Filosofía política, biología molecular

Rafael R. Tapia

A menudo se cuestiona de frente la posibilidad de que exista algo, de la naturaleza que sea, que merezca ser llamado así: filosofía política. Lo grave es que lo cuestionan no los habituales desinformados de casi todo, sino incluso gentes alfabetizadas, y a menudo incluso licenciadas y hasta doctoradas, pero, por supuesto, en otras materias. Lo cierto es que podría tratarse hasta de una tradición necesaria para la supervivencia del mundo de las camarillas intelectuales, universitarias, editoriales y funcionariales. Y, casi como comedia, muchos en la Complutense recordarán el caso (que se repite con frecuencia, pero uno en particular fue muy sonado, porque se encargó su protagonista de que sonara) de aquel superingeniero aeronáutico al que le faltaban no sé si dos o tres calificaciones de esas llamadas recientemente «asignaturas de libre configuración», y el tío había decidido que, como ya estaba cansado de estudiar, pero «era ingeniero» (y casi exigía que a su alrededor se le pusieran en pie al decirlo) y en consecuencia podría con cualquier estudio, mejor se matriculaba en una cosilla de esas «de letras», en las que, decía el tío casi literalmente, «basta con que sueltes cualquier ocurrencia poética para que te aprueben»: y fue el muchacho y se matriculó nada menos que en Metafísica de María José Callejo, que es una de las mejores profesoras que han pasado por el mundo, que tiene una Crítica de la razón pura que maneja en clase y no suelta de su mano, en la que no hay una sola línea que no tenga su subrayado con un color u otro, y que tanto como te da, te exige: el destripamiento completo, de cabo a rabo, de la obra kantiana; algo que cuesta lo que quizá algún lector puede imaginar (y si algún otro no se lo imagina no importará porque es imposible transmitirlo). Por supuesto, el superingeniero se estrelló contra la pista de aterrizaje una y otra vez y luego se le perdió de vista. Y todo por una vieja ignorancia perfectamente remediable.

El menosprecio a estas materias es clásico y casi necesario. Necesario para la autoestima de los demás, que al tener un objeto de burla se compensan de sus propias inseguridades, claro. Y a lo mejor necesario para las materias despreciadas, que puede que cada vez que reciben un escupitajo de estos respondan siendo más rigurosas y avanzando algo por ese terreno que se han autoadjudicado como territorio de estudio.

Es muy posible que algo como la filosofía política sea de las materias más menospreciadas y de las que más risas se hacen. Todos los que tenemos cercanía al asunto sabemos que de vez en cuando hay que volver a aclarar ciertas cosas. No es que importe demasiado a efectos de respeto y de ingenieros, pero sí importa para las que podríamos llamar, en plan periodismo deportivo, «las nuevas incorporaciones». Por lo menos, a los que llegan ahora al debate inacabable, tenemos que darles la oportunidad de saber cómo es la cosa tal cual, antes de burlas y deformaciones, para que puedan proceder a hacer lo que más se parezca a decidir por su cuenta lo que opinan e, incluso, si quieren colaborar.

Naturalmente, hay pocas cosas a las que la filosofía política haya dado más vueltas, antes de ponerse a trabajar, que a aquello de cómo zanjo yo de una vez si tengo derecho o no a existir. Y se ha dicho de todo, y muy variado, que quizá ha sido útil para según qué mentalidades o prejuicios en cada caso. Pero lo que no hemos oído ni leído por ahí ha sido una realidad, que a nuestros ojos es muy visible: la necesidad de la filosofía política como laboratorio primero.

Y a lo mejor conviene explicarlo genealógicamente, haciendo referencia a los derechos de los que disfruta el ciudadano de hoy, por ejemplo, e invitando a inducir hacia atrás para encontrar el origen de que ese derecho se consolidara como tal. O puede que a algunos la explicación histórica les dé igual, y quieran apoyarse para su dictamen (pulgar arriba o pulgar abajo) en sucesos de hoy, de ahora mismo, y fotos y escenas en las que se pueda ver, restallante, la influencia de esa filosofía política en la vida común. No se puede saber del todo el enfoque que a cada uno le haría comprender. Pero a lo mejor se puede sospechar que todos entenderán que eso de la libertad de expresión (por empezar a coger el rábano por una de sus muchas hojas) antes que realidad fue una idea: ¿y si en lugar de pasar a cuchillo a todo el que diga algo -primero, el que diga cualquier cosa, el que simplemente abra la boca; luego, el que diga algo diferente; luego, el que diga algo opuesto- dejamos que todo el mundo diga lo que quiera, con las reglas y el decoro apropiados, pero lo que quiera, y probamos a ver si eso al final es mejor que callar a todos? Y eso se pensó y hasta se llegó a decir antes de que eso fuera una realidad política: era pensar sobre sobre los fundamentos de la política; ¿será eso la filosofía política?

Y si tiranías o democracias; y si libertad de asociación o restricción; y así cualquier aspecto, obligación, ley o derecho que cualquier ciudadano, en la actualidad, ejerce y hasta esgrime como si fueran «naturales»; por supuesto, lo primero que habría que explicar para despejar tonterías sobre la naturaleza de la filosofía política es que nada de eso es natural. Y también que la reflexión sobre la política no es sólo ni sobre ni a favor de la democracia. Todas las posturas tienen argumentos, y se trata de saber leerse a uno mismo, y de saber leer a los demás, y de saber leer argumentos, para determinar en qué lugar de la reflexión va uno a hacer su trabajo, en qué puede aportar y en favor o en contra de qué. Y todo eso antes de que esa idea, ese diseño de lo colectivo, ese derecho o ese deber tengan presencia real.

Le cuesta mucho al desinformado comprender que todo lo que hoy es ejercicio natural de la ciudadanía lo es porque es previamente ley; y que lo que es ley ha sido previamente una idea; y que esa idea ha sido trabajada y contrastada y pulida y mermada o favorecida por reflexiones y añadidos o eliminaciones, y que incluso se ha practicado con ella en ámbitos restringidos, ámbitos que pueden ser tanto experimentos sociales controlados como, más frecuentemente, los mismos libros y las mismas reflexiones en debate unos con otros, hasta que, habitualmente no por esos autores mismos sino por lectores externos, se ha percibido que ya había algo que podría incorporarse a lo colectivo, a lo político, y se ha propuesto. Y por caminos a veces sumamente tortuosos ha llegado a legisladores, o a los asesores de los legisladores, y así ha continuado su camino.

Es decir, la filosofía política como laboratorio de biología molecular de la organización política. Como esas investigaciones que hasta hace poco se llamaban fundamentales, y que a menudo eran despreciadas por el desinformado, que no sabía que los aparentes desparrames de los biólogos de hoy eran, sencillamente, el fundamento de los artefactos farmacológicos o terapéuticos de mañana, y la realidad clínica de pasado mañana, cuando a él le van a curar de ese cáncer. Qué hubiera sido de los cánceres que hoy se curan si hace treinta años se hubiera hecho caso a los catastrofistas tacaños de siempre que nunca entienden que se invierta dinero en esos laboratorios que él no comprende. ¿De qué sirve eso que estáis investigando, no sé qué del ión calcio y su polarización? A ver: a quién le importa eso, cuando el dinero que os gastáis se le podría estar dando a un niño con hambre. Esa es la demagogia siempre viva y preparada, que se dispara como en automático. Pues resulta que sirve no para que un niño coma, sino para que dentro de veinte años coman millones de niños, porque hemos encontrado cómo fabricar leche a menor coste; por ejemplo. Y aunque a veces pueda parecer lejano, el trabajo de la filosofía política es parecido. El mismo hecho de poder escribir esto y de poder leerlo no hubiera sido más que una quimera hace apenas doscientos años (y en muchos momentos más recientes). Pero hoy es parte de nuestra más indiscutible normalidad gracias a que algunas personas, como ese Kant de María José Callejo, pensaron y argumentaron y propusieron que este escribir y este leer ya no volvieran a ser prohibidos.

Cada cierto tiempo hay que volver a mencionarlo.