Petulantes por herencia

Petulantes por herencia

Micaela Esgueva

 

Siempre me ha llamado mucho la atención esa cosa rara que a menudo los anglosajones semicultos o más bien semipolitizados han esgrimido viniendo o no viniendo a cuento: una especie de choteo degradado, algo argentino, racista, hacia lo español. Pero no hacia la coplilla estridente, o hacia los dramas de pedernal y botijo, o hacia el «ajo», sino hacia lo mejor español, lo más defendible y hasta reconocido. Yo, que no sigo demasiado el fútbol, todavía recuerdo aquel invento del tiki-taka y el éxito que obtuvo en un Mundial y dos Eurocopas contiguos, y la admiración que causó como invento en un mundo en el que ya no se podía inventar nada, digamos…, salvo en el caso de mil y un comentaristas británicos (alguno no) que lo tildaban y lo tildaron directamente de soporífero, antifútbol y propio del sur. Qué les habrá dado quién a todos esos con lo del Sur. Y este es un caso casi humorístico y trivial, que es sólo reflejo de lo que hacen igualmente con muchos asuntos más importantes, a veces serios y con consecuencias inmediatas para la vida de las gentes, y a veces igualmente serios pero menos, digamos, prácticos a efectos de vida cotidiana aunque irritantes y torpes en el mundo de lo cultural: el invento del acrónimo PIGS, si no recuerdo mal allá por el 2008 o poco antes, y por supuesto esa que ya no sé si habrá que considerar obsesión compulsiva de referirse a una «inquisición española» casi como inventora de la crueldad en el planeta, una «conquista» y unos «conquistadores» casi como inventores de la ferocidad bélica y una explotación colonial (nunca dicen virreinal, tampoco hace falta) casi como si hubiera sido la invención de la explotación. Lo cierto es que desde hace más o menos un siglo o quizás ochenta años, esos «hispanistas» de las universidades inglesas empezaron a corregir estas ideas y muy pronto fueron ellos los campeones de la ecuanimidad historiográfica; pero a estos los leen y los siguen cuatro gatos (así en el Reino Unido como en España), y la cultura popular, que a ciertos efectos es lo que cuenta, no se ha dejado en absoluto seducir por la verdad de las cosas, y sigue y sigue y sigue dale que te pego con los tópicos degradantes, y con su petulancia de raza y de cultura superior.

Aparte de ignorar con toda esa petulancia sencillas realidades históricas más menudas, quizá, pero numerosas, incluso actuales, y caer en mezquindades de modalidad belga como la de dar asilo a miembros de ETA como para protegerlos del Leviatán español (mientras a sus equivalentes británicos los hacían picadillo en sus comisarías, eso sí), parecen padecer una especial patología con la época que entre ellos llaman «isabelina», que se corresponde más o menos con nuestro Felipe II y el comienzo de nuestro Siglo de Oro.

Es difícil de creer que en épocas tan tempranas como los años 30 del siglo XX hicieran películas en que se narrara cualquier suceso de esas épocas con un mínimo de seso. Mostraban embajadores españoles que parecían seres a medio camino de un ternero con dos cabezas y un afeminado wedding planner de película de los 90. Pero es igualmente difícil de creer que en épocas tan cercanas a la nuestra como 1998 y luego 2007 se insistiera, a despecho de lo que los mismos historiadores británicos estaban ya afirmando con contundencia, en la bondad virginal de esa reina Isabel (que era bueeeeena, como Junqueras, pero ordenó que le cortaran la cabeza a su prima sólo para que no molestara), en la maldad negra de esos Spaniards desdentados y brutales, y no digamos ya en el pus hecho hombre en la persona de un Felipe II de España interpretado por Jordi Mollá como cojo y semijorobado, tartamudo y babeante, un auténtico Gollum que parece imitación casi de fotocopia del Señor de los Anillos. ¿A estas alturas, insistir en esas tonterías? Ya dijo algún colega por aquí hace poco que a estos anglos parecen faltarles algunas clases simplemente de secundaria, sin pedir mayores niveles.

De modo que es casi una redundancia poner en un mismo párrafo británicos y petulantes, como ya sabemos; pero ahora nos interesa un detallito en particular que, hablando de historiografía y esas cosas, no es muy conocido, y debo admitir que tampoco sé si muchos lo conocían hasta hace poco.

Uno de los motivos de mayores guasas británicas incongruentes ha sido el capítulo de la piratería contra las flotas españolas que venían de América. Digo lo de incongruentes, por si alguien no lo ve, porque meter como hacen ellos en un mismo párrafo el sermoncito moral sobre la conquista cruel, los derechos de los pueblos (concepto que por cierto se inventó y se desarrolló desde la nada en la España de aquella época) y la maldad latina, y a continuación regodearse en su capacidad de robo y asalto de esas riquezas extraídas según ellos inmoralmente, pero no inmoralmente disfrutadas por ellos cuando las robaban, es por lo menos algo que no casa muy bien. Pero tampoco vamos a ponernos tiquismiquis. O sí, ¿verdad?, que es a lo que estamos.

De modo que además de todas esas fábulas angloonanistas de los españoles inquisidores e intolerantes y crueles, añaden las cosas del robo de las minas, y a todo eso lo de la incompetencia para defender las flotas que traían a Europa la plata porque es así como ellos podían asaltar estas flotas y dejar al Spaniard hecho polvo. Pero hoy hay cifras precisas, que Fernando Martínez Laínez ofrece en su último libro y que, como con casi todo lo demás, deja lo dicho y reído hasta hoy convertido en nada: por ejemplo, entre 1540 y 1650 (pleno periodo isabelino, el pirata cortesano Drake y todo eso), hubo 11.000 transportes de oro y plata de América a la Península. Se perdieron 519 por tormentas, y los ingleses asaltaron con éxito 107.

107 de 11.000 en todo un siglo. A ver si va a resultar que era un cuento incluso aquello de Rules The Waves. Su superior pericia y conocimiento les ofreció capturar algo menos del 1%, menos de un barco al año. Y ahora mismo, para más desconcierto, por fin se sacan a la luz restos y restos de la muy oscurecida Contraarmada, la del intento de invasión de España por Coruña, lo de cuando María Pita y todo eso. ¿Que no se sabe muy bien de qué estoy hablando?