La pelu y el museo

La pelu y el museo

Paca Maroto

 

Es de rabiosa actualidad de hace un par de semanas que uy, por Dios, me han pillado en la pelu a deshora y sin mascarilla. A mí, Paca, no, sino a la que es probablemente la mujer de más completa y sólida carrera política en el extraño e infernal Washington de esta era: Nancy Pelosi. Que sí, que a todas nos molesta algo esa cosa de estirarse se diría que como para afearse aposta que tienen las norteamericanas. Al fin y al cabo, un simple desacuerdo de gustos que no llega ni a cultural. Que Pelosi estaba mejor antes, y que no tenía que haberse barbyzado; pero oye, que allá ella. Presidenta del Congreso, punto más que fuerte del Partido Demócrata, esperanza del buen liberalismo proto-izquierdista norteamericano (más o menos como el ala moderada del PP de aquí), preparada, avezada, guerrera, mil veces caída presa y mil veces fugada, martillo de ortodoxos y encima, salvo error invisible a largas distancias, carente de esa antipatía arrogante de abogado sureño antirracista de la que fue hace tiempo casi presidenta electa y que no llegó al cargo solo por los manejos de los colegios electorales, de apellido de soltera Rodham y de casada Rodham-Clinton, de nombre Hilary. Nancy Pelosi, nada menos: ¿hay alguna ley estadounidense que no se conozca en sus menores intríngulis? ¿Hay algún futuro cargo que no haya pasado su criba? Pero la han sorprendido en la pelu de una amiga a deshora y… puede que su carrera haya acabado. A ver los periodistas.

Es relevante que el miércoles 9 de septiembre pasado, casi mientras sucedía lo anterior, a Jeanne, una estudiante veinteañera de Arte, no la dejaron pasar al Museo d’Orsay en París a causa de lo que una segurata de la puerta consideró «escote excesivo». ¡Al Museo d’Orsay, en cuyo interior se muestra una de las más amplias y luminosas colecciones de tetas femeninas de Occidente! Y es igual e inseparablemente relevante que nadie haya salido a las calles a quemar alguna manzana de casas o a deshacer a pedradas algún ministerio o, ya puestos, algún monasterio (porque las fiestecitas de femen no merecen ni calificación, sólo consiguen lo contrario de lo que venden) : qué hartura, qué contraataque nos están dando, que hijas de perra. ¿Lo están consiguiendo? ¿Ya han conseguido, chatitas, diecisieteañeras con conciencia, que os parezca una agresión que las mujeres nos despelotemos donde y cuando nos salga del coño mismamente? Han sacado (y han triunfado: lo han impuesto) eso de «sexualizar»: ¿pero qué mierda es esa? ¿Es que el humano, o la humana, está carente de sexo en algún momento? Seréis vosotras, so sepias. Cómo es posible que no os deis cuenta de que con esas idioteces no estáis haciendo otra cosa que seguir lo que ALGUNOS de ese «ellos» (que os gusta extender a toda la mitad masculina de la humanidad, sabiendo bien que siempre han sido solo ALGUNOS) dictaron en su día para tenernos bien dominaditas, sumisas y asexuadas -porque el sexo es cosa de ellos, y por este camino va a volver a serlo-. Pero es que la joven Jeanne ni siquiera se despelotó: era solo un escotito de verano, de los que solamente pueden molestar a esa especie que se está adueñando del espacio y del discurso públicos como si lo hiciera en nombre del progreso, cuando es visiblemente todo lo contrario: sacristanes y sacristanas del mundo, iros (RAE, tía, ponte al día) a la mierda.