Si es que eso es lo que hay: tenemos que aguantarlos (2)

Rafael R. Tapia

Pero es que luego llegan al gobierno municipal o de cualquier escalón hasta el nacional, y se lían y nos lían y nos meten en berenjenales de los que en ocasiones nos ha costado diez o doce años salir. Y todo por meteduras de pata que sólo no lo son a ojos de sus compañeros de la sección local o regional de sus partidos, con los que a veces parece que tienen una apuesta. ¿Qué apuestan? Qué sé yo, algo como que a que me atrevo a no levantarme al paso de la bandera estadounidense en el desfile de nuestra fiesta nacional. O a que me fumo la próxima petardada de cumbre del G-20 diciendo que me quiero ir a dormir.

No los conocemos de ahora, porque hemos estudiado a su lado y han seguido reclamando la atención durante cuarenta y cincuenta años, y se la hemos prestado. Pero se la hemos prestado también a muchas otras cosas de la vida, y eso nos ha envenenado: porque ya nunca estaremos del todo contentos con lo que ellos dicen; siempre recordaremos que hay otras cosas en el mundo y en la lógica y en la política, y no sólo lo que dicen ellos, que a menudo parecen ignorar todo lo que no sea la última directriz de su partido o de su concejal-presidente o de ente parecido. Es decir: en ocasiones tenemos más fuentes de información que las muy escasas y en general sesgadas que tienen ellos, y por eso en ocasiones no aceptamos los datos del paro que ellos dan, o de espíritu republicano en la población española (sabemos distinguir, a diferencia de los partidistas, entre nuestros deseos y la realidad), o de «toda España celebra con alegría el cumpleaños de don Juan», aquella abeceína inverosímil de puro extrema de la que nunca se ha avergonzado el por otro lado muy culto y honorable Anson, y que es exactamente lo mismo que hacen estos personajes que hoy tenemos que aguantar, mientras creen que con su paisina hacen lo contrario de esa abeceína. Apañados estaríamos los nietos de Quevedo y de Jovellanos si sólo tuviéramos como fuente de información las secretarías (de secretar, no de secretos) de información del gobierno.

Pero es que no podemos apartar de nuestro campo visual el inmarcesible morro que hay que echarle para decir en público algo como eso de «se empieza dudando de…» Todos esos que, normalmente para conseguir pasta de subvenciones exteriores, siguen afirmando que el franquismo sigue vivo en España, no se dan cuenta de hasta qué punto a muchos nos parece que puede que sí, ahora que lo dicen, pero no está vivo exactamente donde ellos dicen, sino más bien vivo en ellos, en sus hábitos y sus vicios y sus miedos y sus reflejos autoritarios y prohibidores, y en su forma de arrastrar fieles hacia la insidia, en ese «eso lo arreglaría yo de un plumazo» que se pone de manifiesto que está detrás de tantas y tantas propuestas y propuestas de medidas y de decretos y de normas en cuanto han conseguido esa pluma con la que dar el plumazo.

Y dan el plumazo, como se hizo público y notorio, empezando por algún medio de comunicación, ya de antiguo conocido no exactamente por su ecuanimidad en lo que se refiere a los asuntos de gobierno. El golpe sí que se dio en ese diario, cosa que en el resto de la prensa no se puede casi ni mencionar, o no se menciona en absoluto, y fue ese golpe el que acabó con la ecuanimidad que por fin ese diario había alcanzado tras muchos años de tendenciosidad hacia un lado o hacia otro (en general hacia uno). Y de nuevo ese diario volvió a ser, como treinta años atrás se bromeaba, una extensión del BOE. Pero ahora, además, empeorado con la asunción perfectamente acrítica de las tesis o las hipótesis de la cuarta ola de un feminismo que visto desde el exterior ya no parece tal feminismo, sino una mera discusión de acaparamiento de victimismos y de y yo más, que llega al punto inconcebible de titular, a propósito de la guerra de Ucrania, La guerra de las mujeres, volviendo a las antiguas, antiquísimas posturas, tenidas por todos por más que rancias y de un fondo machista insoportable, de que en la guerra las que sufren de verdad son las madres y las esposas, y no los hombres que son manejados como ganado sacrificable en trincheras de lodo y ratas, abandono, heridas y muerte.

Pero es que hay que aguantarlos. No vamos a decirles algo como «se empieza despreciando el sufrimiento del soldado en una guerra y se acaba siendo una imbécil frívola que pone en cuestión los resultados electorales» (entre un término y otro hay tanta conexión como la que hay entre los dos términos de la afirmación de Zapatero). Hay que aguantarlos, claro.

Pero ahora que están con todos los instrumentos del poder en sus manos, están descubriendo que no sólo ese poder es poder. Hasta el líder politólogo tuvo que quemar escaño durante dos años para llegar a descubrir, y decir desde la tribuna: «Es que hay personas que no han sido elegidas y que tienen tanto poder como usted, que es diputado, y como yo, que soy vicepresidente de gobierno». ¿Era eso? ¿Le estábamos pagando un máster al líder politólogo en materias que aún tenía por descubrir, a pesar de sus doctorados y su docencia? ¿A estas alturas descubría que el poder hoy, desde luego, y en gran medida desde siempre, es una cosa extensa, nunca compacta, siempre compartida, y siempre en disputa entre mil postulantes? ¿A ese punto de post-adolescencia habíamos descendido para la concesión de cargos, y nada menos que vicepresidencias del gobierno nacional? No es de extrañar la marea de deserciones y dimisiones y adioses de esas formaciones que han estado ocupando el lugar de la izquierda que España, quizá, necesitaría. Lo que iba mal, iba mal porque ya se sabe que los padres son malos y chungos y hay que rebelarse contra ellos; así que en cuanto ocupemos su puesto ya verás como todo eso que va mal deja de ir mal y se arregla. Pero entonces viene el diario afín y llega a titular (es decir, no a informar a escondidas en la esquina inferior izquierda de página par):

A pesar de lo que dice la ley, siguen produciéndose 77 desalojos de inquilinos vulnerables al día.

Y esto al comienzo del verano del 2022. ¿Pero no eran los desahucios obra de unos gobiernos fascistas antiobreros? Si no era así, y aquellas proclamas eran erróneas, primero: devuelve los votos que conseguiste por mencionar eso; segundo: es que a lo mejor hay una cosa fea, chunga desde luego, sucia, mucho más inmanejable de lo que en tus fantasías de apenas post-niño podrías llegar a concebir: la realidad. La realidad de las vidas de las gentes, sus dificultades, el mundo verdadero del trabajo y de las empresas, las auténticas relaciones entre personas (sean del género que sean), la complejísima maraña de nociones, emociones, valores, materiales, situaciones e ideas que componen la realidad humana. Esa complejísima maraña que los grandes tratadistas suelen ignorar, reduciendo todo a bipolaridades morales infantiles.

Una cosa es la apatía y la inacción de algún presidente anterior, que creía resuelto un golpe de estado con el simple contraataque de dar parte del mismo a la notaría del reino; y otra es agitar las masas contra el Mal para luego descubrir, llegados al gobierno, que tal Mal no era el Mal, sino simplemente la irreductible complejidad de la vida, que nunca se arregla de un plumazo ni con un decreto.

Al final han hecho algo parecido al presidente de la notaría.

Las cosas no eran tan fáciles, ¿eh?

Se empieza diciendo «cuando lleguemos al gobierno no habrá más desahucios» y se acaban prohibiendo las terrazas de los bares, los chiringuitos de las playas y las expresiones públicas que pongan en duda los datos del paro (o el castellano en los colegios).

Pero no les vamos a prohibir. Tenemos que aguantarlos.