15 Feb Problemas del pasado o del futuro
Problemas del pasado o del futuro
Paca Maroto
Es muy actual lo de las elecciones, o incluso no-elecciones catalanas. Es muy actual, entonces, que los de siempre siguen sin saber qué inventar para que todo el mundo siga mirándoles, hablándoles, queriéndoles, y no miremos a otros ni les queramos. Ya se sabe que ha aumentado el porcentaje de sordos jóvenes (o sea, es decir, perdón, ay, hipoacúsicos; pero que sepan que son sordos en un grado u otro, como esta que escribe, así que menos ofensas) desde que hay discotecas, y más todavía desde que los conciertos son como son, y así en una curva que, de seguir las hipótesis repetidas de los estadísticos nos llevaría a tener a todo el mundo sordo 100% en unos doce años; bueno: pero es que ha aumentado todavía mucho, mucho más el porcentaje de políticos que no ha trabajado en otra cosa más que en política, si es que se puede llamar política (que significa lo público, como ya sabemos) a trabajar dentro de un partido desde los 22 años, y trepar e intrigar y conseguir carguiños paso a paso, y desarrollar habilidades profesionales de profesional de partido político, de ahí mismo, de ahí dentro, y nada más que eso, o como mucho eso y una concejalía de tu pueblo, que en realidad es lo mismo, sigue siendo ahí dentro. Pocas cosas tan actuales como esta, cada día más actual: el político que no ha pasado por la sociedad.
Pero, mientras tanto, suceden otras cosas que, fíjate, estas sí que nos parecen relevantes.
No vamos a argumentar ahora nada en favor de la tesis de que España tiene una de las mejores redes de telefonía del mundo. Sí, así, tal cual, eso mismo que no suelen decir porque ya sabemos desde hace tiempo que si es algo bueno es malo decirlo. Así como que tiene una red eléctrica que igualmente no tiene casi comparación más que con dos o tres (es que hay cosas así: ¿y la red de trasplantes?) Bueno: en la gran nevada seguida de gran helada de hace un mes escaso se dio con frecuencia la situación que resumimos en la habida en un distrito al norte de Madrid, con cerca de 500.000 habitantes, y que hemos conocido por conocer a los profesionales implicados, y no, no se vaya a creer nadie, porque los medios de comunicación hayan investigado la cosa. La situación: cortes intermitentes de electricidad y, aparte, cortes intermitentes de la red de telefonía. No que como se te iba «la luz» se te apagaba la wifi y eso, no: la red de telefonía, que desaparecía. Claro: desaparecía porque a ella también se le iba «la luz».
¿Y por qué se iba la luz? Porque una columna de alta tensión cercana ya a la subestación había cedido algo (sólo algo) al peso de la nieve, y sus cables estaban que iban y que venían, tocando el suelo o alguna otra masa. ¿Y eso qué? Pues que eso privaba al que creo que llaman «centro nodal» de telefónica de la misma zona de su suministro eléctrico. ¿Qué nos parece relevante de esto? Precisamente, que es como si dos o tres de los segmentos del esquema logístico de la red de trasplantes se realizaran en bicicleta.
La mejor red de trasplantes del mundo, venida abajo de pronto porque uno de sus, cómo llamarlos, riders, están con un calambre en una pantorrilla. Algo así.
No diremos las mejores, pero desde luego con certeza sí unas de las mejores redes eléctricas nacionales y de telefonía del mundo, las españolas, venidas abajo porque de los, ¿cuántos?, ¿cinco mil? ¿ocho mil? puntos clave, once o doce se han dejado navegar desde el pasado, no se han modernizado, y siguen siendo poco más que casetas de peones camineros de cuando Primo de Rivera, con «contadores» de esos antiguos de rueda, y clavijas de latón medio puestas y aseguradas con un esparadrapo. Digamos que la anterior es una imagen gráfica con algo de licencia por nuestra parte, que no es que hayamos visto ese esparadrapo, pero para entendernos.
Es decir: ¿no salta a la intuición, inmediatamente, que es una especie de sinécdoque de lo que es España, de los problemas y los programas de España? Una modernización de vanguardia, una actualización constante, un esfuerzo, miles de esfuerzos, o millones, continuados y tenaces por sacarse a sí misma adelante, con muchos y evidentes frutos que estamos utilizando como si fueran los más normales, pero… De pronto, el tropezón, el fallo, la caída. Lo mismo que pasa en todas y en las mejores sociedades, sí. Ninguna se libra de fallos y disfunciones, y por eso la política tiene que ser o tendría que ser un trabajo de permanente actualización; no hay sociedad sin tropezones, sin algo que arreglar (y las de diseño libresco y dogmático mucho más, claro). Lo que nos llama la atención del caso español es que sus tropezones y sus disfunciones parecen provenir siempre de algo anacrónico, antiguo, incómodamente avejentado, que ha llegado hasta el día de hoy casi nunca porque alguien haya querido, sino porque ha pasado inadvertido que había que ponerlo al día, o modernizarlo o, en ocasiones, jubilarlo de una vez.
La inercia de diez o doce casetas «del transformador a la entrada del pueblo» que se han dejado ahí sin reparaciones desde los años sesenta, diez o doce de entre esas siete u ocho mil que funcionan perfectamente; esa curva única sin reparar de esa carretera que se modernizó; yo qué sé que otras tradiciones, folklores, o eso, inercias, que se interponen y tropiezan las mejores acciones de terminar de poner a España engrasada, funcionando, y los problemas por fin vengan sólo del futuro, y no estos coñazos del pasado.