15 Nov Una filosofía no radical 2
UNA FILOSOFÍA NO RADICAL 2
Rafael Rodríguez Tapia
¿O qué significa eso de «filosofía radical»? ¿Por qué todos se lo atribuyen? También se lo atribuyen los críticos de cine a ciertas películas (más bien a ciertos «autores», o al conjunto de su obra); por supuesto, se califica de «radical» la obra de un poeta, de un pintor, de un coreógrafo o de un ceramista. Incluso muchos de los mismos autores se lo achacan a sí mismos: «He querido plantear una propuesta radical de…»
Es muy intensa la tentación de ponerse cursi (como ellos) y lanzarse a disertaciones etimológicas y, a partir de estas, discutirles el uso tan peculiar que hacen de esa palabra. Pero no caigamos en ello. Saquemos el significado más bien de su uso, de cómo ellos lo usan. O de por qué lo usan.
Es muy raro, pero verdaderamente raro, que la filosofía se practique fuera de los ambientes universitarios. Es decir: se practica, naturalmente; pero se avergüenza de llamarse a sí misma filosofía, y desde luego la avergüenzan los demás si se permite llamarse así. Salvo excepciones, en esos ambientes se conducen como si (en cursi, als ob, amigos) tuvieran la convicción de que sólo ahí y sólo en ellos puede hacerse o practicarse filosofía, y que «fuera» (se emplea mucho eso de «fuera»: tinieblas exteriores y todo eso) se podrá construir el discurso que sea, se podrá escribir lo que apetezca, pero filosofía no será. Bueno, qué más da. Quiero decir, qué más nos da a los de «fuera». A los de «dentro» (hay excepciones, claro) parece importarles mucho. En cuanto sale una nueva obra, un nuevo libro o un artículo, antes de leerlo lealmente preguntan: «¿y este/a tío/a -alguno lo dice exactamente así- en qué facultad está? Porque de esta no me suena». Y si no está en ninguna «facultad», lo más frecuente es que desdeñen su lectura. Puede que ahí ejerza cierto poder el hecho de que la aprobación o la reprobación de ese libro o de ese artículo no le vaya a producir al lector universitario beneficio alguno ante santón alguno, así que el interés «filosófico» se ve tan mermado que no merece la pena ni leerlo.
¿Tenemos que hacer la lista de la filosofía que se ha hecho fuera de las facultades universitarias, o basta con que amenacemos con recordar pormenorizadamente, por ejemplo, a Schopenhauer? No es una guerra que merezca la pena librarse. Venía a cuento aquí lo de la universidaditis a propósito de la cosa «radical»: es que resulta que con ese tonito entre «revolución permanente», descontento muy jamesdean (algo vintage, ¿no?) y grupo guitarrero justiciero de misa de 12 que se ha impuesto en las facultades más bien de letras, de cosas sociales y desde luego de filosofía, como no vendas tus bocadillos de jamón como «radicales», no vendes ninguno. Exactamente eso: bocadillos de jamón, no es ninguna broma. Para financiar el viaje del paso del ecuador era, o algo así. Y todo lo demás tiene que ser «radical», porque si no lo es, entonces será… ¿qué? Reaccionario. Capitalista. «La filosofía o es radical o es capitalista», queda bien, aunque nunca se sabrá muy bien lo que significa. Porque tampoco es cosa de pararse a preguntar qué quiere decir con eso el que lo dice, que entonces el que pregunte estará dando el mensaje de que no es… «radical».
Parece que usan eso de «radical» como resumen o sinopsis de una colección de términos o de ideas: por ahí está la rebeldía, desde luego, pero también la expresión de unos nuevos fundamentos o dogmas, también se oye cerca la lucha en las trincheras de la historia, algo de santa ira o de destrucción necesaria, más cosas de esa granja; y, desde luego,… la pertenencia a una tribu. Sobre todo, si te pronuncias así, ya sabes que tienes asiento en la asamblea de la tribu. Y ese asiento, esa compañía y ese calor son muy importantes en cierta etapa temprana de la vida. Sucede que cuando se prolonga esa necesidad comienzan los problemas.
En fin, esa «radicalidad» aparecerá o no aparecerá si es que tiene que acabar apareciendo o si no, como el estilo en los escritores y los pintores: pero buscarla, como los que buscan ese estilo, es siempre forzar una realidad e impostarla. Se parece a lo que denota o quizá más bien denotaba, y desde luego connotaba, el adjetivo «pío»: una filosofía pía, una obra pía, una acción pía. Hubo tiempos, ya bastante lejanos (aunque algunos se empeñan en reproducirlos hoy, desde ambos extremos) en que si querías asegurar la publicación de tu libro, el premio del sindicato o el beneplácito de cierta crítica, con poner ese adjetivo a tu obra ya tenías suficiente. Si se relee la frase anterior, se notará que podría aplicarse a la actualidad.
Hay tradición de filosofía «pía», como la hay de filosofía «radical». Pero es que también la hay de filosofía sin más, o con otros adjetivos, o con menos pretensiones. A menudo se han publicado reflexiones, artículos, obras o conferencias que han glosado con gran detalle la carencia de pensadores y a veces hasta con la palabra «filósofos» en España, ahora y en la historia: siempre se ha llegado a esa conclusión (que no lo era, porque era el motivo para escribir esas obras, es decir, que era punto de partida) porque han buscado qué «Sistema Filosófico» se ha edificado o ha edificado algún autor español, o una escuela filosófica de seguidores de alguien en particular, cuyo apellido se ha adjetivado y convertido en tótem: hegeliano, kantiano, newtoniano, como quien dice martineciano (supongamos que del Gran Filósofo Arquitectónico Martínez), o aguirregomezcortiano (ponga cada cual el apellido del que procede). En realidad, sí que se maneja con frecuencia el adjetivo «orteguiano», pero eso parece no contar mucho porque uno de sus principales discípulos llegó a decir que no había conseguido hacer un sistema del pensamiento de su maestro.
¿Y qué?
¿Por qué esa obsesión con los sistemas, las arquitecturas, las grandes respuestas globales, la totalización? Sea usted bergsoniano o no lo sea, ¿acepta que Bergson, que de sistema y de arquitectónico poco, fue un filósofo? ¿Y Nietzsche? Los digamos discípulos de Francfort, que por ser discípulos tampoco inventaron nada en particular sino que se limitaron a desarrollar propuestas de sus maestros, ¿son filósofos o no? Y a propósito: ¿dónde está su «radicalidad»?