Me va a quedar un acta fabulosa

«ME VA A QUEDAR UN ACTA FABULOSA»

Isabel del Val

 

No simplificaré las complejidades de la Administración Pública. Admitiré que, aunque no las entienda en muchas ocasiones, algo debe de tener esa agua cuando la bendicen. No hay forma de comprender, eso sí, que el número de tu tarjeta sanitaria no sea el mismo número que tu número de la seguridad social (y, ya puestos, que tu DNI). O que una vez admitido por la Administración que has pedido correctamente tu certificado de vida laboral, con el mensaje correspondiente, no se adjunte en ese mensaje dicho certificado, sino que se te anuncie que «próximamente» se te hará llegar. En fin: si hablamos de pacotilla, qué puede evitarnos llegar hasta cualquiera de las habitaciones del edificio de esa Administración, en la que hay que esperar años o décadas para modificar el más leve formato o impreso o denominación, o simple hábito formulario. Antes que reducir a un acrónimo adecuado o a un nuevo nombre sinóptico una buena denominación fanfarrística, la muerte:

 

Sí, comprendemos que en Derecho las denominaciones ajustadas son necesarias, y que enseguida te la lían por una coma o por una mayúscula mal colocada, pero esto ya parece un exceso de los que remiten inmediatamente a Una noche en la ópera. ¿No había forma de hacer algo que facilitara la lectura de este galimatías, yo qué sé, eso de los acrónimos, o un hipocorístico aunque fuera tipo Pepe o Paco para denominar a esa Junta de Contratación etcétera? ¿No podía haber propuesto alguien, tiempo atrás, que se abandonaran esas denominaciones que parecen de chiste de Forges sobre los portugueses, y llamar a las cosas de un modo más practicable?

No. No sólo estamos tratando con la Administración, sino con una sección suya conocida como «Ministerio de Defensa», sí, ese del cartel del «banco recién pintado» hace quince años que por temor del sargento a molestar al teniente, y de este a molestar al capitán, y de este al comandante y así hasta el rey, quizás, nadie ha osado proponer que se quite, de modo que, seco como una momia, el banco sigue sin ser usado y con ese cartel.

Todo antes que vulnerar las formalidades. Qué digo: las formalidades son el todo. Al final de la película Kaspar Hauser, una vez muerto el muchacho enigmático que conmocionó a toda la Europa ilustrada, el notario de Núremberg se encuentra satisfecho por fin: esa conmoción, esa irregularidad, esa dificultad para clasificar al extraño niño salvaje por fin han concluido con su muerte, que le va a permitir «hacer un acta fabulosa» que cierre el caso; y así se aleja de nosotros, ya pensando en las magníficas oraciones que va a encadenar. Todo vuelve a su ser, a su minucia. ¿De verdad no había allá por el 2014 nadie en el Ministerio de Defensa que pudiera sacarse del hábito a sí mismo y empezar a decir las cosas, por muy contractuales que fueran, de un modo algo más inteligible?

No sé si esto es muy filosófico o no: ¿se podrían confeccionar las leyes con idioma comprensible por todos?