15 Nov Ya no cuela, Slavo
Ya no cuela, Slavo
Isabel del Val
«Conclusión: el tamagochi como objeto interpasivo», se lo juro, ese es el título de una de las últimas cosas de Žižek, del que algunos dicen que está desatado como por cosas de la edad; pero al que otros dedican más o menos en la misma proporción ditirambos y denuestos.
Yo le leo todo, porque empecé a hacerlo por motivos inconfesables y pronto me di cuenta de que había que estar al tanto de lo que hacía el tío, como el guardabosques mirando desde lo alto de su torre por encima de las copas del bosque, a ver qué va a querer quemar esta vez. Creo haber entendido algo que al principio me alarmaba, porque tenía yo la sensación de que era la única que entendía eso, y esa sensación es de las que verdaderamente una nunca quiere ni quiso tener, entre otras cosas por lo que me asimilaba a los idiotas salvíficos que van dando sermones por ahí (Comisión Europea incluida, por ejemplo) porque sólo ellos (sólo él o sólo ella) han entendido verdades superiores que los demás no. Pero pronto tuve oportunidad de relajarme y volver a mi vida de contemplación y reflexión normal, entre parapentes, escaladas y libros, porque comencé a oír a mi alrededor el runrún que sólo después de mucho repetirse terminas de aceptar: sí, es cierto, estás oyendo eso, no eres la única, es más, sois muchos, muchos, probablemente más que los que opinan lo contrario: Slavo Žižek es un caradura al que siempre le han reído la gracia, probablemente desde niño, como a Maradona, como a Trump, como al pequeño Nicolás, y nunca ha dado en discurrir que algo que salga por sus orificios pueda ser de, por así decirlo, menor calidad. Y lejos de eso le han aplaudido hasta la desmedida, le han publicitado y le han jaleado hasta el punto de concederle horas y horas de una especie de serie de televisión sobre historia (?) del cine (?) (que por supuesto me vi también de cabo a rabo).
Claro, está muy bien, y en esta web así lo decimos sin cansancio, mirar a lo que hay, lo que hay ahí delante. Mirar y ver y reconocer que ahí hay una piedra, ahí hay unos aficionados futboleros gaditanos que para reírse de su alcalde con ínfulas votan que al estadio se le llame Francisco Franco, que hay tías que siguen diciendo la palabra «tortillera» y que el metro de Barcelona suele estar más sucio que limpio. Si no se acepta eso, sobre qué se va a reflexionar. Y que en efecto hubo, obsérvese el tiempo verbal, un juguetillo (que a una ya la pilló bastante mayor, pero lo vio a su alrededor) llamado tamagochi… que ofrecía una especie de simulación de actividad o de relación…, basta, no hará falta, seguro que el lector lo recuerda. La suerte de Žižek ha sido la de nacer con el ojo suficiente para ver qué estantería del supermercado se quedaba vacía al caer la profecía marxista y toda su escatología, allá por finales del siglo pasado, y ver que, zas, con veloz maniobra, el que se reivindicara heredero recogería ese legado y llenaría él solito toda su estantería.
Pero hereda a un tiempo la vocación (qué aburrimiento de ciudad puritana) de epatar, de lo que creen que es escandalizar (que no suele escandalizar más que a ellos): pues ahora que todo este rollete ha caído (comienza el rápido pizzicato de violines) yo soy marxista, sí, qué pasa, y mi cara serrana lo va diciendo, que soy marxista, que marxista soooooy. Pues muy bien, chaval, di y sé lo que quieras, allá tú, pero no te tires tanto el rollo, que tienes seguidores, como ya sabes, y los vas llevando de aquí para allí, y son un verdadero pestiño post-marxista, y parece que serlo es simplemente decir y hablar de cualquier cosa y de cualquier modo, pero metiendo cada cuatro o cinco líneas o frases una mención a «otro que hace el trabajo en mi lugar», y no digamos cuando por fin suenan los trombones y se cita a Lacan.
Žižek, muchacho, eres un pesado. Tu excesivo éxito de cincuentón en las aulas te ha hecho desenfocar. Eres ingeniosillo, ya lo sabes, y te inventas o reinventas palabrejas (mucho mejores y mucho más divertidas que ese Lacan al que no te haría falta recurrir, eso de forclusión merece llantos) como esa de «interpasividad» para oponer a «interactividad», y estabas graciosete, como miope y abstraído y pronunciando horrorosamente el inglés en aquella serie de televisión. Y está bien que publiques todo lo que quieras… Pero deja de comportarte ya, por favor, como si los demás fuéramos idiotas y pre-marxistas. No nos escandaliza desde los años cincuenta que un libro se titule «En defensa de la intolerancia», no creas que eso te califica como valeroso revolucionario (pero no parece que tengas cerca gentes que se atrevan a decírtelo).
Sobre todo, deja de joder al personal con cosas como «El principal problema de la actual post-política, en definitiva, es que es fundamentalmente interpasiva». ¿Creías que a continuación te íbamos a preguntar más y más que qué quieres decir con eso?