01 Ene El ITER, sus elementos cántabros y granadinos
El ITER, sus elementos cántabros y granadinos
Micaela Esgueva
Estamos a las puertas, si nada nos tropieza, de resolver el problema material más importante de la humanidad que, como sabemos, es el de la energía. En realidad, da un poco de rabia que no se haya solucionado ya, sabiendo lo que se sabía ya hace cuarenta años. Cuando todavía podíamos poner «estudiante» en el casillero de «profesión», incluso entonces, ya se sabía prácticamente lo mismo que se sabe hoy; saber-saber, o sea, conocer los procesos y los elementos del problema, y las vías para su solución. Pero como se trata de energía, inevitablemente tiene que aparecer eso de las pérdidas y los déficits, y fíjate que cuarenta años después de aquello (y en realidad, sesenta o setenta desde que se conoció el intríngulis) todavía estamos con los dineros para arriba y para abajo, que si un poco más de presupuesto, que si un poco menos de demoras, por caridad, y todo eso (y también, «como se trata de energía», los grupos eco-petroleros hacen todo lo que pueden para que no se progrese).
Desde luego, estamos hablando de la energía de fusión. El lector ya conoce de sobra todo lo que esto implica y trae.
Lo que es menos conocido, y nos importa ahora, es que hay una empresa pública española, Ensa, que está construyendo elementos esenciales del reactor, de tipo Tokamak: esenciales significa en este caso nada menos que los «anillos» que son las costillas del toroide dentro del cual se va a producir la fusión de deuterio y tritio cuando todo se ponga en marcha. Algo así como las vigas del edificio. La empresa, situada en Cantabria, se encargará por supuesto de la posterior revisión y el mantenimiento de las soldaduras, la estabilidad y la seguridad del vacío que se necesita.
Estas cosas del proyecto ITER han producido a lo largo de los veinte años que llevan danzando ciertos momentos de enojo y de exasperación: las idioteces habituales de los mestizajes ciencia-política, las intromisiones ignorantes de los contables y todo lo habitual (por ejemplo, se retrasó la construcción del reactor al no aceptar Estados Unidos que fuera en Francia, por el poco o nulo apoyo que esta había dado a la Guerra del Golfo: ¿se puede ser más idiota?) Al final, como la UE (y por supuesto España, entonces) pone algo así como el 45% del capital, por fin se concedió que se construyera en Cadarache, cerca de Marsella (estuvo a punto de ser en Vandellós) y, a la chita callando, parece que se va a conseguir que todo empiece a funcionar nada menos que en un par de años, o hacia 2025.
Resulta, de paso, que en España tenemos el Ciemat, al cual sólo se acude cuando truena buscando un comunicado que explique por qué hubo un incidente en Garoña, o dónde están los aparatos de Rayos X que un listillo ha birlado de un hospital. El Ciemat, por supuesto, se dedica principalmente a otras cosas, y, como si hiciera falta decirlo, a coordinar este proyecto desde sus instalaciones de Granada y a certificar las realizaciones de Ensa.
Varias veces hemos comentado lo cerca que en ocasiones ha llegado a estar la ciencia de controlar por fin la energía de fusión; no hemos comentado tanto lo que nos interesa en esta sección, y es que nuestros colegas y paisanos están en el corazón del proyecto. Sólo con un poco de suerte; sólo con que los cenizos y los malvados prolonguen un pelín su siesta y se les pase la hora de poner zancadillas de última hora, pudiera ser que estuviéramos a punto de fabricar el modelo (además parte del proyecto es la construcción de una «maqueta» a escala real para ofrecer a que se imite) de obtención de energía definitivamente limpia e inagotable. Tenemos que evitar las hipérboles, porque ya sabemos que siempre habrá pérdida; pero no estamos hablando de «perfección», sino de «lo más cerca de la perfección» que podemos estar; y no debe olvidarse, y mucho menos negarse, que fue en la tierra de Nebrija y de Herrera donde se calcularon y se fabricaron procesos y componentes esenciales del proyecto.