15 Mar ¿Teraflops autonómicos?
Micaela Esgueva
La Universidad de Granada ha puesto en marcha, y ya tiene clientes para usarlo, el superordenador Albaicín. Ya sabemos que lo de llamarlos superodenadores se ha quedado hace tiempo en algo como de película de superhéroes, pero se mantiene para entendernos. En principio, lo que nos dice la palabra es que casi, casi, ni siquiera es un aparato como los que se manejan en administración de cosas, ni los que utilizamos los usuarios de la plebe. Es otra cosa, de la que a lo mejor nos ilustra algún día nuestra compañera de El Polarizador. Tiene sus memorias sumergidas en líquidos a muy pocos grados Kelvin, y cosas así. Es como si nuestros portátiles fueran una velita de sebo y el Albaicín un láser de esos que apuntan a la Luna y hasta dan en la diana que pretendían, no sé qué cacharro de los dejados por ahí en algún Apolo.
Bueno: para concretar un poco, este Albaicín ofrece un rendimiento de 822 teraflops (o sea un billón de operaciones por minuto). Su hermano mayor, el Alhambra ofrecía 36 teraflops. La subida se nota algo, sí. Aquí empiezan las discrepancias, pero digamos que en este caso son felices discrepancias, y que ojalá todos los problemas fueran así: unos dicen que Albaicín reduce a 24 horas el tiempo de cálculos que hasta ahora hubieran consumido cuatro semanas; otros, que tardará esas mismas 24 horas en realizar cálculos de supercomputación que en algunos casos, con Alhambra, hubieran durado 25 años. Vamos a creernos a los dos, porque cada uno tira para su especialidad (lo primero lo dicen las de física atómica de la UGR, y lo segundo los de sistemas informáticos), y lo que nos importa es que estamos hablando de un progreso de consecuencias fabulosas.
Por supuesto, no ha habido que esperar a su puesta en funcionamiento para que hubiera cola para usarlo. Ya son centenares los proyectos y los grupos de trabajo que esperan su turno. Como ahora va a ser muy raro que alguien lo acapare tanto tiempo como antes, y cada uno va a obtener resultados en mucho menos tiempo, los usuarios se han multiplicado. Sólo se puede brindar con el mejor champán.
Los supercomputadores son un avance que trae a su estela incontables avances más. Lejos de quedarse en logros por sí mismos, como algunos superespecialistas afirman (superespecialistas en fabricación de supercomputadores, se entiende), son lo que alguno ha llamado «tecnología transitiva»: el camino para el desarrollo de otras tecnologías y ciencias, que a menudo han tenido a la vista sus siguientes avances y territorios, y no han conseguido llegar a ellos simplemente por carecer de instrumentos de cálculo con velocidad y potencia suficientes. Naturalmente que esta tecnología es por sí sola objeto de estudio y progreso, pero siempre tendrá un componente hacia fuera, hacia otros, hacia otras ciencias y otros usos: y todos hemos experimentado incluso en nuestros modestos niveles de usuarios de portátiles que en ocasiones es ahí donde ha habido fallos, porque nos hemos encontrado con programas hechos para otros programas (o, en el mejor de los casos, para disfrute de otros programadores) con poca utilidad para el usuario que es biólogo o historiador o filólogo o fotógrafo, por resumir. Este supercomputador Albaicín está concebido y fabricado, según las propias autoridades de la UGR, para abrirse a todo lo que no es computación; y eso nos suena perfectamente bien.
Y además, para rematar, Granada se ha quedado como única candidata para la agencia y el centro nacional de inteligencia artificial. Eso no es cualquier cosa. Eso es el centro más avanzado de ciencias computacionales que va a haber en España.
Pero se deberían evitar los tropiezos españoles, que han amenazado el proyecto desde estos primeros comunicados del mes pasado, con la puesta en funcionamiento. Una de esas autoridades universitarias citadas más arriba se ha apresurado a meter la pata al colar un adjetivo inútil. La Universidad de Granada, ha dicho, quiere abrir el uso de este supercomputador incluso a otras universidades andaluzas. Al parecer, no a la universidad de Murcia, o a la de Santiago.
Vamos a pensar que ha sido un mero desliz, o sea un derrape, en el acelerón retórico que les ha dado con la alegría y el éxito.
Porque, en caso contrario, un acontecimiento tan magnífico tendría que ser expulsado de Herreras y Nebrijas.