Democracia, Irreverencia, Inteligencia artificial. 9

DEMOCRACIA, IRREVERENCIA, INTELIGENCIA ARTIFICIAL. 9.

Rafael Rodríguez Tapia

 

Cap1. (El ciudadano necesario) (Cont.)

Con un mínimo de reflexión se acaba percibiendo con claridad que el ciudadano que exige una democracia, para no ser esta un simulacro de democracia, es un ciudadano capaz de racionalidad; entre otras cosas para erradicar el emotivismo de la política. Y, además, se percibe que esa racionalidad lleva inevitablemente de la mano ese fenómeno, o capacidad, llamado sentido del humor.

 

Vicepresidentes en busca de un algoritmo

Se suele decir que la Inteligencia Artificial es ignorada desde el momento en que algo propio de ella se convierte en eficaz. Es decir, que se incorpora a lo normal, a lo que se da como supuesto en la vida cotidiana o profesional, desde el momento en que su uso, su capacidad y su eficacia se demuestran óptimas. De entre los muchos abordajes que una materia tan extensa permite, nos importa ahora lo que se comprende de la misma en los niveles no exactamente bien informados, sino más bien esos que suelen ser denominados «nivel de usuario». Porque no hace falta haber estudiado computación en cualquiera de sus ramas, ni Matemáticas, ni informática para saber pronunciar la palabra «algoritmo». Y como estos párrafos no lo son de un manual de I.A. ni de asignatura alguna relacionada con el cibermundo, no explicaremos demasiado, suponiendo que el lector ya lo domina: dejémoslo en que se trata de un conjunto de operaciones e instrucciones para llegar a un fin.

La pretensión de matematizar la conducta humana no es exactamente una ocurrencia de hoy. Ha llenado al literatura de especulaciones desde hace décadas, pero en absoluto solamente la ciencia-ficción, sino la ensayística más avanzada, y por supuesto alimenta miles de proyectos en todas las universidades, porque se trata de la expresión de un sueño múltiple y de numerosos autores, que esperan con ello desde conocer de antemano las conductas colectivas para progresar en la mejora de la organización de sociedades hasta, simplemente, muy al estilo de la ficción más simplona, dominar grupos humanos.

Las cosas en esas ciencias cercanas a la deseada psicohistoria de los aficionados a Asimov, y conocida por otros nombres en otros ámbitos, se han desarrollado, sin embargo, en otras direcciones en la realidad. Independientemente de que dentro de un siglo o dos todo lo actual haya dado lugar por fin a esa especie de ciencia del control de las gentes (que Asimov se cuidó mucho de evitar, como buen norteamericano de familia exiliada: su propuesta era de matematización simplemente diagnóstica), en la realidad actual se puede observar que esa matematización en realidad lo es muy fragmentaria, y dividida en ramas se diría que inconexas la mayoría.

Hay una inteligencia artificial muy centrada en las necesidades industriales y comerciales. La automatización de muchas industrias y su robotización han sido posibles gracias al desarrollo de esta I.A. a los  largo de las últimas tres o cuatro décadas, y se podría decir que basta contemplar el funcionamiento de una planta de montaje de automóviles para poder admirarse de su éxito.

Pero a su lado hay algo así como una I.A. «aplicada» más al contacto con el ciudadano, que se podría ilustrar con el caso de los cajeros automáticos, o quizá con un fenómeno algo más complejo (a ojos de los legos, por lo menos) como el de Amazon, Netflix y empresas similares. Pero con todo lo intrincado que parece el recorrido y el análisis que de los datos que se diría hacen «los algoritmos» de estas empresas para adivinar los gustos y las necesidades de los clientes y adelantarse a ofrecerles aquello en lo que todavía no han pensado, no hay que perder de vista que no suelen dar ni una. Pero no adelantaremos mucho más.

Hay inteligencia artificial, por supuesto, en las actividades demoscópicas y parapolíticas, que a menudo expresa sus resultados en forma de pronósticos electorales (que los partidos o sociómetras suelen guardarse muy calladitos) que, da como pereza decirlo, tampoco suelen dar ni una.

Los resultados de las ligas deportivas, la evolución de consumo de una hortaliza híbrida de nueva creación en los invernaderos almerienses, las subidas o bajadas de las matriculaciones el año próximo en la universidad y sus diferentes facultades, la cantidad de veces que vas a aparcar en las cercanías de ese parque y por supuesto la cantidad de veces que vas a pedir ensalada césar a tu repartidor de comida a domicilio vía teléfono móvil, son objeto de las preocupaciones y los cálculos de diferentes individuos de la familia de la I.A. Tampoco suelen acertar demasiado, por decirlo de la forma más suave, pero los intentos son encomiables.

Hay también mucha, mucha inteligencia artificial por detrás o por debajo de Twitter, de Facebok, de Tiktok, de Instagram y de todas las redes de relación. Y la hay tan extensa y tan desarrollada que la mayoría de los usuarios, legos en estos temas como es natural, a menudo tienen la sensación de que es una persona la que les interpela cuando la red le propone un contacto nuevo, o le advierte del contenido potencialmente dañino de su último mensaje o su última fotografía, o le avisa del excesivo tiempo que hace que no contacta con su antes frecuente contacto García. Precisamente, el tono y la oportunidad con que se expresan en sus mensajes estos simples resultados de ecuaciones o inecuaciones suponen para muchos usuarios como unas espuelas que les ponen en movimiento.

Así esa I.A. construida, contratada y desarrollada para ese fin está cumpliendo con su objetivo, desde luego. Pero sucede que, también, por más que resulte fatigoso decirlo de nuevo, no suele dar ni una.