¿Se dice «target»?

¿Se dice «target»?

Isabel del Val

 

Hay algo raro en la mezcla de públicos que los periódicos, o quizás también las televisiones, parecen buscar. Junto a noticias que exigen muy claramente conocimientos previos, y no precisamente elementales, sobre no sé qué procedimiento legislativo en el Senado, la decepción de los Caucuses de Iowa, la reducción por compensación de balance por cuenta corriente del PIB de Singapur con el consiguiente riesgo de desestabilización económica de la zona e incluso algo sobre la materia oscura, aparece un titular de igual cuerpo y tipo que parece dirigido a otros grupos de la sociedad, muy lejanos a esos a los que parecen dirigirse los anteriores titulares: «¿Por qué violamos los hombres?», nada menos (Víctor Lapuente, en El País), o cosas como «La mujer merece la igualdad a todos los efectos con el hombre», o «Hay que acabar con la discriminación por raza», o «¿A que no sabías que todavía hay gente en el mundo que pasa hambre?»

Se oyen inmediatamente las voces de ritual (catequético): no osarás suponer que sólo violan los hombres de cierta situación o condición; no hay hombre por avanzado que sea al que no le vengan bien unas buenas espuelas de vez en cuando para que no se olvide de la desigualdad de la mujer; por muy igualitario que te creas, seguro que en dos minutos encontramos de qué diez formas estás colaborando incluso sin tú saberlo a la discriminación por raza; o: tú creerás que no desperdicias comida, pero seguro que sólo con tus sobras comían todos los habitantes de un poblado tutsi. ¿Sabe alguno de estos loros a qué se llamaba -hoy no sé- «jesuitismo», o hay que explicarles que eso de suponer el pecado aun en el visiblemente inocente es sencillamente una estupidez calvinista aparte de un posible delito?

Hay una especie de confusión entre la pretensión de dirigirse a una población que lo es ya de una sociedad avanzada, con muchas generaciones de educación obligatoria y un nivel cultural que en sus expresiones mínimas es ya elevadito, y por eso titulas con expresiones como «materia oscura» o «caucuses», pero al lado mismo tratas a esa misma población como si lo fuera de seres subdesarrollados mentalmente, o quizá simplemente niños a los que es necesario informar de que mujeres y hombres tienen que tener iguales derechos, o que (recuerdos del colegio) son unos privilegiados por venir a este colegio y poder aprender cuando hay niños en (aquí según generaciones: Biafra, Vietnam, Nicaragua, Afganistán, etcétera) que no tienen ni para comer.

Me da a menudo la impresión de que hay mucha melaza caducada entre alzacuellos: como la de esos curas que discutían «como hombres» de tú a tú una inversión en Bolsa o en un inmueble con Fulano, y ahí todo era como si eso se tratara de una relación más de las relaciones digamos normales, pero una hora más tarde ese mismo tipo empezaba a llamar al mismo Fulano «hijo mío»(?) y a mostrar una arrogancia y una superioridad moral que se hubieran hecho merecedores de llevarse un guantazo de no ser por A- el civismo de Fulano, y B- quizás los reflejos de generaciones de no tocar alzacuellos con bípedo adjunto, que te la cargas (ese preguntar sin venir a cuento ¿y tú por qué no dejas de leer esas novelas raras que lees y te dedicas a algo más serio? cuando pillaban a alguien con Fortunata y Jacinta -que ellos no habían leído-).

Habría que informar a los autores de que, en general, una pregunta como «¿Por qué violamos los hombres?»  es, en primer lugar, un insulto de tal calibre que no es fácil discurrir un contraataque, salvo el irse directamente al juzgado a poner una querella (nunca se sabe, pero me parece que de haber sido yo hombre, lo hubiera hecho).  En segundo lugar, de que son muy pocos los hombres que violan. Decir muy pocos es muy insatisfactorio: casi ningún hombre ha violado, viola ni violará nunca en su vida a mujer alguna, ni se lo planteará, ni se sentirá tentado de ello. Y aun así tiene una la sensación de que se queda corta. La tragedia personal que desencadena este delito especialmente aborrecible es inadjetivable, claro, y trae secuelas en cadena que cuesta toda la energía de una vida superar. ¿Y eso qué relación tiene con que ampliemos el campo no ya de sospechosos a todos los hombres, sino, como en ese titular, los hagamos ascender de sospechosos a autores? Se me ocurren de golpe diez o doce contraejemplos muy cercanos en cantidades y cualidades, con el sexo cambiado, cualquiera de los cuales con toda seguridad habrían producido un escándalo mediático y hasta judicial durante meses y años. No se toleraría una expresión similar a esta que nos tuviera a las mujeres como sujeto (y estaría bien que no se tolerara). Pero en la atmósfera actual hay estos desequilibrios, que cada una tiene que preguntarse si está dispuesta a aceptar y reír, o si prefiere ser rigurosa y rechazar.

¿Por qué es este caso tan concreto el que desarrolla la mencionada confusión de públicos que los medios parecen sufrir? Porque una expresión así no vale absolutamente nada entre el público (masculino o femenino) que la va a leer, al ser un público que sabe descifrar frases como la que contiene esa «materia oscura» o las virtudes del último Nobel de literatura: ¿estoy con esto afirmando que las clases alfabetizadas son, yo qué sé, «menos delincuentes» que las menos alfabetizadas? No. Lo que sí sé es que las menos alfabetizadas NO van a leer ese infundio porque está en el medio en el que está, medio definido por el entorno y el conjunto de textos de los que ese texto está rodeado. Y ese texto y otros ejemplos que podríamos poner tienen, calumnia aparte, toda la intención didáctica de un manual parroquial de «Sexo Sano». Las clases alfabetizadas, como las venimos llamando, ya han pasado por eso, parroquial o no, y no puedes dirigirte ahora a ellas con tu arrogancia de púlpito. Si ahí hay algún hombre que va a resultar un violador, lo va a ser a pesar de que ha pasado por todos esos cursillos como los que estos titulares, en su corta variedad, anuncian que son. Y, desde luego, si hablamos de alguien que no lee ni periódicos, no hace falta preguntar ni para qué ese texto y tantos otros.

Textos que por simplistas, infantiles, adánicos, esquemáticos e injuriosos quedan convertidos en simple pacotilla.