01 Nov La (a menudo inadecuada) humildad del científico
La (a menudo inadecuada) humildad del científico
Micaela Esgueva
Me encanta este asunto, debo confesarlo, porque es de los que se alimentan de ese abono de la tierra de nadie que hay entre la estupidez egolátrica y la autohumillación; es un territorio intermedio donde vivimos casi todos los que verbalizamos, y en el que luchamos cuando la resaca nos lleva hacia un lado o el oleaje hacia el contrario. Ya hablaré más de ello, porque ahora quiero hablar concretamente de Míriam Sansó.
Sansó es una genetista mallorquina de poco más de 40 años: la edad es importante para acallar a todos esos que creen que el mundo ha nacido con ellos en ese Lavapiés madrileño de hace diez años o que si aquí una mujer llega muy arriba es con su look de abuelita septuagenaria por delante, y citando a «su maestro» Marañón o Severo Ochoa: ni lo uno ni lo otro. Una pura generación X, de la que ya nadie habla porque sus miembros se han dedicado, sencillamente, a trabajar. Y Sansó vaya si ha trabajado: ha estado cinco años de residencia en el Mount Sinaí de Nueva York, por ejemplo.
Ahora está en el Vall d’Hebrón de Barcelona, y se dedica a nada menos que detectar futuros cánceres de mama analizando la leche materna. Una investigación y un procedimiento para los que el adjetivo puntera es pequeño.
La entrevistaban hace poco en el diario La Vanguardia, y de ahí hemos conocido sus palabras: a los científicos españoles se los rifan (sic) cuando salen al extranjero. Eso ya lo sabíamos desde hace años. Sucede también con unas cuantas especialidades de ingeniería, y hasta con astronáutica. Esas diferencias que todos notábamos desde antiguo entre los estudios universitarios de «aquí» y los de «allí» han traído esta calidad superior en los profesionales. Oiga, que había que arreglar aquí tantas cosas, pues por supuesto. Pero eso de las carreritas científicas o de ingeniería de tres o cuatro años de allí… pues se ha visto, al mezclarse los profesionales de unos y otros países, que a lo mejor no era tan acertado.
Por supuesto, hace tiempo venían por aquí esas noticias y los universitarios oscilaban entre la risa y la envidia: quién pudiera acabar su carrera de Físicas en sólo cuatro años, o (no digamos) su ingeniería aeronáutica o «mecánica» (industrial); pero, por otro, ya hace varias generaciones que conocemos que en cuanto uno de nuestros estudiantes de estas materias (y de muchas otras, la verdad, incluso «de letras») caía en alguna de esas aulas de Illinois o de Ohio, al poco tiempo le encargaban que se pusiera didáctico con sus compañeros: principalmente en las cuestiones de fundamentos. Los que hayáis estudiado carreras de ciencias o ingenierías seguro que habéis tenido en alguna ocasión esta experiencia: haciendo las américas, o sea pasando un curso o dos en una universidad de Estados Unidos, os unían a las clases de ingeniería o ciencias de una especialidad; y en esta, a lo mejor aquellos alumnos ya dominaban la máquina A o el procedimiento B, pero carecían de conocimientos de base que les permitieran deducir por su cuenta o ampliar por sí solos sus conocimientos y habilidades para abordar un problema nuevo con una máquina desconocida C, o todavía menos establecer procedimientos inéditos. Esto ha llegado a pasar hasta en los cursos de la NASA, como sabemos: pedirle al alumno español, que iba desde la Escuela de Aeronáuticos de la Politécnica de Madrid, que explicara cosas de preguntas inesperadas por los profesores. Bueno, y sabemos de muchos casos en otras materias y otros lugares.
Me parece que la diferencia es eso de «los fundamentos». Aquí hay a menudo mucha protesta por la cantidad de matemática o de física que hay en las escuelas de ingeniería; o de matemática que hay en las ciencias llamadas «puras». Bueno, es cierto que hay un componente rarito: me perdonéis, colegas profes de mates, pero a un rubio no hay que decirle que es moreno, sino que es rubio, y a vosotros hay que deciros que tenéis una extendida, fundamentada y veterana fama de ser malos explicadores y hasta, en bastantes ocasiones, despectivos hacia el alumno que pregunta, y egonómicos (no es errata: ego) y el que pueda que me siga, y todo eso (y no meto aquí mi antigua experiencia como víctima del káiser Abellanas, lo juro, ni de sus secuaces: es que he seguido atenta al fenómeno). Pero eso aparte, una vez que se supera el escollo de vuestra presencia y vuestros malos modales, cuando se accede a pesar de ellos a la matemática que parece que queréis ocultar o defender, lo que queda es una maravillada admiración por la disciplina, y desde luego eso, «fundamentos». Me parece que de muchas otras materias y carreras podríamos decir algo parecido, pero no quiero ocupar este espacio de ahora con ello. Quería aplaudir a Míriam Sansó porque está haciendo una investigación, que ya va dando resultados, de la que sólo puedo decir que es para que le den ya mismo todos los premios que haya. 80.000 euros han conseguido ella y su compañera de laboratorio para todo el año: ¿tendrán que seguir, como en esos otros sitios, haciendo investigación puntera utilizando vasitos de yogur?
En fin, subraya Sansó varias veces eso: «Somos demasiado humildes». No llega a decir que recomienda un poco más de chulería al científico español, pero está entre líneas: porque una vez allí es a ese post-doc español al que quieren y al que le piden que haga todo, porque sabe y puede porque «tiene base». Naturalmente, como Sansó está ahora aquí en España, la burocracia, los políticos y los dineros siempre están a la contra; hay que ir de premio en premio o de donación en donación: al final, todo eso que no nos gusta a ninguno de las películas, lo del científico norteamericano que va a cócteles para convencer a los millonetis de que sigan dando pasta, eso lo tiene que acabar haciendo aquí también el científico de aquí. No importa la superioridad socialdemócrata con la que hacemos sarcasmos sobre esa Norteamérica, la confianza en el Estado, el rollete de la decente dependencia de presupuestos públicos: todo eso se queda en retórica, porque al final el científico depende de becas privadas y cosas así. Por no hablar de las burocracias que tienen que afrontar.
Pero «tenemos que ir con más garra», dice Sansó, menos humildes y apocados. «Nos hace falta creernos un poco más que somos buenos».
Bueno. Habrá que trabajar en ello. Sigue mientras tanto con lo tuyo, Míriam Sansó, que estás salvando miles de vidas.