«¿Qué hay de nuevo, viejo?» o «¿Qué me pasa, doctor?»

«¿Qué hay de nuevo, viejo?» o «¿Qué me pasa, doctor?»

Isabel del Val

Agarraos a la silla, que vamos a poner a temblar estratos muy profundos de nuestras risas: «What’s up, doc?» es el saludo chungón casi con valor de burla que le suelta Buggs Bunny a Elmer cuando este, que intenta siempre cazar a Buggs, advierte que este se le ha acercado hasta la oreja, o le sale de un agujero en el suelo ante sus pies. Las traducciones y los doblajes al español de los dibujos de la Warner, que son estos y los del Pato Lucas, y los del Gato Silvestre y Piolín, y los del Gallo Claudio y los del Coyote y Correcaminos, dicen unos que se hacían en México y otros que se hacían en Puerto Rico. A nosotros de niños nos daba igual. Si acaso, con el tiempo y otros doblajes, nos iba pareciendo que eran algo más mejicanas, porque se parecían a ese «¡Caray, Jim, qué bueno que viniste!», que decía siempre el repeinado niño de Furia a su tío Jim (claro), y a otras teleseries por el estilo, algunas de las cuales contenían descarados mejicanismos, tal como nos iban diciendo en el colegio. Hasta en los narradores en off, con una voz engolada y muy ahuecada evidentemente paródica, los empezábamos a reconocer, sobre todo en el léxico, como mejicano de Cantinflas, cuando decían cosas como «En los más áridos parajes del globo mora un ser de cuatro patas y dos orejas siempre preocupado de avizorar en su horizonte a otro ser…» (mientras en imagen estaba el Coyote con unos prismáticos marca Acme mirando en todas direcciones, con el Correcaminos a unos veinte centímetros a su espalda).

En fin, a los traductores de tan shakesperianos párrafos no se les ocurrió otra cosa que traducir «What’s up, doc?» por un «¿Qué hay de nuevo, viejo?», que desde luego en la Península hispanohablante (a lo mejor hay que llamarla así, o tampoco, ahora que lo pienso…) ni mayores ni niños usábamos. Los niños, en realidad, consumimos bastantes horas de nuestros mayores preguntándoles por qué le llamaba viejo a Elmer, que sólo parecía calvo pero no especialmente viejo. Con unos añitos más y con un poco de suerte ya habías visto otras películas para niños mayores (por ejemplo, los sábados por la tarde ponían tópicos Disney de tramperos con burro y canción, también doblada al mejicano) o habías conocido a esos primos de tus padres que venían de visita, porque vivían en Argentina y traían el Gran Mundo con ellos a este Valle de Paletos (no se cortaban en decirlo: venían de Argentina), y alguno de ellos decían frases del estilo de «¡Aquello es fabuloso, viejo!», con ademán de Alberto Closas (también habíamos visto La gran familia y algunos hasta Margarita se llama mi amor; quedaban algunos años para que viéramos Muerte de un ciclista). ¿Por qué llamaba «viejo» al hermano pequeño de mi madre, que apenas acababa de cumplir los 30? Aaaah, lo descubríamos de repente: «viejo» no significa «viejo», significa «amigo», o «viejo amigo», o cosas parecidas a «compañero», o «chico», «muchacho»… Ya, comprendido. Pero, aparte de comprendido, ¿quedaba, o sólo era nuestra impresión, algo forzado, algo presumido, poco natural, para un nacido en España -entonces sí-, un poco demasiado… propagandístico («yo es que soy de los que viajan»)?

En muy pocos años, que entonces parecían muchos, conoceríamos gentes de nuestra misma edad que nos dirían «¡Qué pestiño es esto del COU, vieja!» (yo es que daba especiales confianzas; en aquellos momentos no todas las chicas se hubieran dejado llamar así sin represalias). Pero para entonces ya teníamos comprensión de la disfunción sociolingüística, aunque muy puramente intuitiva, porque hubiéramos emplumado al que lo hubiera dicho así. ¿Oísteis? Había muchachos de 17 y 18 años que proponían que dijéramos ese viejo, y que llamáramos «saco» a la chaqueta o más bien americana, y desde luego «carro» al coche, último caso este que en realidad fue el único que triunfó porque la palabra se utilizó y se utiliza hasta el día de hoy en ciertos contextos y niveles sobre todo humorísticos, o juveniles y festivos: ¿Visteis el carro que me ha dejado mi padre?

Así que «¿Qué hay de nuevo, viejo?» para un saludo-emblema de una serie de dibujos animados para emitir con los niños peninsulares como audiencia. Quizá hubiera merecido la pena que algún dios adelantara los cuidados que no muchos años más tarde ya se iban a poner en esas cosas, y se retradujeran y se re-doblaran al español peninsular, más que nada para que los niños comprendiéramos todas las cosas que se suponía que debíamos comprender de esas peliculilllas (que, al tratarse de las de la Warner, ni entonces tenían ni tienen hoy a nadie por encima; acabaremos, inevitablemente, hablando de ello). La frase solía ir precedida de un titubeo, o un aclarado de nariz: Mmmmmm, ¿qué hay de nuevo, viejo?

Y así la hemos recordado y soñado y repetido y usado miles y miles de veces los que aprendimos moral (?) y buenos modales (?) con los dibujos de la Warner (sí, acabaremos, inevitablemente…).

Pero hete aquí que una de las cuatro o cinco películas que ilustraron, subrayaron, adornaron y provocaron nuestro acceso a la juventud entre carcajadas recibió el título precisamente de «What’s up, doc?». Y de nuevo los distribuidores, o los exhibidores, o la madre que los parió a todos, como era habitual en esa época, decidió que el título para públicos españoles tenía que ser… sí, esa cosa: «¿Qué me pasa, doctor?»

Qué me pasa, doctor, esa comedia que sólo los más pedantes y estirados desde entonces hasta hoy, 50 años después, desprecian como si se tratara de cacahuetes donde ponía jabugo. La película que tiene diez o doce secuencias antológicas para las antologías del cine de comedia, y diez o doce momentos actorales también para las antologías de las interpretaciones, y hallazgos de guión y de dirección en cadena, que ha provocado las hernias de tres o cuatro generaciones, incluidas las de muchos de los criados con los infames moralizantes Tiny Toons, por ejemplo, pobres espectadorcitos estos que de pronto se sueltan el pelo y descubren (como cuando les ponen sin avisar algo del Gato Silvestre y su lucha pura contra el hambre, o del Coyote más o menos lo mismo) que hay una risa que ni viene de la racionalización, ni la necesita ni, en muchos casos, se puede racionalizar después, y que no hace falta.

What’s up Doc?, sin embargo, fue traducida como ¿Qué me pasa, doctor? La película cuyo director y guionista se vio obligado a consultar con el anciano Howard Hawks porque algún malintencionado le había dicho que se iba pareciendo mucho a aquella lejana joya titulada en español La fiera de mi niña (otra: en inglés Bringin Up Baby, ya me contaréis). La película que sacó a Ryan O’Neal de su acequia gangosa y llorica y lo convirtió por fin en estrella no encasillada, y a Barbra Streisand de sus anticuados (la culpa no era de ella) musicales y la llevó al cine (ya sé que ya había estado, pero era cine antiguo); la que encumbró, por si hiciera falta un poco más, a Liam Dunn como juez un poquiño estresado.

A lo mejor la habéis visto, pero por si acaso: lo de titular así esta locura genial viene de que al final, en un avión, están poniendo en la pantalla unos cortos de Buggs Bunny, precisamente, y en ese momento surge Streisand por entre los asientos de delante de Ryan O’Neal, que creía haberse librado de ella y su caos; y ella le saluda a él con esa frase, what’s up, doc. Y se besan y fin. Cabe imaginarse a Bogdanovich y a sus colaboradores estrujándose el magín para encontrar un título al caos (organizadísimo, eso sí) que acababan de escribir, y desechando cada ocurrencia por no abarcar más que una pequeña parte. Y cabe imaginarse por qué eligieron al final ese saludo.

¿Qué hay de nuevo, viejo? ¿Barbra Streisand le podría decir a O’Neal en esa situación «¿Qué hay de nuevo, viejo?», en un doblaje para adultos hispanohablantes peninsulares de 1972? ¡Ni soñarlo! Y no se les ocurre a los distribuidores otra cosa que ese engendro de ¿Qué me pasa, doctor? ¿Por qué? ¿Cómo fue posible que salieran impunes? Si es que hasta suena un poco a esos títulos de películas de destape que se empezaban a hacer por entonces llenas de estetoscopios, cofias «de enfermeras» y batitas ceñidas (entonces había mujeres inteligentes que se horrorizaban ante esas cosas, pero no por lo que mostraban, sino porque lo mostraban a medias y con culpa: no os creáis lo que dicen hoy algunas). ¿Qué querían? ¿Provocar que el público pensara que era una película de desabotonamientos sobre una camilla y esposas legítimas irrumpiendo con el cardado de la pobre Florinda Chico?

Una abominación.

What’s up doc: anda que no hay posibilidades: desde «qué pasa, chaval» hasta «cómo va eso». O ¿Qué tal, hombre?, ¿Va todo bien?, e incluso llegando, más formales, a «¿Cómo está usted?» La película de Bogdanovich ya estaba lastrada en su título para España por la frase de Buggs Bunny que copiaba, pero eso no impedía aprovechar la ocasión para traducir por fin bien esa frase. Pregunta para examen: ¿por qué no se hizo?