01 Abr Los valores son de los deportistas (y los demás somos chusma)
Los valores son de los deportistas (y los demás somos chusma)
Micaela Esgueva
Aceptemos que a veces hay petulantes que no son ruines. No sé si será el caso de todos los que vamos a ver a continuación, pero desde luego lo parece en ocasiones: los simplones, infantiles e inexpertos deportistas cuando se ponen a hablar.
El pasado febrero, por motivos desconocidos, un diario nacional incluía un pequeño video en el que la muy aplaudida Ona Carbonell añadía su aportación a una campaña de lectura (creo que más bien de compra) de prensa diaria. Y decía: » El periodismo es esencial porque así toda España y todo el mundo puede conocer nuestras historias, nuestros valores. Nuestra vida.»
¿Cómo? Habíamos leído mal. Estaba en titular escrito previo al vídeo. Pero seguro que el vídeo también lo habíamos oído mal. Lo volví a poner. Y era eso: «…para que puedan conocer nuestra vida». Y continuaba con la retahíla habitual: el sacrificio, el esfuerzo, etcétera, y remataba como todos, ascendiendo a muchos pisos más arriba: «…Nuestros Valores».
¿El periodismo es esencial… por eso? ¿Por conocer los valores apenas desarrollados más allá de un nivel y una mentalidad de primaria de los deportistas? ¿Por conocer la aburrida, rutinaria, esclavizada y la mayoría de las veces inútil y egocéntrica vida de los deportistas?
De pronto recordé cuántas veces había visto entre modorras de sobremesa, en la tele, a deportistas más o menos amateurs, empeñados ahora en denominarse muchos de ellos runners, quejarse ante el reportero de que había acudido poca gente a las aceras de la ciudad a animarles en su carrera. «Que vengan más, que nos animen, vamos, ¡vamos!, ¡que nos animen!» ¿Por qué hay que animarles? ¿Me anima alguien a mí cuando acabo, o más bien cuando estoy sumergida de lleno en los libros de contabilidad de mis clientes? ¡Y eso que lo mío es para comer, no por afición de tiempo libre!
¡Ah! Pero es que cuando es profesional también hay que animarles. Satisfechos, después de dos horas de gritos infrahumanos en su favor, o en favor de sus rivales, o contra el árbitro, pero satisfechos, se enfrentan al entrevistador de urgencia a la entrada de los vestuarios. Y a menudo lo sueltan: ¿qué tenéis que decir a los que os han pitado desde la grada? Pues que han sido muchas horas de entreno, mucho sacrificio, mucho esfuerzo, para que ahora nos lo paguen así. Habremos perdido, no te digo que no, pero otra cosa es que no nos reconozcan el esfuerzo y los valores de este club que hemos puesto a la vista.
En fin, para qué seguir. El lector conocerá de qué le estoy hablando, porque lo ha presenciado él mismo, o no lo conocerá en absoluto (esas cosas pasan) porque no ha visto nunca nada de deportes en la tele, ni cosas afines, y entonces no servirá nada de lo que yo diga.
Los deportistas profesionales pueden merecer este o aquel aplauso (o algunos de ellos) por esta o aquella causa. No quiero hacer demagogia, pero como decía el personaje de Robert De Niro en su película, «Héroe mi padre, que estuvo 45 años conduciendo un autobús por Nueva York». Pero bueno, vale, ya desde Olimpia y esas cosas. Lo que sucede es que desde hace ya varias generaciones muchos de ellos se han metido a hacer deporte en tiernas edades (o los han metido sus papás, que da lo mismo) no por gusto o placer o afición a ese deporte, sino por búsqueda y codicia de notoriedad y aplauso. Tampoco tengo mucho que decir de esto, creo, porque allá cada cual con sus motivos. El caso es que prácticamente todos los que llegan a profesionales (cuidado: no a los 28 o 30 años, sino a los 18 o 20, la diferencia no es trivial) llegan porque a los 10 u 11 o como mucho 12 años han sido apartados de un camino de los varios y diversos caminos, admitamos el adjetivo ahora, normales para la educación de un ciudadano de nuestra sociedad. Tanto en lo cultural como en lo demás, desde esos 11 años van por otro lado, oyen otras cosas, les piden otros resultados, les perdonan cosas que a ninguno de todos los demás se les perdonan y, sobre todo, les niegan el conocimiento de lo que es habitual, frecuente, normal y modal (de norma y moda estadísticas) entre las gentes de su edad y además entre todas las gentes de su sociedad: conocimientos, cultura, desarrollo de la inteligencia, experiencias afectivas y emocionales, aprendizajes emocionales, contraste y convivencia con iguales y con discrepantes… Ah, amiguitos deportistas de 14, 15 y 16 años: sí, estamos hablando de eso de lo que luego habláis tanto, sí: valores.
Siempre me he preguntado, y luego he preguntado a otros, y nunca me ha contestado nadie, si es que los instructores y entrenadores adiestran a los jóvenes deportistas orfanificados de sociedad en la repetición de la expresión «nuestros valores» como forma de compensar precisamente el apartamiento al que han sometido a sus instruidos o entrenados de las cosas de la sociedad a las que tendrían que estar accediendo, y de las que tendrían que estar aprendiendo, como todos los demás de su edad, si es que no hubieran tenido la mala suerte de mostrar talento para la natación o para el toque de balón o para la barra de equilibrios a esa edad tan inadecuadamente temprana a la que lo mostraron.
Ya, pero qué quieres, es que si se desea llegar a algo en el mundo hipercompetitivo del deporte profesional de hoy tienes que empezar a esas edades. ¿Y es necesario o es inevitable o es tolerable que para llegar a ese «algo» se coja a los jovencitos (muy jovencitos) y se les tuerza tan tempranamente para apartarles de sus iguales, y de los conocimientos y del civismo generales considerados elementales para, digámoslo de modo crudo, poder ser un votante?
Y de ahí a lo de «la prensa es necesaria para que conozcan NUESTRA vida» no hay ni un paso: qué vida va a ser más interesante que la nuestra, más ilustrativa, más virtuosa, más sufriente, más ejemplar. Eso es petulancia en frío. Quiero mantener esa precaución, como se ve: les concedo que sea en frío (a algunos no, porque combaten con esa patraña como cruzados).
Y así echan a volar. Así los abandonan cuando crecen de más. Unos pocos, muy pocos, han sabido ver lo que estaba sucediendo, o han tenido familias ágiles e inteligentes, y han compensado la deficiencia de su vida producida por meterse a deportistas, y les han obligado a estudiar o a conocer otras vidas y otros oficios y otros… «valores»; pero oyendo a los deportistas se diría que desconocen que fuera del deporte haya oportunidad alguna para vivir el esfuerzo o el sacrificio o el dolor; aquí es cuando una empieza a cabrearse, y por eso corto.
No sé cómo se podría hacer para corregir esta aberración: tenemos unos individuos de amplia notoriedad y, en ciertos ámbitos y momentos, muy influyentes, a los que se les da tribuna para que se pongan a hablar de lo que les apetezca o, muy principal y provocadamente, de valores, individuos a los cuales se les ha negado cualquier sustituto válido de la educación y el desarrollo personales propios de sus iguales en la sociedad; pero creen poder instruir a estos y a todos los demás en lo que ellos mismos no han sido instruidos.
A lo mejor un plan ADO de desasnar a los profesionales del deporte, brillantísimos todo lo que se quiera, sí, pero tantos de ellos asnos, podría ponerse en práctica.
Y eso que no hemos entrado en lo de las entrenadoras antiguas de la Gimnasia Antiguamente Llamada Rítmica, porque algunas de sus víctimas nos duelen de más.
EPÍLOGO SEDANTE TRAS LA TORMENTA: Al día siguiente, en ese mismo espacio periodístico, aparecía la famosa jugadora de fútbol Verónica Boquete, que es además colaboradora habitual de ese medio, y afirmaba: «El periodismo es nuestra conexión con la realidad», sin dejar a lugar dudas de que se refería a lo contrario de la pobre y desorientada Ona. Un aplauso para Verónica. A lo mejor no debemos enterrar toda esperanza.