot que es igual física y visualmente que el original (de modo que Stewart no se queda sin trabajo porque sigue contratado para interpretar al robot Picard), y la serie continúa como si tal cosa. Algo cambia, y el aficionado siente de vez en cuando el sonido de una lejana trompeta que entre las montañas le avisa: ojo, que si ahora le disparan, no va a ser como antes, que ahora le cambian el perno abollado por la bala, y a seguir. Cosas así. Y mientras tanto, como por lo bajinis, lo que estamos viendo es una especie de manifiesto transhumanista, quizá, porque la «psicología» del personaje es la misma, así se diera antes Reflex en las rodillas como ahora se da Tres En Uno (que es, en resumen, en lo que de verdad consiste el transhumanismo).
Y entonces, casi al final de la tercera temporada, que ha transcurrido muy oscura (oscura en dos sentidos, el literal y el argumental), casi aburrida en muchos momentos, se produce la explosión.
Todo parece perdido. Cierta raza, cuyo nombre le da miedo a los trekkies simplemente pronunciar, los borg, y que son «la otra» versión de la fusión hombre-máquina (todos más malos que los hermanos Malasombra) ha conseguido infectar a la humanidad sin que esta lo note. Y la humanidad se va convirtiendo, paso a paso e individuo a individuo, en borg. ¡Ah! Pero ¿a toda la humanidad?
¡No!
Sólo a los menores de cierta edad, más o menos 35 o 40 años. Los mayores (y en cierto momento dicen expresamente: «y si tienen canas, más») son despreciables por los borg porque algo así como que tienen demasiada experiencia «no siendo borgs» en su vida ya larga como humanos, y como, total, van a palmar pronto, pues allá ellos. A los borg les basta con los jóvenes, que además garantizan la mayor duración de su cosa.
Y al final sólo quedan sin infectar Picard y sus 6 amigotes de la tripulación original de la Enterprise NCC-1701 de aquellos capítulos de 1989 y 1990. Todos ya canosos, cascadetes de artritis o de prótesis, pero en efecto con conocimientos adquiridos en su lejana enseñanza y a lo largo de sus largas vidas (los otros canosos del mundo han caído presos o han huido al otro extremo de la galaxia). Los jóvenes, que van siendo infectados ante nuestros ojos, funcionan ya todos al servicio de los villanos, porque no han sabido cómo oponerse a ellos.
Y sólo los conocimientos de las generaciones educadas hace décadas pueden salvar (y acaban salvando) y reparar los comportamientos borgianos (ejem) que esos nuevos educadores borg han provocado. La serie no se corta un pelo en ser explícita al respecto: entre enseñanza comprehensiva, metodologías no ofensivas, entrenamientos en simulación y así, los menores han caído, desprovistos e inermes, en las garras de los borg como hubieran podido caer en las de cualquiera que hubiera venido en su lugar. Y sólo los que saben algo pueden hacer algo.
Hemos dado mil vueltas al asunto, y hemos celebrado mil conversaciones al respecto. Y, lo que es por ahora, estamos más o menos seguros de que no vemos fantasmas, sino que lo que estamos contando aquí está de verdad ahí, en la serie: de pronto, quizá ante la muy evidente bajada de audiencia (a los jóvenes educados en instagram y cosas así, estos asuntos trekianos y muchos otros no les interesan un pimiento), los creadores trekeros se han puesto a analizarlo, o simplemente se han puesto a vengarse, y lo han convertido en argumento: ojo con lo que hemos hecho con la enseñanza de los menores de cierta edad, que ahora viene cualquier gilipollas y se los lleva al huerto. Que levante la mano el que no vea claro que eso es lo que está pasando. Y a ver si a los viejos nos pilla todavía con energía o trucos para rescatarlos.
Bien por la factoría Trek.
Que no digan luego los adosados a la lírica anacrónica que la ciencia ficción es para analfabetos.
Pero, ¿qué hará falta para que los idiotas que diseñan las pedagogías de cuarenta años a esta parte se den cuenta de su error?