Mascarillas, geles y tablas de multiplicar

Mascarillas, geles y tablas de multiplicar

Paca Maroto

 

Recuerda a aquella bronca idiota de cuando aún había (casi) esperanza, hace como 20 o 25 años: de qué sirve extender hasta el último confín del universo la construcción de colegios y el destino de los maestros y profesores, si no se mantiene a la vez la calidad de esa enseñanza que al principio era el compromiso que se contrajo y provocó esa expansión. Radicales de uno y otro extremo se enzarzaron como siempre: mejor una buena enseñanza para unos pocos que una mala para todos, decían unos; mejor una enseñanza para todos, aunque sea mala, que una buena para pocos, decían los otros. Y, como siempre, parecían mayoría los de las posturas razonables, digamos intermedias, que decían: mejor paso a paso, sin matar la calidad, extendiendo calidad, no extendiendo meros edificios (pero por supuesto estas posturas fueron derrotadas, precisamente porque eran razonables y porque no beneficiaban mucho a alcaldes y consejeros de educación y similares).

Lo actual es que toda discusión acerca de la enseñanza se ha reducido al uso de mascarillas y de geles, y a las distancias entre mesas o en la cola del comedor; y, por supuesto, al meterse los Padres Siempre Indignados en la cosa, las peroratas se han extendido hacia las bajas laborales, los horarios de recogida y quién va a jugar con la pelota de mi hijo, que es de mi hijo y de nadie más. Y el maestro que sigue enseñando las tablas de multiplicar tiene una calificación que oscila según el observador, desde héroe de la civilización hasta traidor reaccionario fascista.

Lo relevante es cómo transmitir los conocimientos y las habilidades intelectuales que se supone que el sistema de enseñanza se creó para transmitir; pero las autoridades de esa enseñanza, en todos los niveles, y lo que es más grave, muchos, muchos, muchos profesionales de la misma se han dejado comer el terreno por los burócratas de la enseñanza, que se coordinan, desde Bruselas hasta la más indigna concejalía, pasando por todas las mesas intermedias, y ya hace tiempo que acabaron hablando y hasta pensando como administrativos o políticos. Qué mejor circunstancia podían esperar estos killers que una tragedia como la que vivimos a nivel global para sostener el olvido de lo relevante.

Son ya décadas desde que se empezó a perder el objetivo, que pronto fue incluso vituperado: enseñar. Por su parte, el coronavirus ha producido una convulsión mundial inesperada, y dolor y muertes como ninguna otra cosa en nuestra época. Hay que mirarlo de frente, no perderlo de vista, tomar las medidas necesarias para ir derrotándolo… pero no a costa de lo que, precisamente, queremos que sobreviva. Mascarillas y geles, sí, pero PARA la enseñanza.