Virus y depresión

Virus y depresión

Micaela Esgueva

 

«(…) petulancia, arrogancia, ruindad (…)», David Hume, Mi vida

 

Hay un periodismo que le habla a la gente de lo magnífico que es él mismo, de lo mal que va todo, incluso lo que va bien pero los demás no hemos sabido mirar. De lo arriesgado que es el bienestar o el simple mediano pasar, porque puede romperse o desvanecerse: siempre hay población «en riesgo de pobreza»: toda; ¿eso convierte en noticia que cierto grupo o subgrupo también lo estén?

Hay un periodismo en busca de tierras libres como Oklahoma donde plantar su tipi y proclamar su marquesado: por fin encontré un tema y lo voy a hacer mío y no me voy a salir de él y voy a subir una ceja y estirar mi mejor sonrisita de miembro de la Academia cuando otro intente tratarlo. Hay periodistas enseñados al bies en aquello de good news, no news, de modo que solo bad news is news. ¡Pero son ellos y no otros los mediadores, un respeto! Y con esa barbilla demasiado alta y ese excesivo enojo al contestar, ese afán por conducir cualquier tema a ese que han elegido para prosperar, suyo, propio y único que manejan con aparente soltura, reparten aprobados y condenas, ellos creen que a la población pero resulta al final que solo a colegas suyos, que hacen lo mismo por su parte.

Pero todo lo hacen a ojos del público. Este a menudo cree que todo el periodismo es periodismo, entre otras cosas porque ni tiene tiempo ni le interesa reflexionar sobre el asunto. Hay, ante cualquier producto o subproducto periodístico, un reflejo de la familia de la suspensión de la incredulidad ante el arte dramático: de entrada, como primera reacción, si algo aparece en un titular bien grueso o es gritado con suficiente volumen, será verdad (por no hablar de las afiliaciones muy del estilo de las apariciones de El Escorial: si lo dice Fulano, será verdad). Este periodismo que en ocasiones parece que lo va a conquistar todo, que va a eliminar al otro periodismo, juega con ello calculada o intuitivamente, onanista, hace caja y suma, y sigue.

Sí, por si os lo estáis preguntando: desde febrero de 2020 han pasado más cosas que una epidemia. Han nacido niños, otros han aprendido a andar o a leer, y muchas personas han vivido y han seguido viviendo y poco a poco los parques han vuelto a ser paseados, y las playas han vuelto a ser ocupadas, y las familias han ido al prado junto al río con las tarteras, y los restaurantes especializados en croquetas han vuelto a servir croquetas.

Durante algunas semanas pareció que nunca más persona alguna volvería a pasear por un rompeolas o a tomarse un café en la terraza frente a las cumbres. Pero, precisamente, lo PARECIÓ porque no dieron otra cosa a nuestra lectura o a nuestra pantalla más que esa bad new permanente de tan fácil acomodo y tan sencillo cultivo. Como si no se hubieran enterado de que había más mundo y más vida y más asuntos que el maldito virus. Nada hay más aburrido, más triste y más criminal que el periodismo militante, siempre pedante y ruin. La arrogancia, en efecto, se le ha unido en el control del monotema sanitario: nadie como ellos.

¿La depresión ha sido secuela del virus maldito o del informador ruin?