15 May Democracia, Irreverencia, Inteligencia artificial. 7
DEMOCRACIA, IRREVERENCIA, INTELIGENCIA ARTIFICIAL. 7.
Rafael Rodríguez Tapia
Cap1. (Cont.)
El ciudadano necesario
Además de urnas, hay consenso acerca de que una democracia necesita equilibrio de poderes, contención institucional, ciertas libertades personales y colectivas y ese conjunto de condiciones que hemos mencionado más arriba. Pero hay algo que no suele mencionarse, y a lo que ni siquiera suele atenderse en la medida en que en ocasiones parece que sería necesario: ciudadanos competentes.
Y por supuesto, no vamos a desplazarnos súbitamente a componer la canción utópica y, a fuerza de utópica, eugenésica, de personas perfectas (que nadie sabría, por otro lado, cómo definir), ilustradas, inteligentes, honradas y todo lo demás. Ceñimos el comentario a ese «competentes» intentando con ello subrayar más recogidamente la referencia a la posibilidad de llevar a cabo ciertas tareas, o de haber desarrollado cierta habilidad para realizar ciertos procedimientos que la democracia necesita que sus ciudadanos realicen. Y, nos adelantamos a decir, que no suelen realizar, principalmente porque nadie se lo exige y ni siquiera le informa de lo conveniente que sería que los realizara.
No se menciona esta condición de modo oficial, ni se incluye en las reflexiones escritas sobre las condiciones de la democracia, porque se trata evidentemente del filo de un territorio de hielo, más que resbaladizo y además con pendientes mortales a varias vertientes. Pero eso no excusa de afrontarlo, aunque sólo fuera porque fuera de los discursos oficiales, en el mundo de lo familiar e informal, se trata de un asunto del que se habla con normalidad y desde luego con frecuencia. ¿Por qué va a ser solamente un comunista de la más vieja escuela y de áspero trato (salvo porque por ser de esa izquierda todo le parecía perdonado) el único autorizado y, que sepamos, el único al que no se le ha castigado el pronunciarse como se pronunció Julio Anguita con motivo del deficiente resultado que sacó su formación en unas elecciones con sus famosas palabras «el pueblo se ha equivocado»? Descartando la agria arrogancia de aquel momento concreto, ¿acaso no conocemos todos múltiples ocasiones en que se ha hecho evidente que una decisión aprobada en las urnas era claramente algo en contra de los mismos que la habían aprobado, o casos peores? Y sin llegar a esa circunstancia más o menos definitiva, sino mucho antes, ¿no es una experiencia cotidiana la escucha de opiniones (en el mejor de los casos) o simples exabruptos sobre la vida política y la organización colectiva que muestran un desconocimiento perfecto de la materia de la que se está tratando? No llegaremos de momento a ocuparnos de ese desconocimiento y esos exabruptos mostrados y expresados por los mismos profesionales de la política, que merecen tratamiento aparte, pero que de momento lo único que nos dejan claro es que no son más que lo que corresponde a las poblaciones de las que salen.
Se trata de un toro que hay que coger por los cuernos, porque a base de no cogerlo de ningún modo se ha convertido en una de las quejas más permanentes y reales relacionadas con las disfunciones de las acciones democráticas. Es más visible si se ilustra con el extremo final: ¿podemos imaginar el experimento de someter a todo un electorado a dos o tres generaciones de desinformación y de instrucción muy deficiente, sustituyéndole la agilidad de pensamiento y la perspicacia por la instrucción de atender sólo a dos características que pueden darse o no en su entorno, haciendo así que el resto de las variables desaparezcan en corto tiempo de su conciencia, y creando al final una población de idiotas polarizados hacia dos o tres colores nada más de todos los posibles del espectro, daltónicos intelectuales, sin referencias de experiencias ajenas (eso que se llama Historia, por ejemplo) ni entrenamiento para la retención de conceptos y su asociación a otros posteriores o anteriores? Esta población se parece, más o menos, a la pintada en la sátira cinematográfica titulada Idiocracy, pero no ahondaremos en ello: esta sátira es muy norteamericana, y maneja lugares comunes exclusivamente norteamericanos, con lo cual pierde su valor de comparación; nosotros, sin embargo, podemos asistir, y seguimos caminando por el filo de hielo, a un fenómeno de nuestra propia sociedad que no puede ser llamado más que des-culturización pero en un sentido muy estricto y lato de la palabra, y nada referido por lo menos cercanamente a la palabra «cultura» como la manejan los antropólogos (y los «hegemónicos culturales» de izquierda, etcétera) sino muy cerradamente apegados al sentido que desde siempre le han dado a la palabra «cultura» los maestros (antiguos), los profesores de Bachillerato y las personas, en general, cultas: conocimientos sobre el mundo presente y su funcionamiento, sobre el pasado de ese mundo físico pero muy destacadamente también sobre el histórico de las sociedades, y conocimientos sobre las manifestaciones y expresiones humanas acerca de esos mundos y acerca de los propuestos para el futuro, y dominio de las técnicas necesarias para manejar esos conocimientos. Se diría que despojar o expropiar todo esto a las personas de nuestra sociedad es la definición de idiotización; o, de otro modo, que esa sociedad de idiotas es aquella en la que este fenómeno ya ha cundido y todos son ya resultado de ese proceso. ¿Esos ciudadanos son los que requiere una democracia para su buen funcionamiento? ¿Gentes desinformadas de lo inmediato y de lo lejano, inhábiles por tanto para las habilidades de relacionar unos conocimientos que, ya se dice, no tienen; y por tanto, inhábiles para aplicar procedimientos que ni conocen para tomar decisiones acerca de su sociedad, sus problemas, sus administradores y su futuro?
No. Y esta es una de las causas de las disfunciones de las actuales democracias.