01 Feb ¿Creer en la vacuna?
¿Creer en la vacuna?
Isabel del Val
Yo no creo en los Reyes Magos. No creo en Papá Noel. Ni en el poder curativo del agua milagrosa. No creo en Vishnú ni en Isis ni en Brahma ni en Apolo. No creo en dios alguno ni en espíritu alguno, ni siquiera en el espíritu del que Hegel habla, de golpe, en el primer capítulo de su Fenomenología como si ya lo conociéramos de siempre. Qué voy a creer en esas cosas. No creo en la numerología, ni en la quiromancia, ni en la cartomancia, salvo en esas cosas que hace Tamariz, que tampoco las vende como si te fueran a curar nada. No creo en los curanderos civiles, y menos todavía en los curanderos con santo adobado. No creo en el vudú ni en los pasamuertos ni en médiums.
Por otro lado, estoy convencida de la validez como mínimo instrumental de las Leyes de Newton, y de las Leyes de la Termodinámica, y de las Leyes de Maxwell. Estoy convencida de que las matemáticas son una herramienta insustituible para entender, analizar o prever sucesos del mundo físico. Y de que la anestesia funciona, y de que los antibióticos atacan a las bacterias, y de que conviene bajar la fiebre con antitérmicos, de cuya eficacia estoy también convencida.
Sé que la asepsia cuidadosa es necesaria, y benéfica, cuando hay una herida. Sé que beber lejía te mata. Sé que cuando se ha perdido más de un litro de sangre hay que hacer una transfusión para evitar un shock hipovolémico. Sé que un satélite situado en la órbita de Clarke permanece en su posición sobre cierto punto del suelo terrestre. Sé que trasplantar un riñón te devuelve la función renal y te recupera la vida, igual que trasplantar un hígado o un corazón. Sé que cuando una persona está sufriendo un ataque de ansiedad le beneficia darle un sedante.
¿Cuántas cosas más sé? ¿De cuántas cosas más estoy convencida? No hay espacio para hacer esas relaciones.
¿En cuántas cosas no creo?
Pues, para empezar, no creo en las cosas de las que estoy convencida o que sé. De esas cosas estoy convencida, o esas cosas las sé.
Una está convencida, o no lo está, de la oportunidad, la calidad y la eficacia de una ley; en una ley no se cree o se deja de creer, como exigían las estúpidas autoridades educativas que hicieron la LOGSE, que denunciaban al discrepante con algo que en su cerrado mundo era el colmo de la condena: «No cree en la LOGSE», decían (el tío que lo decía sigue en ese puesto o uno cercano, ver para creer), y con eso ponían una diana en la espalda del descreído. Si supieran cómo hacían el ridículo, ya dibujado por el mismo Clarín en aquel cura idiota de la catedral de Oviedo que advertía a sus colegas sobre la Regenta: «Es epicúrea: no cree en el sexto».
Esto no tiene fin, aunque no costaría tanto que lo tuviese.
¿Cuál es el origen de esta imbecilidad? Habría que bucear en las profundidades fangosas de las patologías de cada uno de los imbéciles. Y no estamos ya para eso. Es un afán de hacerse el listillo, o simplemente es un delirio de creerse listillo, o quizá es sólo la codicia, las ganancias que produce el creerse listillo. Quién puede saberlo.
Pero es que además me da igual. Hay un momento en el que se tiene que comprender que, sean cuales sean las causas individuales de una conducta imbécil, no por conocerlas hay que tolerar esa conducta. Que es algo muy difícil de entender, por lo visto, en esta sociedad acojonada con la queja, la que llama diversidad y ese artefacto denominado inclusión. También hay que saber cuándo prescindir de este acojone, y cuándo hay que tomar una decisión necesaria, clara, tajante y dura.
Y ahora viene alguien soltando, como si supiera cosas que nosotros no, la estupidez esa de «Yo no creo en la vacuna».
Y aparte de informarle de que es un idiota, porque en una vacuna no se cree o se deja de creer, lo que hay que hacer es sancionarlo por difundir una propuesta de actitud que, de cundir, lesionaría la salud colectiva de la sociedad de un modo irreparable.
Es cierto que Jehová, el pollito Calimero, y la Virgen del Escorial, que vienen a ser lo mismo, o vaya usted a saber quién, se quedarían muy contentos.