«En este país»… ¿todo es malo? Los delitos no mucho

Micaela Esgueva

Nunca nadie con un mínimo de sentido aprobará un delito violento en su sociedad aunque sólo sea ese, un delito, ese delito, al año. Uno ya son demasiados, como se suele decir. A este respecto cabe hacer algunas reflexiones inmediatas, antes de entrar en la harina que nos interesa en esta sección:

– Delitos siempre habrá, aunque sólo sea porque reduciendo a lo mínimo el concepto de delito, a lo más micromanejable, algo quedará al final que seguro que alguien transgrede alguna vez. Parece pueril, perogrullesco e idiota, pero me ha apetecido empezar por ahí, dado que hay en la actualidad, y en posiciones «de mando», como se decía antes, de nuestra sociedad, gentes pueriles e idiotas que manejan la idea y se iluminan a sí mismas con la misión de conseguir el «Cero Delitos» con tanto acelerón emocional como el del vaquero que dice mirando a cámara «Mientras yo siga en este valle, los Fitzgibbon no pasarán una sola de sus vacas por él» (concurso, aparte, para encontrar el origen de esta cita. Grandes premios).

– No es ninguna tontería esto de a qué se llama delito, porque varía mucho de unas culturas a otras, e incluso de unos países a otros y hasta entre regiones, y eso no pinta poco en las estadísticas comparativas por ejemplo internacionales. Muchas conductas tienen calificación de delitos en unos países mientras en otros incluso cercanos sólo son tenidas por faltas o desvíos menores, y entonces en las estadísticas ya tenemos un ganador de antemano.

– ¿Un país que considera delito la homosexualidad y consigna como delitos conocidos los hallazgos de homosexuales, entra en los rankings de número de delitos al año junto o frente a países que no consideran delito la homosexualidad? ¿Qué delito fiscal encontraremos en las estadísticas de Mónaco?

Por eso, quizá, entre otras cosas, se ciñen muchas encuestas a la denominación, al término y al concepto de «delito violento», que parece que limita un poco la cosa. Claro que, como vamos viendo en los últimos tiempos, eso de «violento» también ha sido puesto en demasiada discusión, y algunos consideran violento simplemente zafar con velocidad la propia muñeca del agarrón al que la ha sometido la equivocada joven a la salida del supermercado, que cree que eres tú el que ha empujado a esa mujer de la cola de la caja, y no se ha dado cuenta de que ha sido esa otra mujer la que ha dado el empujón; y como al zafarte con velocidad y puede que indignación del agarrón parapolicial ella ha entrechocado sus uñas y se ha astillado una, pasas a ser reo de delito de lesiones, ya se verá en qué grado, que para eso están los forenses. Así que todas las demás, las que creemos tener, sin demasiadas dudas, un correcto riego cerebral, rezamos insistentemente a Astarté para que eso de «delitos violentos» se refiera a lo que se venía refiriendo y no a estas nuevas categorías ultratiquismiquis de burguesas untouchables pero ultrauniversitarias. Que, ojo, no son privativas de los anémicos mantecófilos, de las universidades del este de Norteamérica o de California, porque habitan entre nosotros.

Delitos violentos, encuestas objetivas y todo eso. No vaya a pasar como con las encuestas UE (sí, nada menos que UE, hechas por personal de la UE, nada local), que dieron como resultado que las mujeres españolas presentábamos el menor porcentaje de todas las de la UE de agresiones tanto adjetivadas de machistas como familiares como «dentro de la familia»: que 52 al año ya son muchas, pero dividía por 46 o 47 el segundo país por encima (dicho de un modo menos enrevesado, España era el país con menos delitos de este tipo de entre los entonces 25 investigados en ese trabajo de la UE, y el siguiente con menos delitos tenía como 46 o 47 veces más; citando de memoria, España era 52, el siguiente era 2.400 aproximadamente). Se trataba de las mujeres muertas en este tipo de delitos, que, como se suponía y se demostró precisamente entonces, se trataba de números que guardaban correlación directa con las otras modalidades, pero sin muerte, de este tipo de delito. Pero daba todo igual. Ante esos resultados, la ponente ante la prensa de los resultados resultó que era sueca (como quien dice, argentina) y no dejó de apostillar algo que ya sabíamos muy bien que anida en sus prejuiciosas cabezas, pero que, por si acaso, no dejó de expresar con toda claridad y todas las palabras: que al tratarse de España, probablemente los resultados no eran ciertos porque como todos sabían las mujeres españolas vivíamos bajo un régimen de miedo insuperable y contestábamos con ese miedo, mintiendo, en las encuestas. (Con ese comentario ella misma saboteaba la calidad de su estudio, si es que semejante variable se le podía haber colado, pero bueno.)

Es difícil encontrar, para las clases de metodología de la ciencia y sus inputs irregulares de tipo social, un ejemplo más dibujado de sesgo y estupidez; pero ahí se quedó el comentario, la ideología expresada, el cultivo de ese semillero.

Salvado todo esto, y dejado en manos (y en seseras) de los lectores para las correcciones oportunas, debemos decir y decimos:

España ha dado en las estadísticas confeccionadas con datos de todo el mundo de los tres últimos años, el tercer mejor dato mundial en delitos violentos: 0’63 homicidios y 3’4 violaciones por cien mil habitantes.

Por ilustrar algo folklóricamente, como les suele gustar a los jefes de estos comités, añaden que ese mismo país, o sea España, con 96’7 punto sobre 100, es también el tercer puesto entre los mejores destinos mundiales para los viajeros LGTBIQ+, sólo por detrás de Holanda y Suecia.

Es que a veces sentimos que hay que discutir con los que manejan eso de «en este país» (y a continuación se dice algo forzosamente aborrecible, horrendo, espantoso) sin datos ni conocimientos. Las estadísticas de delitos son quizá algo que podríamos aprender a manejar en España para afrontar los problemas inevitables de la vida con algo más de seguridad. Porque resulta que estamos bastante más protegidos de lo que los vendedores de alertas proclaman.