Así que otra ley de educación

Así que otra ley de educación

Miguel del Rincón

Qué pesados, qué plastas, qué tediosos. Ah, claro, es verdad: qué rutinarios.

Una ley más. Otra más. Pero, ¿qué les pasa? ¿No se dan cuenta del ridículo que hacen?

No es posible que crean que una ley básica, como lo es una orgánica de la educación, puede servir de algo si no se ha confeccionado y aprobado con el asentimiento de todos: como mínimo, con el asentimiento de todos los que cuentan, y he aquí el problema. Decidir quién cuenta y quién no. Es decir: no es posible que crean que pueden sacar una ley orgánica de la educación sin haber aquilatado antes muy pero que muy bien quién cuenta y quién no en el mundo de la educación. Una vez estudiado esto, y decidido, y convocados los que cuentan, el acuerdo general de estos es el que podrá, quizás, en el futuro, dar a luz una cosa que por fin sirva de algo, coño.

Ya hace mucho tiempo que muchos nos juramentamos para no volver a tocar el asunto educativo. Por inútil, por yermo y por estúpido. Ya hace mucho que alguien llamó la atención sobre cierta circunstancia que sigue sin repararse: ¿por qué hay tanto gilipollas en el mundo de la educación? Muchos nos dijimos que se podían ir yendo a tomar por saco todos los políticos y sus ayudantes, y los ayudantitos de estos, y los pedagogos ayudantes de los ayudantitos, y los maestros ignaros, y todos esos que (no ayer, ni anteayer, sino) hace ya tres décadas cayeron sobre el mundo de la enseñanza como los vegetarianos animalistas sobre el mundo de las explotaciones de vacuno, o los de la Legión de María sobre una playa nudista.

¿Por qué encargan las leyes sobre enseñanza a gentes adiestradas, ideologizadas, convencidas contra toda observación y sentido común de que el conocimiento no es bueno? Sería algo parecido a que, cómo decirlo, por ejemplo, encargaran el ministerio de consumo a un enemigo declarado del consumo y del negocio del turismo y los hoteles. ¿Cabe en cabeza alguna tamaña imbecilidad?

Sobre todo, eso que venimos diciendo: ¿Cómo pueden no darse cuenta, una vez más, y otra vez, y otra vez, de que un asunto tan fundamental no puede ser impuesto por un bando a los demás? Sí, habrá que decirlo más claro por si hay alguien que todavía no lo entiende: eso de la enseñanza tiene bandos, ¿manda o no manda cojones? No hablamos de bandos acerca de si las aulas mejor en estos colores o en esos otros, o si mejor la editorial A en lugar de la B para los libros de lectura, no: bandos que se definen por su postura acerca de si los centros escolares tienen que ser lugares en los que se enseña o lugares en los que no se enseña. Así de sencillo y de global. Y desde hace treinta años, sin importar cuál haya sido el partido en el gobierno, porque los tres han incurrido en la misma idiotez, la confección de las ochocientas o novecientas leyes definitivas y cada una la última sobre la enseñanza se han encargado a los mismos: al bando que sigue pensando que los conocimientos no son cosa propia de la enseñanza, que proporcionarlos en un colegio es como si dedicáramos los colegios al análisis de coles y lombardas para su venta.

A ver cuando alguno se entera de que para un estado europeo una ley orgánica de la educación es lo más parecido que hay a lo que se venía llamando una Ley de Planta. Y dejan de incordiar al animalito y lo dejan por fin crecer.

Y mucho cuidado: nada de que esto es de un partido o de otro (de los tres). En los tres hay gente indignada (poca) con lo que se está haciendo, y gente (mucha, la mayoría) que o ha pensado poco sobre el asunto, o se deja llevar simplemente por la rutina del «que piensen otros» o, mejor aún de ese «doctores tiene la iglesia». Ajajá.

A ver si por ahí va a estar la clave.