Democracia, Irreverencia, Inteligencia artificial. 12

DEMOCRACIA, IRREVERENCIA, INTELIGENCIA ARTIFICIAL. 12.

Rafael Rodríguez Tapia

 

Inteligencia natural, estupidez artificial: Los robots del amanecer

 

Muchos recordarán los primeros tiempos de los ordenadores personales o domésticos, cuando la propaganda afirmaba que estos gobernarían nuestras vidas para bien y felicidad de todos, proporcionándonos así todo el tiempo libre del mundo para disfrutar de una vida de ocio… también regida por ordenadores. Todo, absolutamente todo lo haríamos, lo tendríamos que hacer por ordenador. Maravillaba ver a cocineros, a entrenadores de fútbol, a profesores de yoga, consultar su ordenador antes o después de su actividad… ¿para qué? Eso no se mostraba. De modo que los menos avisados tenían oportunidad de imaginar maravillas en realidad inimaginables, porque, desconociendo el asunto como todos lo desconocían, no acertaba nadie a suponer qué magia encontraría ahí ese entrenador. Dicen que este año el equipo va a ser imbatible: el entrenador usa ordenador para planificarlo todo. Y así con todos. Luego, pasando los años y siendo ya prácticamente todos los alfabetizados los que usan un ordenador para su trabajo o su diversión, hemos podido saber que, como mucho, lo que ese entrenador hacía era anotar lo bien o mal que habían estado sus entrenados en ese partidillo de ejercicio… exactamente igual que si lo anotara en un cuaderno con su bolígrafo de siempre. O las recetas del cocinero, que ofrecían la posibilidad, eso sí, de corregir las cantidades sin añadir feos tachones, sino usando la limpia tecla supr, suponemos.

Nunca se apreciará lo suficiente la eficacia y la inmensidad de las campañas publicitarias de las empresas informáticas, sobre todo el principio de sus intentos de implantación en el mundo civil, familiar y doméstico. Hubo que estrujarse mucho las entendederas para dotar de misiones a esos primeros ordenadores sin sistema operativo, que había que cargarlo en cada ocasión en que se encendían: ¿listas de la compra, resultados de fútbol, notas de los hijos en el colegio, agenda de cumpleaños familiares? Ya existían las agendas electrónicas que satisfacían todo eso.

No vamos a especular acerca de qué hubiera sido de toda esta industria del ordenador personal si no hubiera acudido en su rescate internet. Y hay que recordar con precisión que internet no existía, por lo menos como oferta pública y universal al modo en que hoy lo es, en aquellos mediados de los años 80 en los que salieron los primeros ordenadores personales. Y nadie ha afirmado nunca que Gates, por su lado, ni Jobs, por el suyo, estuvieran avisados de esa red mundial de intercomunicación sin jerarquía que iba a revolucionar todo; sería muy raro que a estas alturas nunca se hubiera dicho, de ser verdad que estaban avisados. Así que cabe preguntarse en qué dirección querían llevar su oferta comercial doméstica de no haberse desarrollado la intercomunicación universal. Seguramente no importa hoy en día. Lo significativo es que aquello que ofrecían al principio, y que por cierto consiguieron vender en cantidades impensables poco antes es lo que muy poco tiempo después, con internet ya funcionando, acabó recibiendo el nombre de…ordenador tonto.

Cualquiera que lea esto sabe, acabando el primer cuarto del siglo XXI, para qué le es útil un ordenador aparte de sus conexiones a la web. Por supuesto, cuarenta años después de aquellos comienzos comerciales las cosas han cambiado más de lo calculable. Entre otras cosas, hoy es conocimiento común que las próximas utilidades («utilidades» sería una traducción del inglés Applications más correcta que el calco «aplicaciones») están probablemente ya fabricadas y a punto de salir a la venta. Y, más todavía, ya se ha hecho general la figura del jovencito apenas alfabetizado ni en su idioma ni en disciplina alguna que, a pesar de ello, ya ha inventado y vendido, o está en proceso de hacerlo, una App más, relacionada con, por suponer algo, los resultados de la liga nacional de baloncesto y unas apuestas virtuales en una moneda inexistente de cierto entorno de juegos de las redes.

Precisamente esto, que a primera vista resulta inocente, da a entender de modo claro que mucho de lo que sucede en las redes no tiene una relación «verdadera» con lo que sucede fuera de las redes.

Hay verdaderos ejércitos de jóvenes (entre los que se cuela algún mayor, pero es raro) que viven completamente o casi completamente su vida lejos, por así decirlo, de las leyes físicas y químicas que nos afectan al resto de los seres vivos (no vamos a tratar esos clásicos asuntos de sus hemorroides de sedentarismo y su obesidad o su glucemia). Todavía queda la salvaguarda de la escolarización obligatoria hasta cierta edad: pero incluso entre los menores de esta edad la vida se reduce en ocasiones a las horas de obligada estancia en el colegio o instituto y, de vuelta a su casa, sus ocho o diez horas de sillón ante la o las pantallas de sus ordenadores, rodeado de sus varios teléfonos móviles, sólo uno de los cuales es usado para su función originaria (esa ceremonia antigua de la comunicación oral, con escucha obligada y contestación también oral y articulada), mientras que los otros dos o tres o cuatro tienen como única misión ser los enlaces a las redes de las que se participa, de las que se extrae algo o a las que se aporta algo, y que, no siendo los juegos de carreras o de combates o quizá otros que se practican en las pantallas mayores, son la verdadera conexión de ese joven con el mundo.

En su novela Los robots del amanecer, Isaac Asimov plantea una Galaxia ya ocupada por la humanidad, en la que hay muy diversos planetas y mundos todos ellos habitables pero de diferentes características. Uno de estos mundos, Aurora, se dedica prácticamente a nada más que la actividad agrícola, cuyos productos exporta a otros planetas. Pero esta actividad agrícola es llevada a cabo por esforzados robots de muy diferentes formatos y competencias y habilidades. Por supuesto, siendo ese el régimen, no existe el minifundio: inmensos latifundios se extienden hasta más allá del horizonte, y son explotados por estas máquinas que tienen a un humano como dueño, quizá lo que antiguamente se hubiera podido llamar el terrateniente. Hace ya generaciones que es así la vida, de modo que los humanos han olvidado otros modos: cada uno vive solo en su vivienda, habitualmente central en esa inmensa superficie, pero no en silenciosa soledad: aparte de los miles de robots agricultores a su mando, tiene también unos cuantos para su servicio personal, doméstico, que satisfacen desde las tareas de cocina a las de mantenimiento, y por supuesto las de relación con el humano, incluyendo la relación sexual. Esporádicamente, estas personas tienen comunicación a través de pantallas con sus vecinos (personas en similar situación a cientos de kilómetros) para tratar asuntos generales de agricultura, problemas con el clima o alguna minucia de la casi inexistente política. Y así discurre su vida completa, con entera satisfacción.

Se trata de uno de los libros que sólo muy a posteriori fue incluido en la larga saga de La Fundación de Asimov, porque se comprobó su buen encaje en esta saga a pesar de estar escrito como uno más de los libros «de robots». Siempre ha sido considerado una obra menor o de espera. Pero a lo mejor debe dejar de ser calificada así.

El lector considerará las similitudes casi futurológicas entre esa novela, escrita en 1965, y la situación actual de muchos jóvenes, y a la que tienden muchos otros, e incluso de no jóvenes que en etapas ya avanzadas de su vida (y muy favorecido por las estrategias antipandemia de 2020 y 2021) han descubierto los beneficios del aislamiento y de un contacto reducido en gran proporción a telecontacto.

Ya que hemos recurrido a una ilustración de la literatura de anticipación, hagamos especulación literaria anticipativa por nuestra parte, y coloquémonos en el extremo más lejano: si una sociedad está compuesta por personas físicamente aisladas, y sólo relacionadas entre sí a través de pantallas, ¿se puede organizar democráticamente, es decir, garantizando las libertades, la crítica y el respeto a los derechos individuales?