Feed-back, o más bien feed-forward

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Paca Maroto

Aunque tiene casi categoría de juramento eso de no caer en el fácil hablar de política, ni mucho menos de político, voy a darme el gusto de hacer un poco de retórica para convencerme a mí misma de que esto que viene a continuación no es política/políticos, sino la vida misma, que es algo así como si te has prometido no volver a hablar de peinados y peluquería, pero al describir a una bailarina no puedes evitar decir que tiene la coleta más estirada que el sueldo de un patatero de Burger King con dos licenciaturas, hoy grados.
Es decir: todos los políticos peleándose como sólo ellos saben hacerlo cuando todavía tenemos mucho por vacunar, y no nos olvidemos de aquellos a los que no llegó la vacuna a tiempo y cayeron y están por curar, y el resto a seguir evitando el bicho a la espera de que esos que se pelean dejen sitio, «desocupen la línea» (como decían en muchos de esos teléfonos de supuesta ayuda en plena epidemia a quienes estaban de verdad pasando en ese momento la enfermedad, pero a la operadora no le parecía que fuese así), que no tapen la pantalla y, por remontarnos a niveles de mayor abstracción y teoría, que dejen de joder la marrana.
Tenemos todo todo el espacio sonoro público atufado y ensuciado del ruido de políticos y sus compinches plumillas, como si nos importara algo lo que hacen aparte de tener que estar informados de cuál es la última jodienda que se han inventado, para defendernos de ella (quiero mandaros un abrazo, amigos de Madrid, y no os creáis que no nos dimos cuenta de que esas ridículas 1.500 vacunas de la primera partida para «todo» Madrid no fue más que otra patada gonádica que estos irresponsables os daban: no fuera a ser que se vacunaran también los catalanes emigrados a vuestra ciudad huyendo de los irresponsables facción Penedés, por ejemplo, o sea la versión bioquímica de las medidas de impuestos contra la CAM). Me imagino, queridos lectores, que no tengo que entrar en mayores detalles porque los sufrís como yo. Lo actual es el enganchón se diría que permanente e irresoluble de unos partidos contra otros: ¿es actualidad la noticia que se titularía «Se confirma que estos borricos de políticos no saben resolver sus diferencias aunque eso cueste que la población siga jodida»?
Sí lo es: es ahora mismo lo actual, aunque lo fuera ayer y lo sea mañana: es decir, se trata de una versión serie Z de la eternidad. Vaya nivel, quién lo iba a decir. Que alguien llame a Agustín de Hipona, que nos lo explica en dos tardes.
¿Os ha quedado tiempo también para llevar vuestra mirada a lo que están haciendo los investigadores de las farmacéuticas? Si no recuerdo mal, ya comentamos hace unas semanas que nadie hablaba mucho de ellos, o como mínimo no tanto como del último celador de cualquier hospital, pero que si a alguien habría que investigar en el futuro para ver si se merecía un premio Nobel Plus (uno nuevo que habría que inventar) era precisamente a estos biólogos, químicos, farmacéuticos, médicos de investigación y categorías cercanas que se han dejado las pestañas, las cejas y hasta el pelo de la coronilla con sus doce y quince horas diarias dando el callo desde enero pasado (¡ya un año!) y que en tiempo inconcebiblemente corto consiguieron, todos más o menos a la vez, que se encendiera por fin esa luz al final del túnel que a muchos salvó in extremis de la depresión, además de salvar objetivamente a miles de millones (qué gozada poder decir estas cantidades sin exagerar ni un pelo) de padecer la enfermedad y, en ese porcentaje no muy grande, «pero que no te toque a ti», simplemente de palmar. Si nos repetimos será que la cosa lo merece, porque todo lo que se hable bien de ellos, de su talento, de su estudio, de su esfuerzo y de su cansancio es poco.
Se ha comentado que, por supuesto, cuando se lanzó el demonio hace más o menos un año, las empresas y estos investigadores utilizaron avances que iban haciendo con otros fines, buscando vacunas para otras enfermedades, usando técnicas de vanguardia que habían desarrollado anteayer mismo con otros objetivos… Pero es que supieron, sus empresas y ellos, desviar todo eso para parar el tsunami vírico que desde luego nadie como ellos supo evaluar tempranamente, cuando muchos aún hablaban de fake news, de conspiración de la derecha, de conspiración de la izquierda, de simple resfriado que cuando venga el calor desaparecerá… Ellos no: sabían y actuaron. Y si mis nietos van a conocerme y a recordarme en el futuro será, probablemente, gracias al trabajo de estos vocacionales, que han prolongado mi estancia en el mundo a la espera de que crezcan.
Pero no quería quedarme aquí: lo relevante, con serlo lo anterior, se ve aumentado con la llegada de un nuevo hermanito: aparte de los equipos que se van a quedar dedicados a la producción de la vacuna anticovid19, a perfeccionarla y a reeditarla (está casi a punto la segunda generación de vacunas), muchos de los que han trabajado en ella han aprendido tanto en este año pasado que, como si fuera un acto de agradecimiento o de compensación, vuelven a sus anteriores investigaciones pero ahora más armados que antes. Lo que sabían les llevó al asombroso triunfo contra el covid19; y al trabajar contra este han aprendido tanto más, que ahora están muchos miles de investigadores lanzados a todo lo que parecía quizás posible para dentro de diez o quince años, pero ahora muchos de los que más saben están hablando con toda seriedad del horizonte de un año para mil y un problemas, a los que de momento no quieren poner nombre. Pero malaria, ébola y tantas otras pueden ir preparándose, que van a por ellas.