Sí, claro, hasta resucitar al bisabuelo

Sí, claro, hasta resucitar al bisabuelo

Micaela Esgueva

Es el comienzo de la película titulada 303, del director austriaco Hans Weingartner. La protagonista, una joven interpretada por Mala Emde, se enfrenta a su último examen de Biología en la Universidad de Berlín. El tribunalito de tres profesores le pregunta por el ciclo de los citratos, y ella, que por otro lado parece competente, en un momento dado se atasca y, con una sencillez, una sonrisa y una ingenuidad que derretirían la Antártida, responde: «Bueno, en el fondo no importa, cuando lo necesite en la profesión, podré consultarlo aquí». Y levanta en el aire su smartphone. Los profes, claro, se miran algo apesadumbrados, y el principal le contesta con más tristeza que acritud: «Bueno, pues este examen lo suspende, y si la cosa es así póngase a trabajar en Google».

Lo bonito, y creo que lo significativo de la escena, es que ni ella ni ellos son guerreros de causa alguna, ni sacan bayonetas ni obuses para marcar su posición. Hay una suavidad y una fluidez en todo ello que es, precisamente, lo que acaba acojonando. Hay una arrogancia de las tecnologías de la comunicación que ya se ha naturalizado hasta el punto de no necesitar formas de arrogancia.

Fuera de esa escena, en el resto del mundo, hay que cuidarse mucho, porque es fácil caer en alguno de los bandos en combate. Nuestra postura es que es mejor pensar si quizás ese combate no es tan necesario. La joven del examen en el fondo tiene razón. Consultar ese smartphone en el laboratorio de su hipotético futuro sería lo mismo que se está haciendo ahora (bueno, ahora ya se consultan los smartphones, quiero decir: sería lo mismo que se estaba haciendo hasta ahora) cuando se consulta la Espasa (es un decir) o el Strasburger de Botánica o el Brock, de Microbiología, o cualquier librazo o tochazo de esos que en todas las ciencias ha venido habiendo a modo de vademécum y de consulta rápida del dato perdido tontamente (ya os tenemos advertidos que los de por aquí hemos estudiado muchas cosas muy raras).

Los defensores razonables de la postura de la muchacha de la película aluden a la velocidad de acceso a los datos a través de estos dispositivos tecnológicos y a algo así como «la liberación de espacio en el disco duro cerebral», en un evidente símil que quizá no aguantara todo el análisis, cuando se deja uno de memorizar esas cosas: como que tuvieran muy claro que si se memorizan esas cosas se está dificultando al cerebro para hacer otras, o para memorizar otras, o para realizar ciertas funciones. Descartamos a los fanáticos, por supuesto, y hablamos sólo de los defensores razonables, como hemos dicho: pues yo no sé; creo que hasta la fecha nadie me ha conseguido demostrar que esa «liberación de espacio» se produce y el cerebro funciona algo así como más liviano. Pero quedo a la expectativa, oye, vete tú a saber si en un futuro próximo alguien me lo demuestra.

Lo que sucede, por el contrario, es que lo que sí está demostrado es que los ejercicios de memorización (sobre todo los de memorización comprensiva o funcional, que es una categoría que con este nombre nos inventamos nosotros; es decir: no memorización de listas de nombres, sino de procesos) proporcionan a muchas otras funciones cerebrales una especie de entrenamiento indirecto que se puede constatar y se ha constatado en multitud de exámenes y tests. Naturalmente, de aquí a convertirse en un fanático de la memorización a toda costa y anti-tecnologías hay poca distancia, que hay que cuidarse también de no salvar. El caso es que ¡no habremos conocido de veinte años a esta parte fanáticos de la memorización que llegaban al absurdo, sólo porque ocultaban con ello que en realidad eran tecnófobos!

Bueno, me gusta esa escena de 303 porque es honesta: pinta una realidad que tenemos delante de los ojos en la actualidad. Y nos llama a cuidarnos de extremar nuestras posturas, porque ambos lados tienen buena defensa.

Además porque nos advierte sobre un sofisma que se impone (¿o imponen quizá los vendedores de tecnología?) como a la chita callando: una cosa es que en efecto la muchacha tenga razón y que en su futuro profesional pueda utilizar esos métodos de acceso rápido a datos, y otra muy diferente es que en su actualidad de alumna sea conveniente adiestrar los procesos mentales relacionados con la profesión de otro modo que en el mero consultar el aparato, entre otras cosas para que en ese futuro le sea más fácil acceder a esos datos sabiendo conceptualizarlos y denominarlos con precisión. Y, que yo sepa, ninguno de los que participan en estas discusiones han mencionado esto nunca.

Pero, en definitiva, ¿de qué estoy hablando? De las industrias de las tecnologías de consumo de la información y la comunicación. Mientras escribo esto, hasta prometen en un anuncio de televisión que te van a diagnosticar un infarto poniendo la cámara de tu smartphone ante tu iris.

¿Es eso arrogancia o no lo es? ¿Podrán los smartphones resucitar a nuestros ancestros?