Dos errores de las televisiones actuales

Micaela Esgueva

Paso a paso, un poco a lo tonto, sin que nadie lo haya pretendido ni en la pizarra de Suresnes ni en Torreciudad, se han ido uniendo dos elementos averiados de nuestra época y al final han conseguido la Gran Coalición: los medios de comunicación, y especialmente los públicos, parecen en ocasiones tomados al asalto por esa legión de politicuchos cortos de entendederas, ecolálicos y chuleras, esos personajes que precisamente no querrías ver nunca en el salón de tu casa y que, sin embargo, te aparecen en él cuando menos te lo esperas a través de la pantalla de televisión.

A primera vista, y en primera instancia, casi todo el mundo coincide en que si en algún lugar es legítimo que aparezcan los políticos es precisamente en las televisiones públicas, que para eso están. ¿Para eso están? Muy al contrario: obsérvese que esas televisiones, más o menos genéricamente, o en otros casos muy concretamente, tienen como patrones (no de dinero, que somos los ciudadanos, sino de todo lo demás) precisamente a esos políticos. ¿Y cómo es entonces el arreglo? ¿Les pagamos una televisión pública para que nos suelten todavía más sermones? ¿Es eso lo que quiere la gente, montar una tele autonómica por ejemplo, para que los politiquines se tiren todavía más el rollo?

Sucede que el asunto viene tan de antiguo que habrá que estudiar mucha ingeniería para arreglarlo; de momento, no se ve cómo se puede reparar. Ya en fechas tan cretácicas como 1990 un lugar todavía de profesionales entregados como era el Telemadrid que esos mismos profesionales estaban fundando se vio en unas cuantas ocasiones invadido por gentecilla de esa del parlamento autonómico (alguna todavía en activo en la actualidad) pegando gritos e irrumpiendo en las cabinas de edición portazo mediante, porque habían comprobado que en una reciente información al rival Fulano le habían concedido los montadores 2 frames más que a servidora: ¿qué oscura conspiración había detrás? ¿De verdad querían los montadores o editores conservar su puesto de trabajo? ¡Eso había que arreglarlo ya mismo, si no querían ir todos a la calle!, ¿no se daban cuenta de que ellos, los políticos autonómicos, eran en definitiva sus jefes?

Eso es la peste, el cáncer y el covid juntos, por supuesto. Nunca se podrá transmitir suficientemente la actitud de arrogancia y de chulería con el que el más zopenco de los diputaditos se decía, en efecto, «jefe» del personal de aquella televisión; actitud que ha traído como herencia lo que a continuación se verá. ¿Y ya no recuerda nadie aquel conato de incidente vergonzoso entre Fraga y una pobre operadora de cámara de la televisión autonómica gallega? Alguien con todo el poder como ese político en esos momentos, que era el presidente de la Xunta, era «regalado» por la televisión pública con la confección de un spot publicitario para las cercanas elecciones (lo hacían también con los otros candidatos, pero eso no alivia el mal, sino que lo agrava); el realizador había decidido una entrada muy de la época, con un plano de grúa que descendía hasta primer plano del orador. El texto estaba en autocue, es decir, se podía leer en el mismo objetivo de la cámara. Y así empezó Fraga dos o tres veces, pero… ¿Qué era eso? Y aquí pasaremos a recordar lo más literalmente que nos es posible: «Pero ¿se quiere quedar usted quieta, señorita?», suelta Fraga, como siempre indignado y abusón. La operadora de cámara dice tímidamente, señalándose los cascos: «Es el realizador quien me da la orden de hacer este plano así». ¡Ha contestado a Fraga! ¡No puede ser! Este, por supuesto, reataca: «¡Pues le va a decir usted a ese señor que la deje a usted quieta! ¿Me ha entendido?» Y la operadora: «Yo, lo que me dicen por los cascos». Y Fraga: «¡Me está usted moviendo mi texto! ¡Quédese quieta de una vez!» (y la operadora se quedó más o menos quieta, pero llorando a moco tendido). (Claro que este caso es quizá extremo-gore, porque ese mismo personaje, nunca suficientemente calificado, fue el que como ministro de turismo mandó quitar una escalera que a su juicio «quedaba fea», y así quedó aislada la planta superior, en la restauración de un Parador Nacional, escalera cuya reposición tuvo que ser ocultada luego al ministro.)

Hay decenas y decenas de escenas similares en la vida de las televisiones públicas. Desde aquel 1990 por el que hemos empezado hasta hoy, además, muchas cosas han ido cambiando, o evolucionando, o involucionando. El papel del periodismo, que entonces era todavía muy mayoritariamente informativo y reporteril, ha ido girando paso a paso también hasta lo que es hoy, prácticamente un oficio de mostrarse más indignado y más listillo y más suspicaz que cualquiera. Los que no estuvisteis entonces deberíais preguntar a los que sí estuvieron: os aseguro que hace 30 años ni se concebía como posibilidad que una de las especialidades del periodismo, y la más frecuentada por los profesionales, fuera a ser la opinión. Claro que había opinión, pero no había programas de televisión enteros, incluso noches enteras con diversos programas, todos montados sobre la discusión todológica como hoy es casi lo obligado. Alguien que tenga fuerzas podría estudiar, encontrando la fórmula adecuada, cuántas veces por semana es hoy normal que se dé opinión sobre algo de lo que todavía no se ha informado adecuadamente. E incluso sobre algo de lo que todavía no se ha informado, sin más.

Por otro lado y mientras tanto, por seguir con el ejemplo de Telemadrid, ¿qué necesidad había de cargarse la agradable y eficaz fórmula con la que se inauguró, y que desarrolló durante su primer año, de emitir sólo 6 horas al día, por las tardes, con programación infantil, luego juvenil y luego series de calidad, un único informativo, y una película? Sí, ya sabemos que por ahí andaba la SGAE, y andaba el lío de los tiempos de publicidad en relación al minutado total emitido, y todas esas burocracias. Que estuvieran, y que ejercieran sus palancas, y que vencieran, no nos obliga a darles la razón ni a aceptar alegremente su victoria; aquello fue el comienzo de una estafa que se sigue dando a día de hoy: ¿os suena eso que en la SGAE llaman «la rueda»? Fijaos en las programaciones de madrugada: música. Música grabada en plató para que no la vea nadie: sólo para emitirla cuando no la ve nadie pero emitirla, porque emitir es emitir aunque no lo vea nadie. Y así hay «devengos» que van y vienen, y un minutado total de emisión al día que ocupa las 24 horas, con lo cual la proporción de publicidad que te dejan meter cada hora es mayor. ¿De verdad era necesario eso en las autonómicas autofinanciadas -alguna no, está claro y es conocido-, modestas de planteamientos, y en algunos casos brillantes de resultados? No: eso fue provocado y causado por los horteras políticos sin más gafas que para criticar el calzado del rival y hacerlo como si estuviera regalando con ello unas históricas contribuciones a El Capital. 

– Fíjate, secretario general, qué audiencias tiene Telemadrid: eso es potencialmente una pasta. 

– Pero déjese, Gómez. Para algo que funciona bien tampoco vayamos a estar siempre jodiendo marranas. 

– No es eso, secretario general, es que estamos hablando de millones, pasta para financiar nuestros programas políticos (y a veces personales, o sea), publicidad en chorro, secretario general. 

– ¿Sí, tantos millones, Gómez? No sabía yo: hágame un informe y ya veremos.

Así es como tenemos las actuales emisiones absurdas de 24 horas al día con tal de cumplir números y proporciones; y las alimentamos de la idiotez narcisista de politiquitos; y nos debemos no a la información o a la realidad, sino al minutado fijo y obligatorio de los informativos, sin más conocimientos para rellenar esos minutados que los muy escasos y cutres que hacen falta para moverse por las sedes de partidos y sindicatos.

Así que lo normal, si en la actualidad te da por tener gripe o cosa parecida, y caes preso del sofá, y te pones a zapear, es que tu salón se vea invadido por imbéciles con un dominio del castellano propio de orugas y con una formación y unos intereses que haría que hasta los de Atapuerca los mandaran de nuevo a la escuela.

Hay que rellenar minutos: ese es el primer error. Desde siempre se tenía en las redacciones y en los controles de los informativos de la tele un stock de informaciones-comodín para ese caso, asuntos y contenidos que siempre podrían quedar bien, no ofensivos, aptos para todos y para todo tiempo. Hoy siguen teniéndolo algunos, claro, pero casi no se usan. 

Por qué casi no se usan: por el segundo error, la formación del periodista de ahora, que consigue que casi todos los periodistas de las teles de lo que saben (?) es de «política», o más bien de lo que ha sustituido a esta en el mundo de la comunicación pública: cotilleos memos de entre políticos, frases hechas de ataque y defensa entre ellos, que ahora sueltan aquí como para enardecer a las masas y, una vez enardecidas estas, ellos sí que se van juntos a comer… Pero hasta los mismos informadores de las teles se lo tragan.

Yo creo que tenemos derecho a que precisamente las teles públicas, en contra de lo que pudiera parecer a primera vista, no sean ocupadas por los políticos, sino por asuntos, informaciones y diversiones que a la gente le gusten o le disgusten pero que, sobre todo, le sirvan de algo.