PROTOCOLOS, IMPRESOS, TRIAJES

PROTOCOLOS, IMPRESOS, TRIAJES

Micaela Esgueva

El mejor sistema sanitario del mundo, decían algunos. Los mejores médicos del mundo, decían a veces los mismos y a veces otros. La mejor seguridad social del mundo, continuaban. Y así, como barceloneses hablando del 92 hasta el infinito: no existía más mundo que ese, y el que osara discutirlo caería bajo la acusación de lesa patria, lesa seguridad social o leso loquefuera, pero leso algo en cualquier caso.

Mientras, entre gentes como los de las grandes ciudades, incluso muy de izquierdas, no había ni que discutirlo: si, los hospitales de la seguridad social molan, pero si quieres evitarte las colas hazte de una sociedad médica. Estas sociedades tienen sus hospitales, no todos pequeñitos por cierto, y muchos compartidos entre varias sociedades, y la cita para la alergia del niño que te daban para dentro de 45 días en la seguridad social en cualquiera de estos hospitales te la daban para el viernes de esta misma semana.

Por no hablar de la parte administrativa. Pruebe el dios Mercurio, que es el del ramo, a hacer papeles para la jubilación, o para una baja o para la cosa más simple que se le ocurra.

Todos arrogantes: nosotros, los ciudadanos, por ser los ciudadanos de ese país con «la mejor etcétera»; los administradores (la mitad provisionales=políticos; la otra mitad llevados por la inercia=funcionarios), por ser los administradores de «la mejor etcétera». Y por último los autodenominados «profesionales sanitarios» a falta de eufemismo más cursi (o sea, médicos y enfermeros), por ser los sufrientes profesionales sobre los que recaía y recae todo el esfuerzo verdadero de ese «mejor etcétera»: los que al final, con todas las excusas del mundo (nos mandan demasiados pacientes, nuestras autoridades no están sabiendo hacerlo, contratan a pocos de los nuestros, y así hasta mil) llevan desde antes de la crisis del Covid-19 eligiendo, y desde la crisis mucho más todavía, a quién «merece la pena atender» y a quién no. Quién no cumple sus medidas de edad, enfermedades anteriores o… vaya usted a saber qué más, para pasar a cuidados intensivos o ya descartarlo a paliativos. Pero, eso sí, aceptando muy bien aplausos a las 8 de la tarde.

Todos arrogantes, desde los usuarios hasta el último profesional, pasando por los administradores y administrativos, tratando con petulancia a quien se atreviera a cuestionar lo más mínimo del sistema, de su diseño general, de sus detalles o de sus resultados. Y con el pico de la crisis supuestamente pasado, aunque sufriendo una especie de segunda oleada, a las 20 horas de ingresada una mujer de 92 años, y no por Covid sino por otras causas, todavía no daban información de su estado, ni por supuesto dejaban hacerle compañía, e incluso su localización exacta era objeto de dudas.

Aunque sólo hubiera habido un caso, eso ya pondría en cuestión el sistema. Pero no ha sido sólo uno.

Unos protocolos ruines, de tipo chino, despectivos hacia las realidades individuales y sólo atentos a los problemas de orden general y numérico, al beneficio de un estado o de unas ruines comunidades autónomas gobernadas por unos ruines partidos políticos ya inservibles, así lo han determinado.