No, no vamos peor que otros

No, no vamos peor que otros

Micaela Esgueva

 

Cuando escribimos esto, a finales de noviembre, los titulares afirman en todos los idiomas que España es algo así como el modelo mundial de contención de la pandemia del COVID-19. Y eso después de tantos meses afirmando casi cada día que vaya desastre y todo lo demás (negativo) que se ha afirmado.

Resulta que en estas fechas (ya veremos qué ha pasado en estos quince días, hasta que leas esto, pero justo estos detalles no parece que vayan a cambiar demasiado) se está observando algo que podría ser la consolidación de la que se llama «sexta ola» de la epidemia, con un aumento de casos que viene siendo continuo desde hace unos quince días, principalmente en países centroeuropeos. Y se supone que, como en algunas de las ocasiones anteriores (no todas), eso se irá extendiendo y esas cifras se imitarán por ejemplo también en España. Vuelve a aparecer, como en algunas escuelas historiográficas antiguas, aquello del «difusionismo» de este a oeste. Hay tópicos que ya no merece la pena combatir, porque están tan arraigados que no se van a ir ni con un huracán.

El caso es que la misma prensa alemana, repito que en estos días finales de noviembre, viene ya desde hace días alabando y hasta «envidiando» (dicen ellos mismos) los logros españoles contra la epidemia que nos ataca. Subrayan que en España tenemos a estas alturas alrededor de un 80% de la población vacunada, y algunos incluso dicen que más (no mencionan con precisión de dónde sacan las cifras, pero parecen más o menos verosímiles). Por supuesto, no podría pasar esto sin adjuntar los clásicos e igualmente tópicos comentarios relativos a la vida para algunos «libertina», para otros algo menos intensos simplemente «festiva» que adjudican a los españoles con la misma facilidad con la que otros adjudican a los mandinga los poblados de iglús (?), aunque puede que con algo más de fundamento. Así como la prensa alemana, la de algún otro país también agobiado por el empeoramiento de las cifras de contagiados, ha insistido en una cosa que, una vez más, recibe la inapropiadísima palabra de «milagro» con el adjetivo «español» puesto a continuación. Todo esto es, desde luego, muy ambiguo: porque, por un lado, expresa y comunica esa normalidad que en Herreras y Nebrijas reivindicamos y reivindicaremos siempre para España; por otro, parece a veces deslizarse hacia la admiración que produce un chihuahua que puede superar un saltómetro colocado a dos metros. Pero quizá menos en esta ocasión. Las comunicaciones están siendo, por ahora, ecuánimes y técnicas. Cifras de contagios, cifras de ingresos hospitalarios, de vacunados, etcétera, y, sobre todo, énfasis en las peculiaridades vitales «meridionales» que se dirían, desde puntos de vista cuaresmales o luteranos, muy contrarias al arreglo de las cosas: bares, teatros y cines, terrazas, playas hasta hace poco, parques por supuesto, todo más bien abierto y relajado, eso sí, con mascarilla obligatoria aquí o allí, y controles de temperatura (quizá la medida menos útil de todas) a la entrada de museos y otros locales o transportes, y poco más. Poco, pero serio: con las vacunas, pocas bromas.

A propósito de todo esto, lo que nos interesa, como el lector se imaginará, es algo que en varias secciones de esta web se ha mencionado varias veces desde hace meses: en España la pandemia se ha llevado más o menos igual que en otros lugares y que en los países cercanos; que una semana más pronto o una semana más tarde de adopción de cierta medida de protección no han significado nada, y mucho menos justificaban los comentarios autoflagelantes y cenizos que tan a menudo se han publicado (porque, además, muchos otros países hacían eso mismo una semana o dos o tres semanas más tarde que España, etcétera, y eso, por su lado, se libraba de comentarios despectivos similares).

A veces no se entiende si la opinión publicada (y por cierto, cuando se puede conocer, la popular también) española es tan deprimente, tan autodespectiva, por simple contagio de aquellos que tienen esa actitud como deporte definitorio de su esencia nacional (no española), o si es por… casi lo contrario: porque se diría en ocasiones que los gritos y los lamentos ante cualquier defecto o retraso, real o imaginario o exageradamente considerado, surgen de la noción contraria, o de una sensación y un sentimiento de amor propio tan extremos, de una aspiración y un deseo de perfección tales que cualquier pequeño poro en la superficie arruina esa imagen pulimentada e intachable que se desea.

O quizá surgen simplemente del cateto desconocimiento por parte de quien grita y se autoinsulta de cuál es la realidad real en todo ese resto del mundo que no es España. Quizá muchos siguen mirando poco para fuera, y dan por hecho, muy a la antigua, que cualquier otro país es mejor, parafraseando a Jorge Manrique, tal como durante generaciones y generaciones se ha ido maleducando a los españoles (y los que no hacían eso, eran extremistas de lo contrario, que era igual de malo, evidentemente). No es más cateto el que dice que «chorizo como el de España, ninguno», sin haber probado más chorizo que el español, que ese que dice que «el español es el peor chorizo de todos los chorizos del mundo», a menudo también sin haber probado otros.

El caso es que da la impresión de que tampoco es que sean legión estos catetos agoreros insultantes; pero sí que tienen difusión e influencia.

Y ahora veremos cómo se termina de metabolizar la versión interna o nacional o inter-regional de la discusión pandémica: las peleítas estúpidas entre comunidades autónomas, entre tus muertos son más que los míos, tus vacunas van más lentas que las mías, yo tengo mascarillas y tú no, y todas esas gilipolleces de escolares gilipollas en las que nuestros administradores se enfangan a menudo, o siempre.

Veremos cómo se contiene o no esta sexta ola de la epidemia, cuánto sube o cuánto no sube, y si hay que tomar o ya hemos previsto tomar medidas de las duras, de hace año y medio, o intermedias, de confinamientos o restricciones de aforo. Todo puede suceder, claro, porque las conductas humanas influyen sobremanera en la marcha de estas cosas, pero además hay que tener la humildad de conocer y aceptar que no sólo las conductas humanas, sino que hay prácticamente una matemática de la biología que impone sus leyes; que con nuestro comportamiento lo podemos empeorar todavía más, pero que en todo caso, por mucho que hagamos para que no nos arrastre, la marea sube y baja según sus propias leyes.

Y que estas afectan por igual a todos los pueblos y países y regiones, y que unas cifras algo peores en un detalle o algo mejores en otro no nos van a permitir ignorar que en esto, como en casi todo lo demás, España es… como cualquier otro.

Eso sí: quizá aquí ha habido una seriedad particular, y con las vacunas pocas bromas.