Las pistolas matarán el drama

Las pistolas matarán el drama

Micaela Esgueva

 

Después de la cosa más de aula que hicimos las semanas anteriores, me apetecía tratar algo que me preocupa como cinéfila desde hace muchos años. Y como cinéfila, pedí permiso a mis compañeros Veedores, porque es un asunto que casi debería tratarse en su sección. Y las palabrotas con las que me han dado ese permiso no las voy a poner aquí, que es horario infantil. Pero oye, la cortesía institucional o eso.

Enciendo la tele, una vez cumplidos todos los deberes, para retozar lo posible entre series y películas, y voy zapeando y me encuentro en sucesivos canales: CSI Nueva York, Ley y Orden, Ley y Orden Unidad de Víctimas especiales, FBI nosequé más, CSI Las Vegas, El mentalista, Magnum, Mentes criminales: conducta sospechosa (o algo así), NYPD, The Rookie y otras diez o doce más en la misma hora o en horas contiguas.

Entonces recuerdo a Joan Cusack.

En la comedia In and Out, Joan Cusack, cansada de buscar novio por los bares vestida de novia, tras ser abandonada en el altar por el suyo, y después de recibir decenas de motivadas negativas, sale a un cruce de carreteras nocturno, mira al cielo y grita al cosmos: «¡¿Pero es que todo el mundo es gay?!»

No sólo el otro día, sino muchas veces en cientos de días anteriores me he preguntado algo parecido: ¿Pero es que las series americanas son o de policías o de familias que aprenden? También: ¿Pero es que no saben resolver las cosas más que a tiros?

Y por supuesto, siendo españoles, y respirando y nadando cotidianamente en el cieno propagandístico en el que respiramos y nadamos, el primer reflejo es pensar que eso hay que preguntárselo de la sociedad estadounidense; pero, serenados los cinéfilos ánimos, recuperemos la cordura y limitémonos a lo que conocemos: los guionistas de las series. Se diría de estos que, así como no saben de Darwin más que dos o tres gilipolleces equivocadas, y de Einstein una, pero igualmente equivocada, y así una cosa tras otra de las que probablemente definen, como decían en The Big Bang Theory, «el vivo testimonio del fracaso del sistema escolar estadounidense», en cuanto a lo que quizá les sería más exigible, que es teoría del drama con todas sus ramificaciones, tampoco están muy puestos. O, por lo menos, en necesidades de la industria del drama: que lo que es yo no pierdo anillo alguno por rebajar mis exigencias hasta ahí. Seguro que el lector ya ha caído más de una vez: cuando la situación entre los personajes se pone interesante, cuando es inevitable el conflicto, y el cruce de golpes (de entrada verbales, y ya veremos qué más) se hace apetecible, y cuando se adivina que se aproxima el momento de aprender de Hamlet o de Fuenteovejuna, en ese momento uno de los personajes, o dos, o quince si se trata de policías y el antagonista es una ancianilla semiciega, sacan sus pistolas y con postura y ademanes quizá algo excesivamente estereotipados apuntan, rodean, amenazan, quitan seguros, amartillan percutores y gritan cosas como al suelo, al suelo, o las manos donde yo las vea, más arriba, más arriba (y el otro, que tiene los brazos escayolados, intenta enseñar sus escayolas pero no funciona); o, si la cosa se había puesto todavía más de hablar, lo que sucede directamente es que se lían a tiros, habitualmente como digo diez o doce contra un joven (negro) que volvía del colegio con sospechosa mochila, o contra niño de nueve años disfrazado con amenazador bigote que vuelve del Halloween, qué sé yo: rara vez contra un igual. ¿Y os habéis fijado en qué cantidad de veces cuando un tío ya está inmovilizado en el suelo con tres o cuatro armarios encima (quiero decir tíos de dos metros) salen policías como de entre los adoquines hasta completar números medievales, como doscientos, o mil, y todos, todos apuntan con sus pistolas al inmovilizado?

Bueno, es tan frecuente, lleva tantos años pasando eso en las teleseries y en las películas, que sólo se puede decir, para empezar, que es un aburrimiento del calibre más gordo. Me produce un tedio insuperable cuando veo interesada alguna serie pero ya, madurez obliga, adivino que se acerca el momento de joder el drama… sacando las pistolitas.

En lugar de hacer lo que haría cualquier persona decente, que es liarse a insultos, a pelearse lealmente, a lo que sea que pida la acción, a lo que hacía Hamlet con la petarda de su madre y el morrales de su padrastro, a lo que hace Liz Taylor con Paul Newman cuando llama cuellicortos a los sobrinos de este, a enredarse como se enredan Robert Redford y Natalie Wood en Propiedad condenada cuando una tira y el otro afloja, y luego al revés, en lugar de enfrentar a dos personas mejor o peor, y localizar un conflicto entre las personas al que puedes dar vueltas a ver si aprendes y si aprenden los demás a tratar con él, pues hacen… como si después de la primera mirada, recién llegado de otra ciudad, de Robert Redford a Natalie Wood (mirada por cierto nada lasciva, sino más bien al contrario: qué niñata más tonta y consentida, parece decir) pues esta gritara «Me molesta, este hombre me está incomodando»  (que es más bien la fórmula), y cualquiera de los diez o doce huéspedes de la pensión sacaran sus pistolas, se pusieran en círculo alrededor de Redford y tras un par de al suelo al suelo, se decidieran a darle al gatillo y ya está, ni drama ni hostias, obra acabada a los cinco minutos de empezar: y con ella hemos aprendido…nada, y nos hemos entretenido menos.

Hay una serie de las rarillas, de hace como ocho o diez años, europea y coproducción, que gira alrededor de un grupo de unos seis policías cada uno de un país, y no recuerdo si mencionan europol pero por ahí se anda. Resuelven sus casos o no, se pelean, todo eso que suele haber en las series. Creo que es en la segunda temporada cuando se descubre que uno de ellos tiene cierta relación con un o una policía de Nueva York, y por algo de la delincuencia internacional allí tienen que ir unos cuantos de los europeos. Hay un gracioso contraste, seguro que completamente deliberado, cuando alguien les da un soplo, y salen de la comisaría muchos policías neoyorquinos, armados hasta los dientes, y los europeos con ellos y sin armas: «¿No cogéis las armas?», les pregunta un americano. «No, ¿por qué? Es para interrogar a un testigo, ¿no?» (o algo así: no para resolver un asalto a un banco o un motín en una prisión). «Pues por eso», dice el americano. Los europeos se miran, como sorprendidos, y uno responde: «Nosotros lo resolvemos sin pegar tiros». Y ahí se queda la cosa, unos pensando que los otros son idiotas ingenuos, y los otros pensando que los unos son unos pistoleros desmadrados. Creo que expresa algo de lo que quiero decir. Recuerdo también, pero más vagamente, que se trata el mismo asunto en alguna otra película o alguna otra serie, quizá al contrario: el americano en Europa. El colmo es una película larga más reciente, de 2008, protagonizada por Dennis Quaid, Sigourney Weaver y otros de ese club, o sea nada serie B ni planteamientos humildes, situada nada menos que en Salamanca, España, durante una visita con mitin (?) del presidente de EE.UU en la Plaza Mayor. Una Salamanca peculiar, con calles de tierra, llenas de puestos de fríjoles, sombreros de ala anchísima, muchas, muchas gallinas cruzando de acá para allá, e innumerables carros tirados por burros con niño adjunto muy moreno vestido con miniguayabera y pantalones pirata blancos. Ahí, alguien atenta contra el presidente americano, y en el lío que se forma, el servicio secreto (americano) se lía a tiros por la ciudad con unos y con otros, y el clímax es la escena en la que Dennis Quaid detiene un Peugeot 405 rojo o coche parecido (lo del coche bien: te sitúa NO en EE.UU.; pero…), pone la pistola en la cara del conductor (que tiene pinta de viajante de vinos de Peñafiel pero en Guanajuato), le enseña una especie de placa, y le dice: servicio secreto, necesito su coche. Y va el otro y se lo da. ¿Se imagina algún lector que un español, viajante de vinos o no, va a entregar su Peugeot a un acelerado que ni sabe hablar español, en plena Salamanca, al grito de este de «servicio secreto»? ¿Hará falta que ponga yo aquí las mil respuestas que a todos se nos ocurren que se va a llevar ese pelagatos con placa, las referencias al coche de su señor padre o su señora abuela?

Ah, pero el tío… tiene una pistola.

Así cualquiera.

Lo que si tengo claro a estas alturas es que si en cuanto hay un desacuerdo entre dos personas, o una tiene algo que la otra quiere y esta no se lo da o, en fin, todo eso que da origen al drama, uno mata al otro, pues qué fácil para el que queda vivo, pero que así no son las cosas en la realidad; y qué fácil para los guionistas medio cocinados, que así cobran su pasta sin tener que estrujarse las meninges.

Un aburrimiento, oye.

Desde luego, ya sabemos que aunque no toda la sociedad estadounidense es eso, lo que sí que sucede es que cuando hay asuntos de delincuencia a menudo esta tiene un nivel de violencia que aquí ni lo sueña el más delincuente, y que los policías entonces van preparados para eso, etcétera. Pero entonces eso es una realidad cuya representación dramática está a punto de no interesarnos en absoluto, porque un poco más que evolucione y sólo va a proporcionar al guionista, si es que este juega a la veracidad, automatismos como de chiste: uno que dice sí, otro que dice no, y entonces el uno le pega un tiro al otro por el desacuerdo: qué puede haber más aburrido.

Y, sin embargo, lo venden como entretenimiento y algunas series, de modo muy visible, como modelo (moral, de conducta, de sociedad). Y no son pocas las escenas, en casi todas, en las que alguno lo pronuncia: «este cuerpo de policía es el mejor del mundo…» No sé yo: la policía que se lía a tiros con un abuelo que ha robado unos chicles en un kiosco a lo mejor no es tan buena.