Una filosofía no radical 6

Un filosofía no radical 6

Rafael Rodríguez Tapia

¿Una «Filosofía Moderada»?

Inmediatamente han saltado esas «alertas» que algunos tienen tan preparadas, y las principales han hecho sonar en sus sirenas de temor y acojone «¡Una filosofía moderada!»-¡»Una filosofía moderada!»-«¡Una filosofía moderada!», repiten los altavoces

Como no sabemos muy bien qué significa eso de «una filosofía radical», resulta que tampoco sabemos mucho de «filosofía moderada».

Entre otras cosas, hemos observado que la mayoría de los presentados como «radicales» en filosofía no resultan serlo tanto cuando se les lee con buena voluntad. Prácticamente en su totalidad son seguidores de dos o tres escuelas, o autores, o más bien bandos políticos, en general de los que pretenden un revolcón completo de la sociedad, a menudo un descenso al punto cero y una especie de volver a empezarla historia cultural y política como si lo hecho hasta ahora desde, digamos, Sumer, fuera todo desechable. A la estela de estas propuestas más o menos políticas (a menudo quieren serlo, pero el más somero análisis desvela que son sólo listas de quejas) que es más fácil adjetivar de «radicales», sí meten a navegar a su velero muchos autores de esta filosofía que quiere ser igualmente «radical»: será radical querer acabar con la banca y las grandes empresas energéticas y qué sé yo, y mandarnos a todos al neolítico a volver a hacer el camino y todo lo que se quiera, pero en 2020 (y en 2010, y en 2000, y en 1990) reescribir, reinterpretar, releer y recomentar cosas de Lenin, de Engels, de Maritain, de Marx, del padre Isla, de Bakunin, de Pío IX, de Kropotkin o de Rosa Luxemburgo o de Derrida o de Lacan, o ni siquiera de Marcuse o de Woytila o de Sloterdijk no es, cómo decirlo, algo diferente de releer o recomentar a Nietzsche, a Schopenhauer, a Kant, a Wittgenstein o a quien se quiera: probablemente la mejor actividad a la que se puede entregar cerebro alguno, pero radical, lo que se dice radical, con ese sentido que siempre se enarbola de «aquí he venido yo a cambiarlo todo y a acabar con las injusticias, por fin»… pues no parece que mucho. Y la historia tanto de las obras de estos autores y sus consecuencias, como de los avances y los progresos de la situación social y humana, invitan a ser algo prudentes en la adjudicación de ese «radical», que sigue proponiendo una especie de gran terremoto como solución, cuando lo cierto es que ni una sola mejora se ha conseguido por esa vía. Ni filosófica ni política.

Pero allá cada cual, por supuesto. El que quiera seguir estrellándose contra ese muro está en su derecho de hacerlo. Eso sí: seguirán sin conseguir que les entendamos los que de momento no les entendemos. A propósito de esto, es difícil no caer en el psicologismo más abyecto, pero no por ello hay que intentarlo (no caer en él) al comentar el parecido que tienen estas racionalizaciones «radicales» con la que se podría llamar «hegemonía hegeliana», o más frecuentemente «hegemonía marxista» en las facultades llamadas hoy «de humanidades». Si un incauto declaraba su preferencia por la enseñanza pública, la sanidad pública u opciones similares en diferentes ámbitos de la vida pública (y por cierto, gustos y preferencias en los ámbitos privados, literarios, cinematográficos y todo lo que se le ocurra a uno, hasta el gastronómico), el coro de los grillos captadores afiliaban en ese instante al incauto al marxismo-leninismo versión congreso de Badajoz, o al marxismo-trotskismo, que viene a ser lo mismo pero en tiempos stalinistas (hasta los años 80) el matiz tiene su importancia, y no digamos si lo que había por ahí cerca eran entusiastas del «marxismo-leninismo-pensamiento-mao-tsé-tung» (el nombre propio ese se escribía así): te embarcaban en un viaje iniciático a China para la semana próxima. ¿Esa voracidad tenían, esa vocación proselitista? ¿Esa necesidad de afiliados? ¿O de paganos de cuotas? ¿O de pringaos que entregar a la BrigadaPolítico-Social, desviando así los rayos temibles?

¿O era además, o simplemente, cortedad de conocimientos, maniqueísmo del argumento, incapacidad teórica? Por supuesto, en las facultades universitarias de filosofía la cosa se afinaba más, y desde luego al incauto se le suponía automáticamente hegeliano, nada menos. Se entiende que hegeliano corregido, por supuesto, porque idealistas absolutos no íbamos a ser: ese Hegel especial corregido por Marx, naturalmente. Pero hegeliano.

¿Es que no podía alguien entender mejor y conectar más con Kant, por ejemplo, y ser a la vez partidario de la sanidad pública etcétera? ¿Había prohibido alguien que se fuera kantiano, o schopenhaueriano, o wittgensteiniano -son casi la misma cosa, desde cierto punto de vista- cuando en lo político se tenían convicciones más bien socialistas? Parecía que así era. Mientras se hablaba con toda la tranquilidad posible (es decir, poca) de la derecha y la izquierda hegelianas, parecía no ser posible ni formular el sintagma «kantiano de izquierdas». Si kantiano, entonces de derechas. Bueno. Cosas de la radicalidad. Como si no hubiera hegelianos de derechas. Casi todos, en realidad, como las dos primeras décadas del siglo XXI han ido desvelando paso a paso.

Por caracterizar algo más la  idea de una discusión filosófica no radical, parece que tendremos que ir recorriendo temas, según alguien pide, y exponiendo nuestra posición en ellos. Pero esto no va a ser ni tan fácil ni tan claro como puede esperar alguno, porque ni esto es un catecismo, ni tenemos todos las mismas convicciones teóricas, aunque, eso sí, coincidimos en algunos enfoques; pero estos van a resultar, me temo, demasiado generales para el que espera los resultados de una quiniela

. Entre nosotros los hay, como se ha comentado en algún otro lugar de esta web, realistas instrumentales en lo epistemológico. Pero también hay algún realista-realista, con margen para una futura estupefacción, pero de momento todavía a la espera de que esta sobrevenga. No hay escépticos, ni de los suaves ni de los pirrónicos; pero podría haberlos. Hay un ambiente general de agradecimiento a muchos párrafos de la obra de Kant, también de Hume y Schopenhauer (y hasta alguno decidida y entregadamente schopenhaueriano), y conocemos y aplaudimos algunos aciertos de Hegel, leemos con diversión, y aprendemos al hacerlo, la obra de Spinoza, y conocemos en general bien leída la obra de Marx, y… ¿hace falta continuar? No cabe aquí ni en lugar alguno la lista de todos los autores de los que obtenemos algo, que son… probablemente todos. Sí, lo sabemos: esto es poco radical.

En lo ético hemos discutido, como no podía ser de otro modo, bastante más. Aunque al final hay cierto territorio común en el utilitarismo no del todo adorador de Stuart Mill (en unos más que en otros), y luego cada cual se extravía por donde quiere.

Decir a estas alturas que la Escuela de Viena y su positivismo y sus verbos de acción observable tienen por aquí afiliados puede resultar más anacrónico, paradójicamente, que declararse spinoziano. Además, ya está dicho lo del realismo instrumental, y sirva eso como referencia suficiente. No nos meteremos por los jardines de la lógica proposicional por lo menos expresamente. Que lo vea el lector con ojo allí donde aparezca, y si quiere.

Y todo esto, ¿qué importa cuando miramos al mundo y vemos miles de personas cruzando a Europa en barcos precarios, y muchos ahogándose, y una vez aquí sin trabajo y los Estados sin presupuesto para sostenerlos, y al final ellos sin lugar en la sociedad? Algo importa, y lo vemos todos inmediatamente: podríamos refugiarnos en la cuadrícula y ver en ello nada más que una expresión de la oposición de clases, o una consecuencia de la impiedad de aquellas sociedades semitribales, o… Cualquier consuelo que, como las casetas prefabricadas, te ofrecen un refugio contra la lluvia inmediato, pero no te sirven para resolver de verdad el problema. Porque lo que hacemos aquí es mirar, ver el problema, e intentar encontrar la dirección en la que parece estar la solución. Que nunca es tan sencilla.