Ahí estaban, discretos

Ahí estaban, discretos

Paca Maroto

Parece que ya han empezado las vacunaciones del COVID-19, y que todo marcha más o menos torpemente hacia adelante, como era de esperar. Enhorabuena a los ya vacunados. Muchos no han tenido nunca a lo largo de sus vidas preferencia alguna en nada, ni por profesión, ni por renta (ni alta ni baja), ni por parentela, ni han estado afiliados a ninguna mafieta, ni han conseguido alguna cosa antes o mejor o siquiera a la vez que los otros por causa alguna, y cuando han tenido alguna enfermedad crónica pues la cosa se ha quedado en juanetes, que no te cuela hacia adelante en las colas de vacunas. Son muchos, son millones, son casi todos los babyboomers, por ejemplo, los del paro del 77 y siguientes, y los de la nojubilación del 2020, los de los alquileres desorbitados de los 80. ¡Algunos hasta llegaron a bromear en abril pasado con que este coronavirus era un invento para reducir las pensiones de jubilación que amenazaban con ser impagables al acercarse estos boomers a la edad! (El caso es que, sin bromas, en noviembre pasado se publicó que había un ahorro de algo así como 70.000 millones en pensiones que ya no había que pagar a los ancianos fallecidos por este virus.)

Bueno, si conseguimos salir de esta, pronto empezaremos a hablar en pasado, pero muy en pasado, de esta asquerosa epidemia y de los cercanos que se llevó por delante, y de lo oscuros que fueron algunos días. Pero ya en pasado. Adivino que vamos a deglutir y hacer bolo de todo esto a la misma velocidad a la que ya venimos haciéndolo de todo lo demás. En dos días lo que era noticia horrible dejará de ser siquiera noticia, porque otra cosa parecida o muy distinta la sustituirá. Porque eso es lo actual: que ya estamos en el camino de salida. Unas vacunas serán mejores que otras, los escandalosos señalarán como un nuevo apocalipsis que haya algunos casos de infección incluso entre los vacunados (por desconocer que eso pasa con todas las vacunas), los partidistas achacarán todo lo bueno a su partido, y al final… saldremos.

Una epidemia más de las que ha sufrido la humanidad. Pero diferente a todas las anteriores en algún aspecto.

No ha sido ni lejanamente la más grave, ni la más mortal, ni la más duradera, si bien ha sido la más narrada y jaleada. Ni siquiera tenemos que referirnos a las lejanas pestes del siglo XIV o la última de las gordas, la de 1830. Hace nada, y en términos históricos hoy mismo, hemos tenido entre manos (pero hemos tenido mucha menos información o por lo menos muy poco revuelo informativo) epidemias de polio, de meningitis, de hepatitis diversas, hasta de cólera más o menos encubierta bajo otros nombres no tan aterradores. Y se puede considerar epidemia lo que sucede en algunas zonas africanas con el Ébola. En fin, por lo que respecta al monopolio temático que ha producido en la información pública, se diría que este COVID-19 ha sido una cosa rara llamada enfermedad que ha caído de pronto desde el espacio exterior a un planeta que hasta ese momento estaba limpio, desinfectado, sano y perfecto. Y no era así, evidentemente, pero algo ha sucedido para que haya parecido eso.

Lo relevante es no ya que haya sobrevenido esta epidemia, tenga el origen que tenga, sino que las más avanzadas técnicas para combatir la enfermedad se han puesto en acción y han conseguido herramientas contra ella en un plazo inimaginable hace apenas unos años. A los seis meses algunos, y casi todos a los ocho o nueve de comenzados y conocidos los contagios, los científicos y técnicos encargados de ello tenían fabricadas y en examen las primeras vacunas. Y ahora estamos beneficiándonos real y objetivamente de ellas al año escaso de comenzado todo. Las vacunas: se trata de un virus, y todo lo que se puede hacer contra él es como lo que se puede hacer contra la gripe: paliativos, antitérmicos, etcétera; y en los casos más graves las medidas clínicas conocidas. Pero la herramienta principal es la vacuna. Y se han fabricado antes de que pasara un año.

Nunca se exagerará, por más que se repita y se repita, la importancia de esto. Son conocidas las palabras de Luc Montaigner, descubridor del virus del SIDA en los ochenta, y en los años cincuenta joven investigador en el Instituto Pasteur: una noche decidimos que no podíamos hacer nada contra la polio; que habíamos encontrado o más bien nos había encontrado la enfermedad que iba a acabar con la humanidad. Y así nos fuimos todos a casa esa noche. A la mañana siguiente Salk comunicaba que había encontrado la vacuna.

Pero es que ellos eran los mejores y llevaban luchando contra la polio doce o catorce años, y no había modo de entender la enfermedad. En esta ocasión no ha habido tiempo ni de sentir algo parecido. Me parece que lo relevante de lo que estamos terminando de vivir es una doble observación: uno, las autoridades políticas casi en su totalidad han demostrado no saber ni siquiera de política y gestión de las poblaciones. Dos, los profesionales de la investigación científica han demostrado que, a la chita callando, sin llamar la atención, sin aparecer en los programas de tertulias políticas de la televisión, y ni siquiera en las de cotilleos, estaban todavía mucho mejor preparados de lo que algunos pensaban; e incluso en su versión industrial, estas industrias han demostrado que tenían una maquinaria se diría que mucho mejor preparada y mucho más profesionalmente diseñada de lo que se creía.

Los aplausos y parabienes a los médicos y afines han ocultado y hasta evitado que se den a unos que los merecen por lo menos en la misma medida: los investigadores científicos y técnicos que han tardado inverosímilmente poco en encontrar soluciones. Esto debe quedar para el futuro. Son una fuerza de la sociedad que se ha demostrado de primera calidad, y que se puede confiar en ella.