Todo el poder para los… dogmas

Todo el poder para los… dogmas

Paca Maroto

 

¿Cuántos días llevamos ya de encerronas, en casa o en el pueblo o en la ciudad o en el distrito? Hay quien acumula 200 en total, discontinuos salvo los primeros 100 de la primavera pasada. Casi todo el que tiene un mínimo de lucidez considera que las autoridades sanitarias tanto españolas, nacionales y autonómicas, como en otros países, se han cubierto de mierda con la muy deficiente gestión de esta epidemia, a la que se han enfrentado dando continuas y exageradas muestras de estupidez, ignorancia y desfachatez.

En el orden de lo meramente clínico las cosas pueden haber ido más o menos jodidas desde el principio, pero en general se ha observado una intención de ir mejorando, de hacerlo cada vez mejor, de entender más lo que estaba y está haciendo el virus y cómo atajar sus caminos o reparar los daños que ha hecho. Todos hemos oído y leído mil historias de triajes más o menos desagradables, de elección de pacientes para su rescate en función simplemente de su edad y sus (hipotéticas) mayores probabilidades desde salir adelante… Y de todos modos hemos comprendido que menudo marrón. Aunque también se ha discutido recientemente: ¿cómo que «marrón»? Es como si se considera marrón para los ingenieros de Fomento reparar un puerto que el temporal ha destrozado, o un paso elevado de la autovía que se resquebraja: es su profesión, y para eso están ahí. A los sanitarios los endiosó el periodismo al principio, por no entender ni el funcionamiento de un antitérmico pero tener que gritarse en las tertulias acerca de ello, y mucho cuidado con lo que ha empezado a venir después de la mano de la decepción, de las muertes y de las secuelas clínicas no previstas. Inevitable. ¿Acaso salía la gente a sus balcones a aplaudir a las 8 de la tarde a los militares de la UME durante aquella temporada de hace tres o cuatro años en que hubo 100 días seguidos de incendios forestales y de rastrojos y de esparteras y la UME no paró, un día tras otro?

Pero ahora, acabando este excepcional otoño de 2020, da la impresión de que ni siquiera es culpa de los torpes políticos, de las estúpidas autoridades orgánicas de la sanidad o de las absurdas sanidades autonómicas, la mala marcha y la recaída aquella en la segunda ola de la pandemia. Esta segunda ola, mirando las cosas con la lupa miope y estuporosa del periodismo, ha sido mucho antes en este país que en aquel; pero mirando esas mismas cosas con suficiente y mínima lucidez, cualquiera podría ver ya hace un par de meses, y no digamos hoy mismo, que, día arriba, día abajo, las cosas fueron más o menos igual de mal en casi todos los países cercanos. Desde luego, con la llamativa e inexplicable excepción de este o aquel país. Pero en casi todos las cosas han ido casi igual. En casi todos ha habido una bajada de los contagios, un vaciado de las UCIs, una vuelta casi a la normalidad hospitalaria, y al volver del verano un rebrote que muy pronto ha alcanzado niveles similares a los del funesto abril. Casi todos los sectores juveniles han incurrido en los mismos juveniles errores y las mismas juergas maléficas, y en todas partes ha habido bodas y bautizos de exagerado número de invitados, y bares inadecuadamente llenos. Las cifras objetivas de contagios y ocupación hospitalaria y muertes se han igualado rápidamente.

¿Cómo es posible?, nos diremos, a la vista de la muy diferente conducta verbal, social, pública y política de los diferentes dirigentes de cada nación. Pues sí, eso parece: el virus, la epidemia, como por cierto han dicho algunos entendidos, es un suceso casi más matemático que biológico. Y la matemática vírica hace lo que le da la gana a ella, que no le da cuentas a nadie, del mismo modo que no depende de las medidas políticas adoptadas el que unos u otros se contagien más o menos, como se ha visto. Las autoridades políticas españolas, peleadas entre sí, y pendientes exclusivamente de quedar bien ante los comités con mando en sus partidos, o sus equipos de marketing electoral, o vaya usted a saber con quién, han conseguido desconcertar a todos especialmente de septiembre para aquí. No han hecho una a derechas, y sólo los muy fanáticos o tacaños no lo reconocen. Sin embargo, hemos visto conductas serias y racionales en políticos de otros países, que aquí no vamos a señalar, que se han adelantado lo que han podido, o les han aconsejado, a los peores momentos decretando cuarentenas un poco antes u ordenando horarios comerciales diferentes buscando paliar lo más posible el progreso del contagio… pero al final en casi todas partes las cifras han llegado a ser casi exactamente iguales.

Eso es lo actual.

Lo relevante será, entonces, no que haya más o menos contagios en función de la mayor o menor estupidez de presidentes y ministros, sino que a esta estupidez le dé por expresarse, por ejemplo, en cambios súbitos de modelo sanitario en pleno incendio epidémico, y para hacernos a todos más felices e igualitarios les dé a las autoridades sanitarias (?) estatales por acaparar la vacuna de la gripe en plena temporada de vacunación, en lugar de dejar que, como todos los años, se pudiera vacunar todo el que lo necesitara porque la distribución de la tarea estaba partida en tercios (sanidad pública, seguros médicos, sanidad privada) y así llevamos décadas consiguiendo 7’5 millones de vacunaciones en un mes. Pero ya se sabe que cuando la ortodoxia está por encima de la realidad… la felicidad de la estatalización completa nos hace a todos muy felices, porque de pronto, en pleno lío del COVID19, la sanidad pública, y sólo ella, se ve con la tarea de poner todas esas vacunas ella sola… y no ha podido, claro. A principios de noviembre ya había dispensarios públicos que habían agotado sus dosis, y todavía con más de la mitad de sus pacientes sin vacunar. ¿Y qué autoridad política ha diseñado plan alguno para proteger el 16% del PIB perdido sólo en hostelería y turismo? ¿O para volver a proporcionar empleo a los que a finales de noviembre ya son medio millón de parados sólo por los cierres COVID19?

¡Ah! ¡Que el Estado les va a dar empleo! ¡Acabáramos!