15 Feb Qué será eso de ser mediocre
Qué será eso de ser mediocre
Isabel del Val
Una guionista española de cine es nombrada ministra de cultura, hace muchos años, y un columnista de primera categoría y de opiniones políticas contrarias a las del que la ha nombrado, comenta como de pasada, en uno de esos miles de programas con periodistas de la televisión: «Fulanita, que viene de ser guionista, mediocre, por cierto…»
Un novelista de primera que recientemente había ampliado su campo de comentarios en su columna semanal a la música, algo al estilo Cortázar con familiaridades algo presumidas hacia figuras del jazz, y solemnidades a medio camino de lo reverente y lo irreverente hacia la clásica, se ve obligado a comentar algo de Mozart y comienza diciendo: «En la mediocre película Amadeus…»
Un novelista más de primera, si cabe, que el anterior, y con todavía más ínfulas de auténtico y castizo y además haciendo ostentación de tecnófobo, comentaba hace poco que había visto cierta película antigua y añadía de pronto «Su director era mediocre, Mervin LeRoy».
Y cuatro, y cinco y seis, y hasta cien ejemplos podrían ponerse ahora mismo de uso de ese adjetivo, mediocre, casi con las mismas causas y consecuencias que otros adjetivos que se usan en nuestra sociedad, como fascista o madrileño.
¿Qué pasa con ese mediocre que se escupe tan a menudo? Pues, para empezar, que es gratis. Es un adjetivo lo suficientemente «indefinido» (que no tiemblen los gramáticos, hablo de otra cosa) como para que siempre puedas sacar a pasear pruebas de que lo adjetivado con él es en efecto mediocre: faltoso, insatisfactorio, carente de algo, no excelente…
Todo es carente de algo. Todo es no excelente. ¿Que conoces tú algo excelente y afirmas que lo es? Pues yo en dos patadas te lo tiro por el suelo y demuestro que no tiene esto ni aquello, luego excelente no es.
«Pudiera estar bien la película Tal, que se sitúa en tal época y en tal lugar, pero no llega a contar que nosotros también fuimos a ese mismo lugar, y eso la convierte en mediocre» es un modelo, un patrón de este tipo de críticas. Como una narración no lo cuenta todo o, más frecuentemente, no cuenta lo que a mí me parece que debería contar, pues es mala narración. De modo que todas las narraciones (novelas, películas) son mediocres, porque no dejará nunca de haber alguien a quien le parezca que no ha contado todo lo que debería. Los casos y las variantes de esta manifestación tan agria de petulancia (me he pensado mucho si pasarle este asunto a mi compañera Micaela Esgueva) son numerosos, y abarcan desde ese «Sólo cuenta los casos raros» con el que atacaban la serie House los médicos encuestados sobre una serie cuyo protagonista era un médico al que un hospital destinaba a encargarse de los casos raros, hasta ese también modélico «No es posible que un dios como Mozart se riera con esas ridículas carcajadas» que cayó una y otra vez como un bombardeo de saturación sobre… la película dirigida por Milos Forman: y no sobre la obra escrita por Peter Shaffer en la que esta película se basaba (prácticamente fotografiaba), que incluía esas risas igualmente ridículas pero que, porque no lo vieran en el escenario, o porque precisamente fuera escenario (Kyrie Eleison), los calificadores dejaron pasar sin tildar de mediocre. Precisamente, como algunos sabrán, la obra de Shaffer trata la oposición entre genio y mediocridad, de principio a fin. Prácticamente no tiene otro tema, salvo subargumentitos muy episódicos; y el caso es que las últimas palabras del personaje (personaje; no se dice que de la persona real que fue) Salieri son, tras su rabia por no ser genio y tener que trabajarse los buenos resultados, hacia el público: «Yo os absuelvo, mediocres del mundo», con su especie peculiar de locura senil y obsesiva en recuerdo de ese insoportable y frívolo genio juvenil con el que había tenido la mala suerte de convivir. En fin, la obra y la película, cada una a su manera, podían, como todo, gustar o no gustar. La película, a la que se refiere un escritor de primera al que citamos más arriba, era en particular luminosa, brillante de ritmo y luz, con músicas en mayor número y más narrativas que en la obra teatral…, y un argumento discutible, claro, que hacía suya una de las tesis menos apoyadas por los mozartólogos, y unas interpretaciones también discutibles, como siempre, y más cuanto más suspicaz se sea o mala sombra se tenga hacia el oficio de actor: pues muy mal esa forma de coger la copa, en el siglo XVIII nunca se cogía la copa así, con esa postura de codo; o: los saludos por la calle no se hacían con ese ademán, que surgió cuando comenzó el tráfico de automóviles (las chorradas e invenciones al respecto de esto son infinitas). ¿Y qué? ¿Por qué era o es una «película mediocre»? Nunca hubo explicación.
¿Por qué Mervyn LeRoy era un director mediocre? Nunca lo ha explicado ese otro novelista más aún de primera si cabe.
¿Por qué aquella guionista recién nombrada ministra había sido una guionista mediocre? A estas alturas ya sabemos que nunca se explicó ni se explicará.
Porque sí, porque A MÍ me parece mediocre: ¿de verdad estamos en esas coordenadas? No me lo creo; estamos hablando de personas por encima de cierta edad. Se afirma rotundamente y con formas de verdad objetiva que algo o alguien es mediocre. ¿Qué se quiere con esto? ¿Sólo dañar al aludido? ¿O quizás también ese, que tan a menudo nos encontramos, quedar bien con amiguetes, pandillas, opinadores temibles?
De momento, vaya el mediocre por delante, que no compromete a mucho, no te obliga a demostrar nada, y sobre todo te salva de que alguien crea que «eres de esos que» (terrible categorización sobre la que volveremos en el futuro) se han creído Amadeus, oh, unos recién llegados a la música clásica; o «de esos» a los que les gusta El Mago de Oz o Treinta segundos sobre Tokio o cualquiera de las decenas de series B que hizo LeRoy, seguro que entonces Tarkovsky no es para ti; o, en el caso de la guionista española… ¿no serás tú amiguito de esos de la ceja, que no hablaste suficientemente mal de ella?
A ver, que se expliquen, por favor: estamos necesitados de enseñanza, de verdad. Una ya no puede más de intriga. ¿Por qué son mediocres esos mencionados? Que lo expliquen, no es ni una ironía, ni un reto: es una petición. ¿Qué veis vosotros que nosotros no alcanzamos a adivinar?
Qué sé yo: si es que no hay explicación, entonces ese mediocre no es ni una opinión, ni una característica, ni un adjetivo: es un remilgo. O sea una mierda. O sea pacotilla.