Esas inacabables discusiones sobre la «superioridad moral» de la izquierda: Fermín de Pas eterno

Rafael R.Tapia

Si te preguntan qué prefieres, que un niño pase hambre o que no lo pase, ¿tú qué respondes? Si te preguntan de qué eres partidario, de operar a alguien de apendicitis aunque no pueda pagárselo, o de dejarlo morir de muerte horrible, ¿qué contestas? 

Naturalmente que hay psicópatas; en realidad, hay muchos más que disfrutan de hacerse pasar por psicópatas que gentes que lo son de vedad: mero exhibicionismo de oficina, o táctica para ligar, o para que te ascienda el jefe, que también se hace pasar por psicópata y va por ahí afirmando que el que no pueda pagarse la operación, que se joda (pero lleva a sus hijos a la sanidad pública, claro).

Pero algunos representantes de la izquierda cultural (teniendo en cuenta en qué se ha convertido la izquierda en los últimos 25 años, eso empieza a ser un oxímoron) se han quejado últimamente, con ritmo y volumen crecientes, de que con esa acusación de comportarse como con modales de «superioridad moral», sus acusadores, a los que llaman a menudo «las derechas», intentan acallar cualquier discusión realmente política que se plantea. Y se ha conseguido que, poco a poco, la acusación de arrogancia (que es el término digamos preciso para designar esa «superioridad moral») se vaya viendo neutralizada, hasta el punto de que cada vez se usa menos.

La clave es que esas «izquierdas» han conseguido reducir las posibilidades de considerar al acusador otra cosa que «fascista» y afines. De hecho, un portavoz de esas «izquierdas» culturales (que es de lo que va el asunto, de izquierda «cultural», y el espacio en el que se juega este partido) realizó el truco escénico perfecto en una entrevista radiofónica hace un par de meses (es verdad que con entrevistador amigo) cuando, preguntado por esa acusación, inmediatamente y antes de que ningún oyente tuviera tiempo de pensar por su cuenta, afirmó con contundencia que los que acusaban a esas «izquierdas» de modales inaguantables de «superioridad moral» eran machistas, maltratadores de mujeres, racistas, nazis, xenófobos y maltratadores (él usó otra palabra, pero similar: cito de memoria) de inmigrantes. Y reducidos a eso los acusadores, tal como el entrevistado «de izquierdas» dijo, naturalmente que se sentía moralmente superior a ellos, porque el hecho es que era «moralmente superior».

Y da la impresión de que, sin darse cuenta muy del todo, el entrevistado, señalado portavoz fijo discontinuo y personaje de organizaciones de actores «de izquierdas», dio la clave para entender a qué viene esta epidemia de risillas y displicencia y desprecios gestuales entre los contertulios «de izquierdas» en cualquiera de los programas radiofónicos o televisivos en los que hay tertulia con contertulios «de derechas» (que es lo que son al parecer todos los que no son militantemente «de izquierdas»).

Muchas gentes de izquierdas se extrañan legítimamente de esa acusación de arrogancia, porque de verdad ni la sienten ni, lo que es algo más extraño pero parece cierto, ni la perciben de sus correligionarios cuando actúan en combate dialéctico con los rivales. Pero muchas otras gentes igualmente de izquierdas sí la perciben, y además la ejercen, y además defienden su ejercicio, y ello con argumentos que se resumen en lo que dijo ese portavoz en la entrevista radiofónica: es que soy superior a un violador, a un nazi, a un asesino de inmigrantes.

El truco es viejo, muy viejo, de siglos de antigüedad, y ha aparecido en decenas de tratados de lo que se llama erística. En algunos de ellos le dan el nombre de «ampliación» del rival, en otros le dan otros nombres pero parecidos. Si tienes ganas de cargarte a todos los madrileños, y tienes en debate ante ti a un madrileño y este dice que la paella es basura, tú dirás que ahí está la prueba de que «en Madrid» se afirma que la paella es basura, y eso es ya causa suficiente para sacar los tanques y arrasar la provincia de Madrid y aniquilar a sus habitantes. 

Pocas cosas ganan a esta técnica en simpleza y en estupidez. Y pocas cosas la ganan en eficacia: las tribunas de espectadores, reales o más o menos metafóricas, se lanzan inmediatamente a las calles a ofrecer flores a los tanques que ya comienzan a partir hacia el territorio enemigo, odiador de la paella.

De modo que, volviendo a la basura real, si no quieres que te tomen por maltratador de mujeres, o violador, o nazi, o xenófobo, o maltratador de inmigrantes, más bien deberías adherirte a las tesis de quien sea, pero, eso sí, «de izquierdas», que se esté pronunciando en ese momento con esa «superioridad moral» acerca casi de cualquier cosa: ya hemos sugerido antes, y ahora decimos con claridad, que en realidad esta es una batallita parcial del gran juego político de la hegemonía cultural de la izquierda. Se trata, claro, de ese juego al que se lanzaron los militantes «no obreros» con armas y bagajes hace aproximadamente un siglo, cuando por medios democráticos esas «izquierdas» terminaron de ver que no arrasaban tan automáticamente en las urnas tanto como habían supuesto que iban a arrasar cuando aceptaron (las que lo aceptaron, que no fueron todas, como sabemos) la democracia burguesa. Habían descuidado un flanco: el cultural, el intelectual, el artístico. Lo demás, lector, ya lo sabes, desde Gramsci hasta… cualquier portavoz espontáneo del autodenominado (precisamente, siguiendo las directrices antiguas) «mundo de la cultura» actual, que insulta, desprecia y supone lo peor, sin conocimiento alguno, de cualquier persona que haya manifestado alguna discrepancia con lo que en ese momento se ha determinado que hay que manifestar solidaridad, y eso con motivo de un photocall antes del estreno de una película de comedia familiar, o al ganar un premio en un concurso de televisión, o al promocionar un perfume de una firma de lujo. Es decir, en contextos inoportunos e incomprensibles, y hasta contradictorios con el mensaje arrogante.

Fermín de Pas es la gran creación literaria que encierra todo lo que pudiéramos decir, y que se desborda a sí mismo y nos ofrece, retal a retal, todo el conjunto de lo que todos los demás arrogantes iluminados han tenido la ocurrencia de decir o hacer o insultar. Clarín retrata exhaustivamente, se diría que sin dejarse un miligramo en el tintero, todo lo que todos los superiores morales han hecho y habrían de hacer en su futuro, que es nuestro presente. La necesidad de enemigo; la técnica depurada de creación de enemigo cuando este no existe en realidad; la suposición insultante de la minoría o de la ignorancia del interlocutor previa a cualquier examen de este; el aplastamiento físico de la voz del interlocutor cuando se atisba en su discurso una respuesta razonable; el dominio de mecanismos de control exteriores y superiores a esa conversación para sancionar, en último lugar, cuando todo ha fallado, la opinión desviada.

Todo lo que pueda decirse de ese Magistral vetustense se puede decir, sin aplicar una lupa de demasiados aumentos, de cualquier portavoz de estas «izquierdas» que se manejan, como cualquiera puede ver, con «superioridad moral», con arrogancia de beneficiado catedralicio.

Quizá ha fallado la comunicación con esas «izquierdas», y quizá hay que esforzarse en expresar con más claridad algo que, se diría, hasta ahora no terminan de conocer:

  • no todo el que no piensa como vosotros es nazi, maltratador, xenófobo ni racista;
  • vosotros no habéis inventado la lucha contra los nazis, ni contra los maltratos, ni contra la xenofobia, e incluso, en ocasiones históricas muy señaladas y conocidas, habéis estado en el otro bando: ¿de verdad queréis que hagamos una lista de esas ocasiones?
  • es más que posible la existencia de un sistema de pensamiento de convicciones conservadoras que no incluya, y de hecho, casi es obligatorio que excluya, la xenofobia, la misoginia y el racismo y todo lo demás.

Lo cierto es que se os acusa de ostentar esa «superioridad moral» no precisamente ante personajes digamos peligrosos, fieros, de los que quizá merecerían que sí se mostrara esa superioridad: porque os vais del estudio de radio o del plató de televisión. ¿Qué es eso de que con ellos no se discute? ¿Qué es eso de que dar la oportunidad de desmontar sus argumentos es «blanquearlos»? 

No: las acusaciones de manejaros con insoportable «superioridad moral» surgen de tratar con esas sonrisillas y esa arrogancia como de heredero de un gran imperio a quien simplemente manifiesta discrepancias con las últimas tonterías de un ministro -de izquierdas- acerca de qué es mejor y qué es peor para merendar; o de una autoridad -de izquierdas- acerca de lo que se puede y no se puede hacer, hasta el punto de prácticamente imposibilitarlo, para adelantar a un vehículo en una carretera de dos carriles. Mostráis esa «superioridad moral» con quien no es «inferior moral» a vosotros, igual que los más zopencos y grasientos del colegio muestran su fiereza, y siempre en grupo, con el ochomesino con gafas y enfermizo que en el recreo no acierta mucho con el balón: nunca se os ha visto meteros, y menos solos, uno a uno, con el grandullón, con el peligroso. Siempre con el que no ha hecho nada ni merece vuestros insultos.

Esa es la arrogancia de la que se os acusa. Frente a esa lista de malvados, todos somos moralmente superiores, claro. Pero no suponemos que cualquier desacuerdo nos permita suponer que el disidente de cualquier asunto y en cualquier cuestión es uno de esos malvados.

¿La consigna os va a permitir pensar en ello? ¿O ni siquiera sabéis que estáis obedeciendo a una consigna?