15 Sep ¿Bochorno yo? ¡Nunca!
¿Bochorno yo? ¡Nunca!
Micaela Esgueva
Entendámonos: no yo-yo, Esgueva, Micaela, sino todos esos que diciéndose historiadores a lo largo de décadas no dudaron en pudrir su profesión poniéndola al servicio de sus intereses en general políticos o más bien partidistas (en lo de los económicos no entramos, allá cada cual), y torcieron y mintieron y ocultaron muchas cosas que hoy están saliendo a la luz. Algunas de estas admitamos que recién «descubiertas», pero muchas otras consta que conocidas ya en aquellos teñidos años cincuenta y sesenta, cuando se consolidaron tópicos historiográficos con los que nos envenenaron a los bachilleres de entonces. Y, con todo, ninguno de estos historiadores ha ofrecido disculpas ni mucho menos reparación.
Resumamos: en España nunca hubo Renacimiento, y mucho menos Ilustración, y fue única en oponerse a la invasión progresista de Napoleón, y tuvo el peor siglo XIX de Europa de movidas y revoluciones, pero desde luego es un país de apáticos que nunca se plantan ante nada, y además se dejó conducir como queriendo a un franquismo que todavía no se ha quitado de encima. Y además creó la Inquisición, exterminó los pueblos americanos que se fue encontrando y no digamos sus lenguas y, paradójicamente, siendo un país pobre de mierda que nunca ha salido del feudalismo impuso en América el capitalismo más explotador conocido, además de aniquilar las libertades económicas y de las otras en cualquier territorio europeo que cayó bajo sus botas (o las de las casas reales que ocuparon su corona, o las de las tropas castellanas que violaban y quemaban, a diferencia de las de otros países, que pedían las invasiones por favor). Por no hablar de la estupidez esa propia del ignorante partidista más cateto que dio en llamarse «el yermo cultural del franquismo». Claro que también hablaremos de ello.
Basta de tonterías, ¿no?
Pero hay que hacerse una idea de lo que todo eso ha supuesto en la formación intelectual y cultural de millones de españoles durante varias generaciones. A un lado estaba la escuela llamada «franquista» que en sus textos y probablemente en muchos de sus profesores no enseñaban más que las idioteces contrarias: el país elegido de Dios, el Imperio benévolo y cristianizador, el país víctima siempre de conjuras protestantes o paganas o mercachifles, la envidia de unos y de otros, el país de la rectitud y del estoicismo. Para compensar toda esa basura, a los… ¿cómo los llamaremos?, digamos «no franquistas», no se les ocurrió mejor cosa que negar… no eso, no esas idioteces, sino negar la realidad histórica salvo en lo que esta pudiera tener (como en todos los países y en todas las sociedades) de sombras y de errores y de oscuridades. Y hacer de estas toda la Historia.
Pero muchas de las cosas que hoy por fin se admiten normalmente, y que dan un vuelco a ambas vertientes de la estupidez historiográfica, se sabían ya en los 60 y los 70, y se ocultaban maliciosamente: por unos, que no querían que nadie pudiera pensar que España había sido un país mucho más normal y «europeo» de lo que ellos defendían, y por los enemigos de estos que, curiosamente, no querían que nadie pudiera pensar que España había sido un país mucho más normal y «europeo» de lo que ellos defendían. Y si había datos que era imposible ocultar, unos los elevaban a categoría incluso racial, para bien o para mal según quien los cogiera, o los usaban solamente para burla y desprecio no menos raciales o más bien racistas: el pícaro, el honor literario, la administración aristocrática, la pobreza de la mayoría… Al parecer no describían lo universal europeo (por ejemplo, del siglo XVII) sino lo particular, lo único, lo exclusivamente español. Pero mientras eso se afirmaba con toda desfachatez, no se desconocía que esas características podían predicarse sin error de… la Francia Capeto, los principados o las repúblicas alemanes, no digamos de la Inglaterra isabelina, de la muy voraz Suecia, del caos en general del Sacro Imperio, del papado… y de cualquier lugar y sociedad del momento. Se sabía todo esto ya entonces, como se sabe hoy. Es cierto que hoy se sabe mucho más, pero no tanto de aquellas corrupciones y desórdenes ajenos, que se ocultaban vergonzantemente, como de los elementos que igualan a España en su Historia a cualquier otro país, y en particular los elementos proclamados siempre como positivos de otros y ausentes entre los peninsulares: las artes, las ciencias, las matemáticas, la medicina, la arquitectura, la discusión filosófica y jurídica. ¿Por qué han empezado a aparecer matemáticos, ingenieros, astrónomos y médicos españoles del Renacimiento como si hubieran nacido hoy? Por no hablar de los ilustrados, de los que los historiadores más osados llegaban a hablar de los arbitristas pero no sin un punto de arrogancia o de sorna.
Claro, hoy se han normalizado las cosas prácticamente por completo. Pero no del todo: porque falta remendar lo que se cosió torcido en el conocimiento de aquellos alumnos, en particular los que recibieron más bien la enseñanza del «todo lo español, malo y peor». Son hoy personas inteligentes, competentes, muchas veces cultas, pero… aquello ha quedado. Hay que hacerles llegar, por ejemplo, que el muchas veces denostado Juan de Herrera fue tenido en toda Europa por uno de los principales ingenieros de maquinaria y de construcción de su época. ¿A que todavía suena raro? Es que eso de ser ingeniero es cosa de extranjeros, cómo iba a ser un ingeniero, y menos reconocido, un español, que ya se sabe que sólo estaría apegado a sus rezos y su caspa (?) y sus inquisiciones y su desprecio al saber. Insisto: aquellas enseñanzas de tono digamos argentino sobre España han quedado incluso en los esquemas de gentes cultas de hoy, que por azares de la vida no se han acercado en las últimas dos décadas al trabajo de los nuevos historiadores.
Pero no voy a dedicar esta sección a hacer relación de la nueva sinceridad historiográfica, ya casi libre del todo (pero casi) de tonterías franquistas y antifranquistas. Voy a dedicarla a los Herreras y los Nebrijas de hoy. De entre los dos años de ceniza y virus, y las incongruencias políticas con las que han coincidido, salimos hacia una época en la que vamos a tener que reconstruir muchas cosas. Hay gentes esforzadas que, sin hacer ruido, están trabajando en lo suyo y avanzando en su disciplina como en su día hicieron Herrera y Nebrija. Será cosa nuestra señalarlos y celebrarlos desde ahora mismo, y que no suceda con ellos lo mismo que con esa legión de renacentistas españoles, ignorados hasta hoy mismo, o de ilustrados, o de tantas otras épocas. Nebrijas de hoy que no lo serían si fuera verdad la fantasía de ese «yermo». No hay discontinuidades en estos asuntos. No hay generaciones espontáneas de creación de ciencia, de ingenio, de arte, como parece que creen o simplemente quieren hacer creer a otros quienes aplauden a rabiar casi cualquier cosa hecha desde la Transición, mientras niegan, sabiéndolo o ignorándolo, que en los 40 años anteriores se creara, se pensara, se filmara, se representara, se investigara o se construyera cosa alguna: todas antecedentes inmediatos y padres o hermanos mayores de las que ellos aplauden.
Vamos a ver si conseguimos recorrer ese espacio que los catetos dicen que está vacío.