Aquí Spinoza, allí Hobbes. Segundo tiempo.

Aquí Spinoza, allí Hobbes. Segundo tiempo.

Isabel del Val

 

Y si alguien sigue insistiendo en la oscuridad del modesto tallador de lentes sefardí doblemente expulsado de su sinagoga, puede acompañarnos a seguir la recapitulación que él mismo hace de lo que él mismo viene diciendo en su Tratado teológico-político, y que vamos a ver a continuación. Es curioso que, a esas alturas, el más boscoso Hobbes se entrega también a una enumeración numerada. Será eso de quién leía a quién, y uno de los dos se está guaseando del otro al imitarle el recurso.

Insistimos en lo delicado por partida doble de la atribución de causas al pensamiento de un autor: ni creemos posible el caso idealizado de ese autor apartado del mundo, al que le es posible, entonces, conectar con lo preternatural y hasta con lo sobrenatural, ni creemos que todo el pensamiento de un autor esté forzosamente explicado por las condiciones objetivas de su vida, ni materiales ni afectivas, ni mucho menos por su posición en el esquema de los medios de producción o impostura cualquiera de ese estilo. Pero por lo mismo, creemos que no se puede negar radicalmente que la vida de un autor influye de algún modo en su obra, y en diferentes medidas y cualidades según cada uno. Y quizá el caso de Spinoza es un caso intermedio, que parece dejar aflorar en algunos párrafos automatismos adquiridos en su experiencia vital, mientras que en otros segmentos de su obra parece tocado por una facultad de abstracción que pocos alcanzan. En fin, llega a final de su Tratado, que al lector, por lo menos al de hoy, le parece suficientemente claro, pero Spinoza debe de percibir o temer que para algunos no lo sea, y ofrece una recapitulación. Afirma que ha demostrado,

– primero, que es imposible quitar a los hombres la libertad de decir lo que piensan. Él sabe muy bien que de hecho es muy posible, así que, ¿a qué se refiere?;

– segundo, que esta libertad puede ser concedida a cada uno sin perjuicio del derecho y de la autoridad de los poderes públicos, y todos la pueden conservar mientras no menoscaben ese derecho intentando «introducir algo nuevo en el Estado», o ilegal;

– tercero, que todos pueden gozar de una misma libertad mientras no perjudiquen la autoridad del Estado. Parece sugerir por primera vez la oposición al pueril límite recíproco de las libertades, afirmando prácticamente la condición que cada libertad tiene en el hecho de que los demás también sean libres;

– cuarto, que todos pueden tener la misma libertad «sin perjuicio tampoco para la piedad»;

– quinto, que las leyes que se dictan sobre temas especulativos son inútiles del todo (y nos hace recordar el origen de la kantiana Crítica de la Razón Pura);

-sexto, que esta libertad no sólo puede ser concedida sin perjuicio para la paz del Estado, la piedad y las autoridades, sino que debe ser concedida para que la paz, la piedad y la autoridad se conserven.

Cientos de comentaristas se han volcado sobre estos párrafos, y muchos cientos más no de comentaristas, sino de autores, le han plagiado, pirateado, birlado y expropiado estos y muchos otros a lo largo de los tiempos. Han mencionado a Spinoza como su fundamento los más racionalistas y también los más materialistas, y muchos empiristas; el idealismo heavy pisa sobre él, o eso dice, y los nietzscheanos, y los freudianos, y todos los de todas las escuelas y gustos casi sin excepción. Lo cual es un motivo más de pasmo, porque aunque la obra de Baruch de Spinoza es densa y compleja, no es el universo entero, que a veces parece que le achacan esa cualidad, dadas las corrientes y las tendencias tan opuestas que dicen basarse en él. A veces nos parece que de puro humilde todo lo que quiso Spinoza fue que le entendieran un poco mejor sus correligionarios de la sinagoga, y que dejaran de castigarle, y que los demás simplemente vieran que si caracterizaban a Dios tal como lo caracterizaban, pues simplemente eso coincidía con lo que por otro lado definían como «naturaleza», y de ahí se tendrían que extraer consecuencias muy señaladamente nuevas, ¿no os dais cuenta?, parecen decir a veces sus palabras casi ingenuamente, como si añadiera: no es cosa mía, es que no puedo negar lo que veo.

No obstante no siempre es del todo claro en primer vistazo. Ese primer punto, ¿cómo entenderlo? Probablemente baste con suponer que se está refiriendo a que no hay otro modo que callar a una persona más que matándola, por decirlo en descarnado. Claro que sabía muy bien que se le puede obligar a no proferir sonidos, pero ¿es eso callar un pensamiento?

Y el conjunto de esta enumeración, que él mismo presenta al final de su obra, dándole con ello una significación más densa, plasma un proyecto de Estado, de organización política y social, que supera el vulgar encontronazo de libertades individuales, y muy al contrario predica que la libertad de un individuo necesita las libertades de los demás; que la solidaridad (esa «piedad», es decir, ese «ayudarse» del famoso discurso de Pericles que nos hace ser sociedad) necesita de esa libertad, también muy al contrario de lo que tantos afirmaban, y ¿en particular Hobbes? Leamos a Micaela Esgueva: ¿si dejas más libres a los ciudadanos, se ayudarán unos a otros más, o se ayudarán menos? Spinoza afirma que esa libertad es condición para que exista esa ayuda. Y aún más: que la paz del Estado necesita esa libertad de todos, lejos de verse amenazada por ella.

Ahí hay significado.