01 Jun Chernóbil, 35 años
Chernóbil, 35 años
Paca Maroto
Se ha conmemorado estos días el 35 aniversario del accidente de Chernóbil. Todo lo que se diga sobre la gravedad de aquello es poco, evidentemente. Hasta tenemos en ocasiones la impresión de que somos unos canallas, porque menudo marrón hemos dejado a las generaciones futuras (bueno, nosotros no, que no nos han dejado meternos ahí a arreglar nada).
Es como si estuviéramos esperando que una tecnología del futuro llegara por fin (o más bien llegáramos nosotros a ese futuro) y ahí encontráramos la solución: porque la movida esa de los sarcófagos está muy bien, pero lo que dice en realidad es más o menos eso. Aquí os dejamos esto, tapado y bien cerrado para que no apeste, pero ya sabéis que si un día queréis arreglarlo, lo de dentro sigue igual de liado. Dicho sea con reverencia y sobrecogimiento hacia los héroes (pocas veces fue tan merecida esta calificación) que se pusieron manos a la obra desde el primer momento, sabiendo muchos de ellos, porque para eso eran obreros especializados, que se estaban metiendo en la boca del lobo, pero del lobo de verdad. No vamos a reproducir las estadísticas de muertos y lesionados, que son terroríficas, y que cualquiera puede consultar. Casi todos o todos sabían dónde se metían, y se metieron, porque entendieron desde el primer momento que la cosa era de una gravedad sin comparación (los mandos políticos no lo entendieron).
La que se organizó por Europa en aquellos días no es fácil de describir. Porque además Gorbachov estaba recién ascendido al cargo, como quien dice, y la Unión Soviética conservaba puras todas sus manías y sus paranoias (parece que hoy van volviendo), la primera de las cuales era siempre algo así como no decir la verdad, o por lo menos no informar. No vamos a hacer sangre, aunque apetece, en eso de los dogmas del partido. El caso es que, para los que no lo vivieron, a lo mejor es difícil entender que el Estado responsable no dijera nada de nada, y las primeras noticias de la catástrofe salieran, si no recuerdo mal, de Suecia, o quizá de Finlandia: que estaban notando un aumento de la radiactividad atmosférica muy poco natural, y que los vientos y tal hacían pensar que venía como de Bielorrusia o de Ucrania o en esa dirección. Y luego Alemania. Y luego Italia. En 48 horas Europa tenía muy claro que aquello era un desastre radiactivo, pero la URSS seguía sin decir esta boca es mía, claro. Al final, y la ocasión quizá se podría subrayar como el primer acto real de la glasnost, Gorbachov obligó a toda su cadena de mando hacia abajo a dar cuentas, y él mismo dio una conferencia de prensa ante el mundo admitiendo lo que acababa de pasar (o lo que por entonces se sabía, que no era mucho), dejándonos a todos boquiabiertos por dos motivos: por la gravedad de lo que contaba -que ya se estaba suponiendo por aquí-, y por el hecho mismo de que el jefazo del kremlin reconociera algo así y se expresara con esa normalidad -que no se suponía en absoluto que fuéramos a verlo-.
Hoy tenemos se diría que toda la información, y hasta se han desarrollado tecnologías inimaginables hace 35 años para contener el desastre, y hasta para precaverse. Las centrales nucleares no pueden hacer eso de nuevo; aunque los enemigos del uso de la energía nuclear se siguen agarrando a que si alguien las bombardea pueden ser fuente de contaminación, etcétera. No parece mucho criterio ese del bombardeo, o en todo caso lo sería también para no construir presas ni centrales térmicas, ni siquiera plantas de transformación y generación de electricidad a partir del gas, instalaciones bombardeando todas las cuales se puede organizar un follón considerable.
Lo raro que está sucediendo en este 35 aniversario, sabiendo tanto como sabemos de aquello, es que algunos medios están titulando «Se cumplen 35 años de la explosión nuclear de Chernóbil» (por ejemplo, Euronews, 26 de abril de 2021). ¿Explosión nuclear? ¿Cuándo? ¿Dónde? O es ignorancia o es mentira, y no nos gusta ninguna de las dos. Al leerlo, hemos reconocido de pronto que, en efecto, en múltiples ocasiones hemos oído o leído esa misma expresión. Claro, de «accidente» nuclear a «explosión» nuclear hay una distancia muy corta, y es fácil el derrape. Pero no es permisible, aunque sea fácil. Porque la distancia real entre una cosa y otra es astronómica.
Lo que en el reactor de Chernóbil explotó, mandando a tomar viento a su tapa de 2.000 toneladas, fue una bolsa de hidrógeno que se acumuló como consecuencia de la retroalimentación sin refrigeración del agua, por resumirlo brevemente. Un hidrógeno que no es exactamente un residuo ni un material «nuclear», ni «radiactivo». Y ya está: no hubo más explosiones, salvo las pequeñas y locales originadas por los incendios consecuentes al tocar materiales combustibles, como en cualquier incendio.
No hubo «explosión nuclear», sino de hidrógeno, que es lo que tiende a hacer el hidrógeno cuando no se controla bien: entrar en combustión (tan elemental como que es la causa de que los globos de feria empezaran a rellenarse de helio, porque los anteriores a menudo explotaban). Luego, sin esa tapa y con casi toda la estructura rota, los materiales del reactor salieron a la atmósfera, y en bucle de calor creciente a causa de su descontrol, hasta con el grafito de control ardiendo, la chimenea ascendente envió esos materiales a la alta atmósfera, y de ahí adonde los vientos quisieran llevarlos.
Es difícil diseñar a propósito un desastre tecnológico más acabado y horrendo. Es una de esas ocasiones en las que no es una broma decir: todo lo que pudo salir mal, salió mal. Además, todo lo que se podía hacer mal, se hizo mal. Hay suficientes testimonios del nefasto comportamiento de los mandos y de las autoridades, quizá porque todo aquello era todavía un esquema político concebido y diseñado en una era muy anterior de sociedades y problemas mucho más sencillos, y todo lo posterior a enchufar una radio les superaba.
Además sucedió un fenómeno de esos que nos llaman tanto la atención en esta web: tardaron más de lo debido en adoptar medidas de protección ante la radiación porque los instrumentos que tenían para medir esta sólo podían marcar hasta 3,6 Roentgens por hora, y esa cantidad era aceptable. Unas horas más tarde alguien trajo nuevos dosímetros mejorados, y se supo que estaban exponiéndose a 30.000 R/h, pero el dosímetro primero no podía decirlo porque su escala era más corta.
Chernóbil fue un aviso, como el accidente ferroviario de Dickens, como el incendio del Teatro Apolo, como el hundimiento del Andrea Doria (o como Hitler, o como Stalin): ojo con estas cosas -la energía nuclear, los transportes de masas, los espectáculos, la política-, que son todas necesarias (no los accidentes, ni los incendios, ni los naufragios, ni los dictadores sanguinarios) pero también es necesario que se manejen seriamente, sin frivolidades ni dogmas ni negligencias.