Los enemigos de los Herreras y de los Nebrijas

Micaela Esgueva

Muchos autores, y no de los militantes previsibles, observan en España un estado casi de curación definitiva de sus males históricos. Ha habido en nuestra historia, como venimos mostrando en esta sección, mucho más de común que de diferente con las historias de países próximos. Es revelador que esto ya se haya convertido en el contenido expresado una y otra vez, sin descanso, por historiadores e hispanistas como Henry Kamen (al que por cierto tiende a aborrecer la derecha española, y en este caso no porque él sea especialmente de izquierdas, sino por esas manías que cogen unos y otros), que vuelve al ataque, por ejemplo, con una reciente entrevista de finales del pasado mes de mayo: insiste, como todos los que saben, en el parecido mucho más que asombroso entre unos y otros países europeos desde el siglo XV o XVI hasta hoy, con sus diferentes ritmos o épocas, o con sus especializaciones en esta o la otra torpeza, pero, en suma, todos muy similares. Y que basta ya de mencionar y sobre todo de regodearse, para afirmarla o para negarla, en esa llamada Leyenda negra, que no es más que una especie de invento periodístico de principios del siglo XX. 

Que en cierto tramo de esas historias este o aquel país haya destacado por su riqueza o por su ciencia o por su arte podría ser algo que, a estas alturas, deberíamos saber enfocar con una ecuanimidad y una tranquilidad que a menudo parece todavía lejana de nuestras posibilidades. ¿No sabemos ya suficiente como para no ponernos a dar gritos a la mínima? Todos tenemos muestras muy sobradas que nos obligan a pensar que las glorias y las miserias son pasajeras. A veces de larga duración, pero pasajeras. De modo que seguimos buscando en qué metafísica se basan los que afirman que «España es así y no tiene remedio», y por cierto también los que dicen «España es la encarnación del bien»; y no la encontramos.

Es verdad que hay fuerzas que, junto a todos esos elementos pasajeros, se han empeñado durante mucho tiempo en modificar y en influir y en ejercer el poder en un país o una región, y aunque también han acabado cayendo, o están ahora mismo en proceso de caída, o podemos atisbar en el futuro su caída, han hecho todo el daño que han podido mientras han podido hacerlo. No nos vamos a hacer cruces a estas alturas acerca de la nefasta influencia de los eclesiásticos españoles sobre la política española, y sobre su pensamiento, su ciencia, su arte, su literatura, su ingeniería y su organización social. Ya lo hemos leído y oído todo (o todo lo que se sabe de momento) al respecto, y aunque nunca dejarán de aparecer datos nuevos ya tenemos suficientes como para tener una idea clara y parece que acertada del cuadro. Claro que en el fondo de todo esto hay un juicio de valor o, en este caso, más bien un universo de juicios de valores: hoy mismo hay por ahí tíos que siguen preguntando en voz alta que qué de bueno tiene poder decir que se está a la vanguardia de la investigación biomédica o de la ingeniería mundial, por ejemplo, cuando lo que importa de verdad es la pureza de espíritu y su sumisión a los dictados de nuestra santa madre María. Pero esto son cosas que sólo ven los que las ven, o ni siquiera ellos las ven pero dicen que las ven, y lo que de verdad vemos todos, todos, todos los demás es que gracias a estudiar con convicción los resultados de mil y una experiencias de laboratorio y de campo, prácticamente ha desaparecido de nuestros horizontes la condena a muerte irrevocable de un cáncer de mama, o vivimos todos con la certeza, y esta es correcta, de que siempre vamos a tener una córnea en el banco de córneas si necesitamos o alguien necesita un trasplante de córnea, o cualquier otro trasplante, en el país que tiene la mejor organización de trasplantes del mundo, hasta el punto de que presta órganos y logística de trasplantes a los cercanos. 

Vienen corriendo los esencialistas del «España, toros y fútbol», que suelen coincidir con los de «España, el país de la Inmaculada Concepción», a afirmar que también hay gentes de las suyas trabajando en esos trasplantes: las hay, chapeau. Sus organizaciones, no ellos, son las que han nacido, crecido y jodido marranas a lo largo de nuestra historia para hacer que todo lo cercano a la alegría, al bienestar, al conocimiento y al placer fuera con tropiezos y retrasos. A ver si iban a dejar de ser ellas las que nos organizaran y administraran los motivos para vivir y para querer vivir. Y lo cierto es que hasta el día de hoy los hay que andan por ahí lloriqueando ante la certeza, que tienen ellos, de una «próxima desamortización» (sic), y eso en los tiempos en que muy a trancas y barrancas se está consiguiendo que salgan a la luz los bienes que por su cuenta, y sin encomendarse a nadie, esos absurdos obispos-notarios-registradores han puesto a nombre de esa Iglesia que ya no se sabe a qué o a quién sirve.

Pero si esto ha sido el palo permanente entre los radios de las ruedas de España, a pesar de lo cual se ha conseguido un país que está en el grupo de cabeza entre los países del mundo de cualquier variable que se contemple, no hay que dejar de conocer que no ha sido muy diferente en ningún otro país. Con otros actores y otros agentes, sí, pero eso parece. La Iglesia anglicana y, sobre todo, la didáctica moral a la que ha estado echando abono en especial desde 1700, fue a un tiempo pararrayos que desvió las energías interiores y cañón que aplastó naciones extranjeras cuando Inglaterra decidía que las riquezas del mundo eran suyas. ¿Por qué tendría España que andar avergonzada por las burradas que los españoles hicieron en América, cuando los ingleses, que por cierto son los principales denunciantes de esas burradas, las multiplicaron por varios cientos, y durante más tiempo, y más recientemente, y hasta hace muy poco tiempo, allí por donde pisaron, gracias a su convicción anglicana de ser raza superior, cultura superior, comida superior? Podríamos repasar casi país por país, y no habría espacio para las similitudes, de momento en burradas, que encontraríamos al ir mirando a Francia, no digamos a Bélgica, ¿y los escurridizos y disimulones Países Bajos, y su… Sudáfrica? ¿Cómo puede ser que haya indignados raciales holandeses contra «los latinos fiesteros, borrachos y puteros del sur de Europa», con lo que se les podría cargar, pruebas en mano, a ellos? Y no nos extenderemos, porque hablar de las barbaridades de Estados Unidos, o de China, o de Japón, o incluso de los pasmadillos australianos con sus aborígenes (ojo a la cosa anglicana, una vez más) exigiría una biblioteca entera.

Tenemos el empeño de hacer comprender, porque hemos tenido la percepción después de miles de kilómetros de viajes y miles de horas de lecturas, de que somos mucho más iguales a todos los demás que no son nosotros de lo que muchos quieren hacer pensar. Esa España tópicamente oscura y cejijunta del siglo XVI fue verdad, porque había cejijuntos oscuros en el siglo XVI, pero se suele olvidar que estaban ahí conviviendo con iniciativas y empujes y luces que rara vez se han visto en cualquier otro lugar: ¿quién paró conquista alguna para reunir a los sabios a debatir la naturaleza de los pueblos que se iban descubriendo, y sus derechos y su carácter simplemente igual al de todos los humanos? ¿Quién discutió y discutió hasta dar a luz el llamado Derecho de los pueblos y las consideraciones fundamentales sobre lo que poco más tarde se llamaba ya Derechos Humanos? Podríamos continuar con todo lo hecho por españoles de aquellas épocas luego denostadas, pero que en aquellos momentos todos admiraron, para luego negar que los admiraran (pero ha quedado en la documentación histórica). Y, junto a ello, todo lo brutal y malvado. Pensamos que hace ya tiempo que estamos en condiciones de dejar atrás ese enfoque moralista e infantil de las cosas, de la historia y también del presente, y decir lo que hubo y lo que fue, como hacen ya tantos, pero parece que no se consigue que tantos otros se pongan a hacer.

Las fuerzas empeñadas en hacer del mundo y de las gentes su cortijo y sus siervos parecen en ocasiones en retirada; a menudo no es más que camuflaje y reagrupamiento de tropas. Propondríamos ignorarlas, pero eso sería cederles todo el terreno. Queremos ciencia, pensamiento, organización social racional, arte y alegría y placer, así que no vamos a ignorarlas. Vamos a vigilar por dónde atacan cada vez, que será siempre en nombre del dolor y de la carencia y de la amargura, y en cada ocasión contraatacaremos con más estudio, con más alegrías. Seguiremos disfrutando siempre de la contemplación y la meditación de los trabajos que hicieron Herrera y Nebrija, y seguiremos afirmando que hoy hay miles de Herreras y de Nebrijas por apoyar.